Ocho chichis y malvada

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Yo tenía a lo mucho seis años en ese entonces, así que no sabía lo que era la metanfetamina, pero ahora lo sé, y entiendo además el motivo de la desaparición paulatina de los focos de la casa, llevamos así más de tres días, a oscuras, como en el interior del estómago de una ballena, fue entonces cuando mi padre decidió desertar, para desgracia de ese ya de por sí espantoso hogar decidió además llevarse consigo los pocos objetos que no había podido vender, vendía de todo, así que no se si era muy bueno con los negocios, o solo hacía muchos malos tratos. Dejó la casa como un morro en el que se acaba de descargar el más certero de los volados: Con una epistaxis por donde se fugó parte de los bienes y tres o cuatro muebles que formaban la dentadura molacha. El salió de ahí pronto, como esputo de sangre expectorada.

Esos días fueron intensos, frenéticos, llenos de acción, luego vino la calma, esa casa era la novena sinfonía. Yo entendía bien la dinámica, desde muy pequeño la ingenuidad me había abandonado, fue cuando el cinismo la tuvo que devorar, y la cagarruta que se produjo, tras esa digestión, me dejaba clara una cosa, me decía que ese fundido a negro en el que nos sumimos, no anunciaba el final de la obra, si no un breve interludio.

Finalmente aquel día se hizo la luz, provenía de una pequeña fogata que mi madre había encendido a mitad de la sala, estaba quemando las pocas pertenencias que mi padre no había querido llevarse o había olvidado. Mi madre danzaba alrededor de la fogata, estaba despeinada y en sus ojos se reflejaba la lumbre, solo se movía de la fogata para ir a buscar más cosas que incinerar, de pronto encontró un reloj dorado y lo tomo mientras maldecía y blasfemaba en voz alta, puso el reloj junto a la fogata inclinándose con una reverencia, como si le hiciera una ofrenda al Dios de las llamas, se apartó lentamente conjurando un hechizo y salió por la puerta trasera que daba al huerto, volvió con la alcotana que yo usaba para cavar pozos como castigo cuando me portaba mal. No fue sino hasta el cuarto golpe que dio con el objetivo, el reloj se reventó, ella esbozo una sonrisa entre jadeos, miraba a su víctima con alegría mientras unos pelos se le pegaban a la frente por el sudor, parecía no preocuparse en absoluto por haber labrado tres y medio cráteres en el suelo. Tomó el reloj descuajeringado y lo arrojó al fuego, celebró aquello con porras y vitoreos, con un tono en su voz que me pareció impostado, continuó luego su danza, y cuando la euforia le hubo bajado un poco, decidió ir a buscar más alimento para las llamas, fue entonces que desde el rincón oscuro de la casa donde permanecía escondido, contemplé con horror cómo lleva el reproductor VHS, en el que papá me ponía películas, lo depositó junto a su anterior sacrificio y se volteo para tomar la alcotana, pero yo no pude soportarlo, aproveche que estaba girada para correr tan rápido como me fue posible, agarre el VHS y salí disparado por la puerta trasera con el reproductor de películas en mis brazos.

Me escondí detrás de un guayabo, escuchaba los gritos de histeria de mi madre reverberar al interior de la casa semivacía, escuche como subió las escaleras y abrió la puerta de Traviesa. Traviesa era una perra de ocho chichis y pelos negros que por poco atender y mucho alimentar se había vuelto un enorme monstruo caótico que no se entendia con nadie que no fuera mi madre, quien dos veces por día le llevaba como alimento la merma y otros desperdicios de comida. Madre le ató una brida a la bestia y la monto, bajó entonces las escaleras cabalgando sobre lomos de la enorme perra, tomó un palo de escoba viejo al pasar junto a él y sin detenerse, lo portó cual si fuera una lanza en el brazo derecho por debajo del sobaco, arreo al animal tirando de la brida con la mano izquierda, salió al huerto en mi busca, entre cerró los ojos y frunció el ceño, cuando el sol le dio en la cara, comenzó a escanear el huerto durante un momento. El silencio que se había producido en el ambiente me altero demasiado los nervios, sentí una mirada invisible clavada en mi nuca y no pude evitar asomarme por un costado del guayabo para tratar de ubicar dónde se encontraba ella, su mueca de disgusto por estar encandilada pronto pasó a ser de alegría cuando diviso mi ovalada cabeza asomada, entonces sonrió con malicia, el sabor de mi derrota le supo tan cercano que se le hizo agua la boca y no pudo evitar derramar un par de gotas de baba sobre el pelaje del cuello de su montura. Me levante con el VHS entre brazos y me dispuse a correr como gallina decapitada, al ver mi repliegue ella cargó en mi dirección a todo galope, cuando me hubo acortado al menos la mitad de distancia, le dio dos toques con la espuela imaginaria al animal para incrementar la marcha, se inclinó hacia adelante para cortar mejor el viento y enristro el palo en disposición de acometida.

