Por Mary C. Saavedra
Vivir en una ciudad tan antigua como el mismísimo país, trae consigo un sinnúmero de eventos que si nos ponemos a contarlos todos tendríamos que llenar miles de libros de historia, y como ese no es el propósito de esta columna, yo solo voy a contarte una más de las historias de la Bogotá que nadie conoce y que quizá también te sucedió a ti. Ponte cómodo querido lector y de antemano me permito advertirte que no te prometo un final feliz.
Bogotá 1917
15 años de matrimonio celebraban ese día María del Rosario y José Alberto, quince años de maltratos, violencia y terror que ella ya no estaba dispuesta a soportar más, por esa razón decidió que esa noche durante la cena de celebración de aniversario que se llevaría a cabo en la vieja casona familiar de la Candelaria acabaría con todo ese circo.
Cerca de tres meses llevaba preparando aquella velada, lo que servirían de entrada, plato fuerte y postre; sobre todo el postre porque ese era el plato favorito de Jose Alberto, y ¿qué mejor final que comiendo aquello que más te gusta?, así que Rosarito cómo todos la llamaban, ya lo tenía todo preparado.
La noche llegó y con ella la cena de aniversario a la que además de José Alberto asistía su hija de 14 años; Lucía una pequeña flacucha que odiaba a su padre tanto o más que María del Rosario, pues el terror que le producían los correazos diarios había dejado en ella una estela de rencor y dolor que no creía poder superar jamás.
La cena transcurrió con calma y a la hora de servir el postre Lucía se ofreció a ayudar a su madre a llevar los platos al comedor, y en un giro absurdo del destino la joven cambió los platos para poder comerse ella la porción más grande de aquella deliciosa tarta de tres leches que tanto le gustaba a ella también.
El final de la velada llegó y cuando todos se fueron a dormir Rosarito pensó que todo había terminado, pero su pesadilla no había hecho sino empezar pues a la mañana siguiente Lucía, su niñita consentida no despertó. El médico legista dijo que había sufrido una intoxicación con belladona que había sido mortal para su joven corazón, Rosarito había matado a su propia hija.
De lo que pasó los días siguientes al entierro de la pequeña Lucía sólo se sabe por los rumores de los vecinos; el dolor fue lo que terminó separando al matrimonio González pues José Alberto no resistió el dolor y dejó a María del Rosario, ¿Y ella?, la pobre Rosarito se ahogó en el dolor y la culpa, hasta que unas noches después decidió tomar la misma dosis de belladona que había consumido su niña y acompañarla en su viaje al más allá.
La casa quedó cerrada para siempre y su leyenda empezó a recorrer las calles de la tradicional localidad bogotana de La Candelaria, la misma que desde 1810 ha visto intentos de asesinato a próceres de la independencia y asesinatos a líderes políticos de renombre, y aunque la gente escuchaba hablar del fantasma de la Candelaria nadie lo había visto hasta que en una noche de viernes en un Halloween todo cambió.
Bogotá 2022
Una de mis fiestas favoritas es justamente la noche de Halloween, esa única noche en el año donde todo está permitido, donde es posible cambiar de rostro, de ropa, de esencia. La noche donde hasta lo imposible se vuelve posible.
Que mi trabajo quede en la tradicional localidad de La Candelaria, no significa que conozca de primera mano todas las leyendas urbanas de esas callecitas angostas y empedradas del centro histórico de la ciudad, soy una orgullosa Bogotana, pero ni por asomo sé todo lo que se cuece aquí.
Por eso cuando Andrea y Katherine mis dos amigas más queridas me propusieron celebrar la noche de Halloween en Candelario se me hizo un poco extraño, no creí que en el centro hubiesen discotecas decentes para pasar una noche entera de perreo violento y descontrol como aquel al que estábamos acostumbradas, pero sin así no me negué.
De día Candelario es uno más de los múltiples restaurantes en los que todo aquel que trabaje, viva o visite el centro de Bogotá puede ir a almorzar a un bajo costo, pero de noche esas paredes en las que otrora habían casonas de ensueño se convierten en lugares donde la música, el alcohol y los deseos ocultos de las personas pueden dar rienda suelta. Pero eso no fue lo que nos pasó a mis amigas y a mí.
Aquel Halloween transcurría de manera normal hasta que tuvimos que ir al servicio de mujeres a retocarnos el maquillaje y el peinado, y ya sabes mi querido lector que las mujeres nunca vamos solas a los baños de los lugares públicos; el por qué aún te lo debo pero ni mis amigas ni yo fuimos la excepción.
– Niñas, ¿recuerdan el camino al salón principal? –Quién habló fue Lau la más valiente de las tres–
– Es por aquí ¿No? –Respondí–
Te aseguro mi fiel lector que en ningún momento nos desviamos del camino que habíamos seguido para ir al servicio, pero como si el tiempo se hubiese paralizado dejamos de escuchar la música y ver las luces de neón de la fiesta, y lo único que empezamos a escuchar fue el llanto de una mujer que llamaba a una tal Lucía.
– El llanto viene de arriba, deberíamos subir. – Esta vez fue Katherine quien habló.
– Si puede ser alguien que necesita ayuda.
– ¿Se han vuelto locas? –Contesté– ¿No han oído que estas casas están embrujadas?
– No seas cobarde Isa vamos a subir.
Y pues como no, subimos.
Cada escalón que subíamos hacía que fuese más fácil escuchar el llanto, y cuando llegamos a la habitación principal del segundo piso de aquella casona vimos la luz prendida y la puerta entreabierta. ¿Debíamos entrar? Desde luego que no, ¿Entramos? Pero claro que sí.
Y lo que vimos nos dejó sin palabras.
Ahí sentada en una cama abrazando a una muñeca de trapo estaba una mujer, o lo que antes había sido una mujer y ahora solo era una figura delgada, casi calaverica; de cabello negro y enormes ojeras que lloraba desconsoladamente por alguien a quien llamaba Lucía.
Mis amigas y yo intentamos hablarle, preguntarle qué había sucedido pero cuando nos vio fue como si algo de otro mundo la hubiese poseído pues la mujer se puso furiosa y sus desgarradores gritos podían dejar sorda a cualquier persona ¿Cómo era que nadie en la fiesta a escuchaba esto?
– Váyanse de aquí y nunca regresen, ¿No les han enseñado a no entrar en casas ajenas? ¡Déjenme con mi dolor! Lucía se fue y yo la maté.
Como pudimos salimos corriendo de aquel lugar y cuando bajamos al primer piso todo estaba como cuando salimos de allí, la fiesta estaba en su punto más alto y la gente feliz celebrando con sus disfraces. Al preguntar a los encargados de la fiesta solo recibimos una escueta respuesta.
– Es el fantasma de La Candelaria, el de una mujer que por error asesinó a su hija y de la que nunca más se supo nada. Vivió en esta casa entre 1900 y 1917 y dicen que aún habita en las paredes del segundo y tercer piso. Una más de las leyendas urbanas de Bogotá.
Al salir de allí y cambiar de lugar nuestra fiesta de la noche de halloween mis amigas y yo decidimos que nunca volveríamos a mencionar aquel tema, ni entre nosotras ni con nadie más, no queríamos que nos tomarán por locas, al final del dia solo era una más de las leyendas de la ciudad ¿no?
Pero no, esta no era una leyenda urbana porque yo la vi, y después de buscar en la hemeroteca de la biblioteca universitaria entendí que lo que mis amigas y yo presenciamos no era una leyenda para asustar a los turistas que vienen de diferentes partes del mundo a la ciudad. Lo que nosotras vimos y vivimos fue un contacto con María del Rosario González, a quien todos conocen como "El fantasma de la Candelaria".
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La hora del terror
TerrorAntología de relatos de terror escritos por algunos de los miembros de la comunidad La resistencia escrita.