Capítulo III

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La noche pasada fue algo accidentada, ya que habían dormido pocas horas debido a lo tarde que llegaron a casa. Ambos compartían apartamento. Uno tenía su habitación, pero el otro dormía en un sofá cama en el salón, cual tenía que recoger cada mañana, por si recibían visitas.

Sancho era el privilegiado que dormía en la habitación. Había intentado por todos los medios dormir, pero no había podido. Tenía la imagen del temible pirata en su cabeza. A Patricio no parecía haberle afectado mucho ese encuentro con el terror, ya que se le oía roncar desde allí. Estuvo dando vueltas a la idea de alguna maldición como en los casos de los sarcófagos de las momias, cuando asaltan sus tumbas, visto en todas las películas de misterio y aventura. En este caso, el tema iría contra Lord Bellinter por llevarse el cañón de las profundidades del mar, la tumba del pirata.

Nada más amanecer se dispusieron a preparar para ir al trabajo. Patricio estaba reacio a levantarse, remolón y acurrucado entre sus sábanas.

—¡Venga! ¡Levanta el vuelo ya! —le gritó Sancho.

—Eres un pesado.

—Dijimos... quedamos, en presentarnos temprano y salir temprano, ¿no? —objetó Sancho tirándole todos los cojines que alcanzó tomar.

—¡Ya! ¡Ya! ¡Ya entendí! No te apures, me levanto.

Patricio se inclinó bostezando. Se sentó y lo miró con cara de haber dormido poco y pelos revueltos.

—Venga, vístete que nos vamos.

—¿Ni siquiera un café me puedo tomar?

—Te lo tomas allí de la máquina cuando lleguemos —indicó.

En la empresa todos estaban como alterados, como si hubiese sucedido algo que los hubiera sacado de su normalidad y andaban de un lado a otro nerviosos. Cuando Sancho y Patricio entraron al hall, se quedaron boquiabiertos...

—¿Qué pasa aquí? ¿Hubo un incendio o qué? —sugirió Sancho, confundido.

De pronto aparece Lord Bellinter y los asalta en su llegada.

—¡Vengan a mi despacho! ¡Enseguida!

Los jóvenes sorprendidos se asustan, ya que sospechan que algo malo hicieron y los iban a reprender como a niños pequeños. Se encogen de hombros cómplices del mismo sentimiento.

Se sientan. El jefe está de mal humor y da vueltas por toda la sala.

—¿Qué ocurre señor? ¿Hicimos algo malo? —interrogó Sancho.

Lord Bellinter los observa extasiado y muy acalambrado.

—Anoche, cuando se marcharon, hablaron por última vez con el guarda...

Ellos comparten miradas de confusión.

—No entendemos señor que quiere decir con eso de última vez —sugirió Patricio.

En el exterior de pronto, hubo más jaleo de empleados inquietos, podían percibirlos y verlos a través de la cristalera. Entonces vieron que había llegado varios miembros del cuerpo Nacional de Policía. Los jóvenes se quedaron impactados al observarlo y se levantaron al mismo tiempo, justo cuando alguien pegó en la puerta. Lord Bellinter se llevó las manos a la cabeza y se sostuvo los pelos, unos cabellos espesos y dorados, casi canosos.

—Señor, la policía acaba de llegar y quiere hablar con usted —indicó un joven, trabajador en los almacenes.

El hombre salió apresurado hacia el exterior para recibirlos y se fue con ellos, ambos protagonistas se quedaron con la palabra en la boca sin comprender nada. De pronto apareció Carmencita alborotada y con cara de tristeza. Ellos la miraban con ganas de saber qué había pasado.

MALDICIÓN PIRATAWhere stories live. Discover now