Me aferre al VHS, reliquia sagrada, era mi único medio para escapar de ese mundo depravado, mi portal a un mundo más alegre, menos vil y sucio, por eso lloraba mientras atravesaba corriendo aquel enorme páramo, la tierra quemaba mis pies descalzos y sentía como se me incrustaba uno que otro guijarro afilado, pero no por ello aminoraba el paso. Mi leve llanto de tristeza fue sustituido por gritos de terror y pánico tras echar la vista sobre mi hombro y comprobar cómo mi madre prácticamente me había alcanzado y me pisaba ya los talones.

Los gritos de apache da mis espaldas solo me hacían abrazar con más fuerza el aparato entre mis brazos, los retoños y vástagos entre los que atravesaba se volvían borrones difusos antes de dejarlos atrás, echaba la mirada a mi derecha en busca de una escapatoria, lo mas cercano era una valla de púas y a lo lejos los enormes cerros y montañas de distintos tonos de azul, madre ululaba con la lengua de fuera, montada en aquella enorme fiera negra que me mostraba sus fauces, echaba entonces la vista hacia mi izquierda solo para contemplar otra valla soportando la maleza que flanqueaba ambos costados de la callejuela de tierra, más a lo lejos se dibujaban los techos de algunas casas del poblado y un listón de humo negro ascendiendo al cielo. Seguir adelante era la única posibilidad. Las aves que circulaban por los cielos veían el rastro de polvo levantado que dejaba la perra, se había convertido en una peluda saeta negra a punto de impactar.

Madre estaba tan atenta en alcanzarme que no se dio cuenta que íbamos directo a un muro de adobe desgastado, decidí no aminorar la marcha hasta el último instante y antes de estamparme en la barda di un brinco a la derecha con lo último que me quedaba ya de fuerzas. Vi estrellas, escuche a madre impactar de lleno contra el muro y como el palo se quebraba haciéndose añicos, madre cayó despatarrada haciendo un ruido seco al golpear el suelo.

Todo era polvareda levantada, de entre la nube densa de polvo salió en primer lugar Traviesa renqueando con un chichón en la crisma, el tiempo volvió a transcurrir lento, me incorpore poco a poco, erguido con las nalgas aun en la tierra, trate de visualizar en dirección a madre, mirando con el ojo al que no le había entrado ninguna partícula, pero el polvo suspendido no me permitía ver nada, así que solo espere jadeando, comenzó a bajarme la adrenalina por lo que se hizo evidente el raspón que tenía en mi brazo derecho, lo mire y me sostuve el brazo, escupí saliva con tierra. A medida que se disipaba aquella calima, comenzó a aparecer la silueta de mi madre, estaba también de bruces, mirando en mi dirección, para cuando el aire volvió a ser diáfano ya nos estábamos mirando mutuamente aturdidos, no se veía en mejor estado de lo que yo estaba, pero tampoco se veía enfadada, volteó a ver el boquete en la pared de adobe, era enorme y casi la había atravesado, se había cuarteado en todas direcciones y estaba a punto de ceder, volteó de nuevo a verme pensativa, seguramente mi rostro había palidecido al darme cuenta de lo duro que había sido el impacto que en principio iba dirigido a mi, me comenzaron a temblar las manos e incluso un poco la cabeza, mi madre solo pelo los ojos volteando en mi dirección pero mirando realmente al vacío, hacia eso cuando reflexionaba algo, lo estaba meditando, entonces lo supe, ambos lo supimos, ese golpe habría sido fulminante y fue una suerte que no me hubiera dado, no hubo necesidad de mediar palabra, fue una tregua silenciosa, ella se levantó poco a poco del suelo trastabillando, me di cuenta que no estaba sintiendo dolor por que no se llevo la mano a la nariz partida hasta que vio la sangre en el suelo.

Madre se fue dejándome ahí solo, fue entonces que me acordé del VHS, voltee a ver donde había parado, estaba a mi lado abierto como una nuez, sin embargo no llore al verlo, no tenía ganas de llorar más, por que en el fondo sabía una cosa, esa había sido la ultima vez que madre trataría de abusar de mi. Y así fue.

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