Las Estrellas y los Sueños

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La brisa fresca de la noche acariciaba suavemente el rostro de Mateo mientras se acomodaba sobre la manta en el jardín de su casa. Era una de esas noches en las que el cielo parecía desbordarse de estrellas, y la luna llena iluminaba el paisaje con un brillo plateado. A su lado, Clara, su amiga de la infancia, organizaba su telescopio con la precisión de una experta. Desde pequeños, ambos compartían una profunda fascinación por la astronomía, explorando cada rincón del cielo nocturno.

“¿Listo para descubrir nuevos mundos?”, le preguntó Clara con una sonrisa iluminada por la luna. Mateo, que había estado absorto en sus pensamientos, la miró y sonrió, sintiendo un cosquilleo de emoción. “Siempre estoy listo cuando tú estás cerca”, respondió, aunque no estaba seguro de a qué se refería realmente.

A medida que Clara ajustaba el telescopio, Mateo se perdió en sus recuerdos. Habían pasado horas interminables bajo las estrellas, soñando con ser astronautas, imaginando que podían tocar las estrellas. Su amistad había sido la constante en sus vidas, desde aquellos días en los que construían cohetes de cartón hasta las noches en que discutían sobre teorías de agujeros negros.

“¡Aquí, mira esto!” Clara exclamó, interrumpiendo sus pensamientos. Mateo se acercó rápidamente al telescopio y miró a través del ocular. Se quedó boquiabierto ante la vista del planeta Saturno, con sus anillos perfectamente visibles. “Es impresionante”, murmuró. “Nunca dejará de asombrarme”.

Clara sonrió, satisfecha de compartir ese momento. “Es increíble pensar que lo que estamos viendo ahora es luz que ha viajado millones de años”, reflexionó. “Es como si el tiempo y el espacio se unieran en este instante”.

Mientras observaban las estrellas, la conversación fluyó naturalmente, como siempre lo hacía entre ellos. Hablaban de sus sueños, de los lugares que querían visitar, de cómo se imaginaban en el futuro. Sin embargo, a medida que la noche avanzaba, un tema comenzó a surgir de manera sutil, como una constelación recién descubierta: sus sentimientos.

“¿Sabías que la constelación de Casiopea se asemeja a una ‘W’?” preguntó Clara, mirando hacia el cielo. “Dicen que representa la belleza y la vanidad”. Mateo se quedó pensativo por un momento, preguntándose si había una razón por la que Clara había mencionado esa constelación en particular.

“Siempre he pensado que Casiopea se parece a nosotros”, dijo Mateo, y Clara lo miró con curiosidad. “Es como si siempre estuviéramos entrelazados en esta vasta inmensidad”. Clara sonrió, sintiendo que sus corazones resonaban en un mismo latido.

Mientras los minutos se convertían en horas, la conversación se tornó más personal. Mateo, con una mezcla de nerviosismo y determinación, decidió que era el momento de abrir su corazón. “Clara, hay algo que he estado sintiendo y que quiero compartir contigo”, comenzó, su voz temblando ligeramente. “Desde que éramos niños, siempre he sentido que había algo más entre nosotros. Una conexión más allá de la amistad”.

Clara lo miró con atención, su corazón latiendo más rápido. “Yo también he sentido eso, Mateo”, confesó, sintiendo que un peso se levantaba de sus hombros. “Es como si nuestras almas estuvieran alineadas, como las estrellas en el cielo”.

Mateo sonrió, aliviado y emocionado a la vez. “No sabía si debía decirlo, pero desde que nos conocimos, siempre has sido especial para mí. Me inspiras, me haces querer ser mejor”. Clara sintió un torrente de calidez recorrer su cuerpo. “Tú también, Mateo. Siempre has sido mi mejor amigo, pero últimamente he sentido que hay algo más”.

La noche parecía brillar más intensamente en ese momento. A medida que compartían sus sentimientos, el mundo exterior se desvanecía. Se sentaron en silencio, observando el cielo estrellado, cada uno sumido en sus pensamientos.

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