Capítulo II

5 0 0
                                    


Sancho y Patricio se habían hecho a su nuevo trabajo en esa inquietante empresa. Al jefe nunca lo veían y el contacto más cercano lo tenían con la señorita Sullivan y Carmencita. Al guarda cada noche lo tenían que buscar para que les desbloqueara la puerta para salir. Siempre se retrasaban y se les hacía bastante tarde, debido al espeso trabajo y el montón de objetos que tenían que incluir en el catálogo de la página web. Estaban trabajando muy concienzudamente en una factible página, donde la empresa se diera a conocer y poder subir su audiencia y la cartera de clientes. Dentro de los apartados de la página, en una de las pestañas, estaba incluido el museo particular ofreciendo visitas guiadas a recorrer esa sala náutica de asombrosos tesoros. Para Sancho y Patricio no les era difícil organizar un tipo de página sencilla pero brillante, llamativa y atractiva a todo tipo de público, sobre todo a gente con posibles económicos que deseaban adquirir obras de arte y antigüedades de gran prestigio y valor. Un trabajo muy pesado pero satisfactorio, por el que les iban a pagar muy bien.

Llevaban casi una semana trabajando en la empresa y ya más o menos sabían moverse por las instalaciones, sin perderse.

Otro día más, que se les había hecho tarde, haciendo un receso para descansar y aliviar los ojos y piernas. El pasillo estaba muy silencioso y la iluminación de emergencia era la única luz que había, tenue y bajita.

—Tengo el cuello medio cogido... —expresó Sancho, tras escucharse un crujir de huesos.

—¡Vaya! —respondió— Estás descoyuntado —rio.

—¿A qué crees que se debió el fallo del otro día? —defirió Sancho.

—No lo sé, algún error en el sistema o con el archivo. No creo que sea ningún virus, es casi imposible, con la protección que le pusimos —aseguró Patricio.

Al parecer hacía un par de días atrás, algo inesperado había surgido de la nada, que provocó un retraso en agilizar la página web. Un fallo en el software o en el disco duro. Algo que resolvieron después de horas angustiados y desquiciados, por resolver el problema.

—Menos mal que pudimos solventar la cosa, que, si no, el trabajo todo al traste, no podemos permitirnos ese tipo de catástrofe. Quiero terminar cuanto antes este trabajo —expresó Sancho, con síntoma de preocupación.

Entonces oyeron algo estridente al fondo en la oscuridad del pasillo, como si alguien hubiese pegado contra un metal o arañado el mismo.

—¿Qué fue eso? ¿Lo oíste también? —asaltó Patricio sorprendido.

—Sí.

Ambos compartieron expresiones de incertidumbre y complicidad.

—Lo mismo queda todavía alguien en la empresa —supuso Sancho.

Y lo oyeron otra vez. Un estrepitoso chirriar, como si alguien arañase con uñas largas el metal de algo.

—Joder, ¿qué es eso? —alzó la pregunta al aire Patricio.

Apresuraron a salir al pasillo para asomarse. No vieron nada. Comenzaron a caminar hacia el hall, buscando la salida. Se encontraron con la recepción solitaria y el enorme cañón presidiendo la sala, como siempre.

—No hay nadie —reclamó Patricio, con cara sorprendida.

Entonces al fondo se vio una sombra recorrer la pared, como si anduviera por ella. Sus ojos alertados y las bocas abiertas por la impresión. Una silueta de algo andaba por allí, pegada a la pared, como si fuese parte de ella.

—¿Qué es eso? Se mueve —advirtió Sancho. El otro asintió con la cabeza sin decir nada, no podía.

Misteriosamente la sombra desaparece yéndose hacia el cañón y comienza a oírse de nuevo el chirriar, como si lo arañara con algo punzante. El sonido era muy molestoso y afectaba negativamente a los témpanos de los oídos. Entonces corrieron hacia el pasillo de nuevo, con las manos en taponando sus orejas y presionando fuerte para aislarse del estridente sonido, llegando al despacho de ambos para encerrarse en él.

MALDICIÓN PIRATAWhere stories live. Discover now