Capítulo 3

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Eros

Todos me temen solo por mi apellido y porque soy una máquina en las peleas ilegales. Cada uno de mis oponentes queda medio muerto después de un par de puñetazos. Me he ganado esta reputación, aunque me importe una mierda.

La gente no entiende lo que hay detrás de este nombre. Lo que ven es el resultado de años de rabia contenida, de heridas que nunca cicatrizaron, de una infancia que fue más una condena que una vida. Soy una mierda de persona, lo admito. Mi padre tiene mucho que ver con eso; ese maldito bastardo me convirtió en lo que soy. Sin embargo, gracias a él también soy una máquina que no siente dolor, que no tiene compasión. Soy un cuerpo vacío que vaga sin rumbo en este mundo, sin sentir nada más que una rabia profunda, alimentada por un pasado que me persigue a cada paso.

No siento miedo, ni culpa. Y, definitivamente, no siento amor. No puedo. Mi vida está tan deshecha que no sé si tengo espacio para algo más. Soy el dios de las carreras ilegales, y el sexo es solo otra forma de pasar el rato. Me acuesto con quien quiera, sin importarme si es chico o chica. Ambos pueden darme placer, y supongo que eso me hace bisexual, aunque nunca me he molestado en pensar mucho en etiquetas. Al final, ¿qué importa? Todo el mundo se rinde ante una buena mamada, o el placer de sentir un buen culo apretado alrededor de tu miembro mientras follas.

Hoy voy camino al gimnasio. Necesito descargar esta frustración, esta rabia que siempre siento. Golpear algo hasta que mis nudillos sangren es lo único que me mantiene cuerdo. O, al menos, me hace olvidar quién soy y de dónde vengo, aunque sea por un rato.

Al llegar al gimnasio, la atmósfera cambia. Todos se apartan cuando paso. No es nada nuevo. Solo con ver mi apellido en mi ficha, la gente huye de mí. Nadie se atreve a mirarme a los ojos. La reputación de los Volkov es suficiente para hacer que hasta los tipos más duros tiemblen. Mi padre, ese maldito narcotraficante, hizo que el apellido se convirtiera en sinónimo de miedo. Y no solo trafica drogas; también mujeres, armas, y cualquier cosa que le dé poder. Toda esa mierda me repugna, y por eso huí de Rusia. Aquí, en este país, pensé que podría encontrar algo de paz, aunque ya llevo un año y todavía no sé lo que es eso.

El gimnasio está lleno, pero nadie se me acerca. Coloco las vendas en mis manos, sintiendo el familiar apretón en mis nudillos. Me acerco al saco de boxeo y empiezo a golpearlo. Cada golpe es un eco de mi rabia, de mi odio, de todas las cosas que he reprimido durante tanto tiempo. No estoy peleando contra el saco; estoy peleando contra mi vida, contra el legado que me dejó mi padre.

Después de unos diez minutos, siento una mirada fija sobre mí. Me giro, y allí está. Un chico de cabellera rubia me observa desde el otro lado del gimnasio. Es joven, delgado, y tiene esa mirada inocente que me hace desear protegerlo... o tal vez corromperlo. Es tan tierno que me dan ganas de tenerlo bajo o sobre mí, gimiendo mi nombre. Nadie más podrá tocarlo. Ese chico será mío.

Le guiño un ojo, y él abre los suyos como si estuviera viendo un monstruo. Seguro ya le han contado todas esas malditas historias sobre mí. Las estúpidas "reglas" que la gente cree que tengo. Lo veo darse la vuelta, y no puedo evitar fijarme en su trasero redondeado y firme. La imagen queda grabada en mi mente.

"Serás solo mío", pienso, mientras vuelvo a golpear el saco, pero ahora con una energía renovada. Ese chico se ha colado en mi cabeza, y eso no es algo que pase a menudo.

(...)

Cuando llego a casa, me informan que tengo una carrera en unos días. Pero ahora mismo, mi mente está en otro lado. Estoy en el sofá, viendo un partido de fútbol en la TV, pero todo lo que puedo pensar es en el chico del gimnasio. Hay algo en él que me atrae, algo que no puedo ignorar. Necesito saber quién es.

El timbre suena, sacándome de mis pensamientos. Me levanto, abro la puerta y allí está Luca, mi mejor amigo desde que llegué a esta ciudad. Luca es el único que se atreve a tratarme como una persona normal, aunque sabe perfectamente quién soy.

—¡Hey, hermano! ¿En qué andas? —pregunta, entrando sin esperar invitación. Se deja caer en el sofá y enciende la TV.

Cierro la puerta, voy a la cocina y saco dos cervezas. Le paso una mientras me siento a su lado.

—Nada nuevo —le digo, intentando sonar despreocupado.

Luca me mira de reojo, notando mi falta de entusiasmo.

—Mmm... Como que eso no me convence. ¿Qué pasa por esa loca cabeza tuya?

—Nada importante —respondo, evadiendo la pregunta—. Tengo una carrera en unos días. Espero verte por allá.

—¡Por supuesto! No me la perdería por nada del mundo —responde con una sonrisa amplia. Luca siempre ha estado conmigo en las buenas y en las malas. Es el único que me entiende, o al menos lo intenta. Pasamos un par de horas charlando antes de que decida marcharse.

Una vez solo, me doy una ducha. El agua fría corre sobre mi piel, pero no puede borrar la imagen del chico en el gimnasio. Su trasero redondeado, su mirada inocente. No puedo evitar que mi cuerpo reaccione, y siento cómo mi erección crece bajo el agua.

—Joder... lo que me provocas, pequeño —murmuro, mirando mi erección bajo el chorro de agua. Cambio el agua a fría para tratar de calmarme.

Salgo de la ducha, seco mi cuerpo y me meto en la cama, solo en bóxers. Mientras cierro los ojos, no puedo evitar sonreír. Pienso en ese chico. No sé nada de él. Pero sé que pronto lo conoceré, y cuando lo haga, será solo mío.

Soy ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora