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—Carol, cariño, te ha llegado un paquete.

Escucho la voz de mi madre que grita desde el salón. Se me hace raro volver a esto. A estar en casa con ella, a que mi habitación esté tan cerca del salón. A veces, aquí, con ella me siento la chica que era antes de irme y no sé si eso termina de gustarme. Hace que sienta que volver a Madrid ha sido un paso atrás y no el progreso que debía ser.

Estoy deseando que el rodaje de mi serie empiece y volver a sentirme una actriz y no una adolescente sin amigos que vive de su madre.

Dejo el libro electrónico sobre la cama y salgo a buscar el paquete. Me dejé algunas cosas en Nueva York y James me las envió.

El paquete que mi madre ha dejado sobre el sofá es demasiado pequeño para ser lo que estaba esperando.

—Mamá ¿No había nada más? —digo levantando la voz para que me escuche desde donde sea que esté.

—No. Solo eso —responde desde su habitación.

Cojo la caja cuadrada, no recuerdo haber hecho ninguna compra online, pero quizá lo hice antes de volver y ya ni me acuerdo, tengo un pequeño problema con las compras por internet.

Me apoyo en el respaldo del sofá. Rasgo el plástico de la empresa de reparto y abro la caja de cartón. La barbilla me tiembla cuando veo lo que hay dentro. Soy incapaz de sacarlo, mis manos se niegan a responder, o quizá es mi cerebro que se ha quedado en blanco y no es capaz de dar órdenes al resto de mi cuerpo.

—¿Qué quieres cenar?

Mi madre me pega tal susto que dejo caer el paquete que rebota en el borde del sofá. El libro cae al suelo y se abre, una tarjeta sale disparada.

—Mamá, qué susto.

Mi madre viene hacia mí. Me levanto rápido para recoger los dos objetos desperdigados y volver a meterlos en la caja.

—Carolina Marie, ¿estás bien? Estás blanca, parece que has visto un fantasma.

Se podría decir que lo he hecho, los fantasmas de mi pasado que no parecen parar de perseguirme desde que yo solita decidí abrir la caja de los truenos.

—Sí, estaba concentrada y me has asustado. Y mamá, ¿podrías llamarme solo Carolina? Sabes que no me gusta que me llames así.

—Si perdona. Se me olvida, cariño.

Puedo notar la decepción y la pena de mi madre, la misma que lleva con nosotras los últimos nueve años, cuando decidí borrar todo lo francés de mi vida, cuando decidí borrar de mí las huellas del hombre que ella amaba.

—No tengo mucha hambre. Voy a comer un yogur en mi cuarto e irme a dormir temprano ¿Vale?

Mi madre asiente. Nos estamos adaptando a esta nueva dinámica, a que vuelva a estar aquí. Le doy un beso de buenas noches antes de encerrarme en mi cuarto con la caja del demonio.

La lanzo sobre mi cama. Sin acercarme a ella, como si lo que hubiera en su interior fuera un animal salvaje y no un libro. Una parte de mí quiere volver a cerrarla y devolverla, o tirarla a la basura, pero otra, la masoca, la que no es capaz de soltar y que por desgracia siempre gana, necesita abrirla. Necesito volver a sentir esas páginas en mis manos. Comprobar que es real. Leer las palabras que he visto escritas en la tarjeta, con su letra.

Me siento en mi cama con las piernas cruzadas, con la caja en el hueco entre ellas. Saco el libro. La portada negra. La manzana roja. Los recuerdos que inundan mi cerebro. Repaso con el dedo las letras rojas. Crepúsculo. El que solía ser mi lugar seguro. Paso las páginas con rapidez, hasta la última, conteniendo la respiración. Un pequeño corazón con lápiz en la esquina superior. El que dibujé uno de los días que repasé el capítulo que había leído con Kylian. Tumbada en su cama, con su cabeza sobre mi pecho y el corazón rebosante de felicidad y amor.

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⏰ Última actualización: Oct 10 ⏰

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La otra mitad | Kylian Mbappé |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora