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Rindo regresó al departamento de Souya con una caja de herramientas en una mano y una expresión de tedio en el rostro. El pasillo estaba en silencio, interrumpido solo por el eco de sus pasos sobre el suelo. Al llegar al apartamento, abrió la puerta con un empujón leve, ya que Souya la había dejado entreabierta, y se detuvo un momento en la entrada. El panorama era igual de desolador que antes, pero esta vez Souya permanecía sentado en su cama, con los hombros hundidos y la mirada fija en el suelo, como si intentara evitar que la situación lo abrumara por completo.

— Bien, vamos a arreglar esto.— Declaró Rindo, dejando la caja en el suelo y sacando algunas herramientas.

Souya no respondió de inmediato. Simplemente lo miró con los ojos vacíos, dejando que Rindo tomara el control de la situación. Observó en silencio cómo Rindo cortaba el cartón que cubría la pared. Cada movimiento preciso arrancaba el material empapado, revelando el verdadero estado del yeso detrás. Rindo hizo una mueca cuando vio lo que había debajo. El yeso estaba aún más húmedo, manchado de moho, como si una corriente constante de agua hubiera estado empapando durante días.

— Esto es mucho peor de lo que pensaba.— Comentó Rindo, frunciendo el ceño al inspeccionar el daño—. La tubería tiene una perforación importante. Parece que algún caño se ha reventado.

Souya seguía sentado, hundido en su propia frustración. Soltó un suspiro largo, dejando caer la cabeza hacia atrás, mirando el techo como si esperara que alguna solución milagrosa cayera desde arriba.

— Va a costar muchísimo arreglar esto...— Murmuró Souya, con una voz tan apagada que apenas se podía escuchar—. Y no solo eso, sino también reparar la pared que acabas de destruir... No tengo el dinero para eso.

Rindo, que estaba inclinado frente a la pared con las herramientas en la mano, giró la cabeza hacia él. Su expresión, ya cansada, se tornó aún más impaciente.

— Escucha, si eres tan pobre que no puedes pagarlo, lo haré yo. Sé cómo arreglar esto, y no te cobraré ni un yen.— Espetó, su voz cargada de fastidio.

Souya lo miró con los ojos entrecerrados, sacudiendo la cabeza lentamente. Había algo en la oferta de Rindo que lo hacía sentir como si estuviera aceptando una derrota más, como si de alguna manera estuviera entregándole una parte de su orgullo.

— No, no puedo aceptar eso... No voy a dejar que me pises solo porque tienes dinero o sabes cómo hacerlo. No me voy a dejar humillar por tí.

Rindo se levantó, dejando las herramientas en el suelo con un ruido seco. Lo miró fijamente, frunciendo el ceño, pero lo que vio en Souya no era la actitud desafiante que había imaginado. No, Souya seguía sentado, vulnerable, sus palabras saliendo más como un lamento que una verdadera defensa.

— ¿Pisarte?— Repitió Rindo, entrecerrando los ojos—. Haz lo que quieras, pero que te quede claro: no quiero pisotearte. No soy como esos amigos tuyos. Los que, a la mínima, encuentran cualquier excusa para burlarse de ti.

— Mis amigos no hacen eso...— Intentó negar Souya, aunque su tono no sonaba tan convencido como le habría gustado.

Rindo lo interrumpió antes de que pudiera continuar, levantando una mano con impaciencia.

— Oh, vamos. Si fueran tus amigos de verdad, no te habrían dejado a la deriva esa noche de Halloween. ¿O qué? ¿Creés que no sé con qué tipo de gente te juntas?— Su voz era cortante, cargada de algo entre burla y verdad—. Ninguno se preocupó por ti. Ninguno de ellos te cubrió las espaldas.

Souya guardó silencio, con la mandíbula tensa. Intentaba encontrar alguna respuesta, alguna excusa que diera vuelta la situación, pero no podía. Las palabras de Rindo lo golpeaban justo en el centro de su inseguridad, desmoronando las defensas que había construido.

Entre Paredes de Algodón | TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora