Capítulo 1

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Liam

Hace unas semanas me mudé con mi mejor amiga Saray, una chica espectacular. Desde que le conté sobre mi atracción hacia los chicos, nos volvimos inseparables.

Nos mudamos a un apartamento en Madrid porque nos cansamos de vivir en Nueva York y porque a Saray le ofrecieron un trabajo como psicóloga en una universidad aquí, mientras que yo conseguí un puesto como enfermero en el Hospital Central de Madrid. El mismo día que llegué, me inscribí en un gimnasio, ya que decidí cambiar mi estilo de vida y tener un cuerpo más trabajado. No soy gordo ni delgado; tengo buenas nalgas y unas piernas bonitas, por así decirlo.

Aún no hemos terminado de organizar el apartamento, por lo que no había podido ir al gimnasio, pero hoy finalmente logré acomodar las últimas cosas, así que estoy de camino al gimnasio.

Mi ropa deportiva queda ajustada a mi cuerpo, marcando mi cintura, que es algo pequeña, y mis caderas anchas. Muchos dicen que tengo el cuerpo ideal para una mujer.

Llego al gimnasio, que queda a varias cuadras del apartamento. Al entrar, veo a unos siete chicos y tres mujeres. Camino hacia la pequeña recepción.

—Buenas tardes, mi nombre es Liam. Me registré el lunes, vengo por la llave de mi casillero—le digo a un joven detrás del mostrador, notando que no es el mismo chico de la otra vez. Sin levantar la vista, me entrega la llave. La tomo y me doy la vuelta para hacer lo que vine a hacer. Ese chico es extraño, pienso.

Mientras camino sumido en mis pensamientos, tropiezo con algo. Cierro los ojos por instinto, seguro de que voy a caer, pero no llego al suelo. Siento unos fuertes brazos que me atrapan, acercándome a un pecho duro y cálido.

—Ten más cuidado—dice una voz ronca detrás de mí. Me giro y veo al chico que estaba golpeando el saco de boxeo el otro día.

Ahora que lo tengo cerca, puedo mirarlo mejor: su cabello castaño casi rubio, unos increíbles ojos cafés que de lejos parecerían negros, pero de cerca son de un tono café oscuro. Es aún más alto que yo. Me quedo embobado hasta que noto que mira mis labios. Es en ese momento cuando me separo rápidamente de su cuerpo.

—Gra... gracias—digo, tartamudeando. Él se gira y se va, pero antes de entrar al área de máquinas, me mira y me guiña un ojo.

Qué raro, pienso, porque esperaba que me golpeara o algo por el estilo. Me dijeron que las reglas eran claras: no lo mires, no te acerques y no le hables porque es muy peligroso. Sin embargo, al verlo hacer ese gesto, pienso que es mejor conocer a las personas antes de juzgarlas. Dejo de pensar en ello para no tropezar de nuevo. Entro al área de máquinas y lo veo levantando pesas. Observo cada músculo de su brazo contraerse al levantar la barra, y el sudor bajando por su frente. Dios, podría pasarme un día entero mirándolo ejercitarse y no me cansaría.

Dejo de observarlo para que no piense que soy un acosador, y me dirijo a la caminadora.

(...)

Después de una hora haciendo una pequeña rutina de ejercicio que vi en YouTube, voy al baño y solo hay una ducha libre. Me dirijo hacia ella, me desnudo y cuelgo mi toalla en la puerta.

Entro bajo el agua y comienzo a lavar mi cuerpo. Estoy tan concentrado que casi me da un infarto cuando me doy cuenta de que alguien más ha entrado en la ducha conmigo. Alzo la mirada por sus tonificadas piernas, cubiertas por una fina capa de vello. Como el chico perverso que soy, echo una rápida mirada a su miembro, que cuelga con elegancia hacia el lado izquierdo. Es grueso, con pequeñas venas que se notan en él, y aunque no está erecto, tiene un buen tamaño. Dejo de mirar su miembro y subo la vista por su abdomen marcado y color canela, hasta llegar a su pecho. Cuando finalmente miro su rostro, abro los ojos como platos: es él, metido en mi ducha.

Mis labios se entreabren de la sorpresa, pero no sé qué decir. Él está frente a mí, completamente desnudo, y yo no puedo dejar de mirarlo. Me siento vulnerable, atrapado entre el vapor de la ducha y su cuerpo que, a pesar de no hacer ningún movimiento brusco, emite una energía que me envuelve. Trago saliva, sintiendo el calor ascender por mi pecho, y finalmente logro encontrar mi voz.

—¿Qué... qué haces aquí?—pregunto, mi tono apenas un susurro, como si no quisiera que el resto del gimnasio pudiera escucharnos.

—Esta es mi ducha—responde con una media sonrisa, su tono profundo y algo burlón. Se acerca un poco más; el espacio entre nosotros desaparece por completo, y puedo sentir su calor irradiando hacia mí.

Miro hacia el costado, buscando desesperadamente una excusa, algo que pueda sacarme de esta situación que se siente al mismo tiempo tensa y cargada de algo que no puedo explicar.

—Lo siento, no me di cuenta...—intento retroceder, pero mi espalda choca contra la pared de la ducha, dejándome sin escape. Mi respiración se acelera, y mis ojos inevitablemente vuelven a caer en su cuerpo, subiendo lentamente hasta su rostro, donde encuentro su mirada fija en mí.

Él se ríe, un sonido bajo que retumba en mis oídos.

—Relájate, no muerdo—dice, pero la intensidad en sus ojos me dice lo contrario.

El agua cae sobre ambos, resbalando por su piel canela, haciendo que cada músculo en su cuerpo brille bajo la luz tenue del baño. Mi mente se nubla, tratando de procesar lo que está sucediendo, cuando de repente, una de sus manos se apoya en la pared justo al lado de mi cabeza, inclinándose ligeramente hacia mí. Su cercanía me abruma, el aire entre nosotros se vuelve denso, cargado de algo más que simple humedad.

—¿Por qué me sigues mirando, Liam?—pregunta, su voz bajando una octava, casi como un reto. Mi nombre en sus labios suena diferente, más íntimo de lo que debería.

Mis pensamientos son un torbellino. Quiero apartar la vista, quiero decir algo que me saque de esto, pero al mismo tiempo, no quiero moverme. No quiero que se aleje. Me odio por sentirlo, pero aquí estoy, atrapado entre el deseo y el miedo, preguntándome qué pasará después.

—No te estaba mirando—miento, y ambos lo sabemos.

Él sonríe de nuevo, pero esta vez, esa sonrisa no tiene nada de burla. Es peligrosa, como si supiera exactamente lo que estoy sintiendo. Lentamente, baja la mano de la pared y retrocede un paso, dejándome respirar de nuevo. El aire que me rodea parece menos denso, pero la tensión sigue presente.

—Cuídate, Liam—dice con un tono que me deja más confundido que antes. Se gira con calma y sale de la ducha como si nada hubiera pasado, dejando solo el sonido del agua y mi corazón acelerado resonando en el espacio.

Me quedo quieto, mi cuerpo rígido mientras trato de asimilar lo que acaba de ocurrir. ¿Qué demonios fue eso? Paso mis manos por mi cara, tratando de recobrar el sentido. El agua sigue corriendo, fría ahora, pero mi mente está a kilómetros de allí, pensando en él. En cómo me miró, en cómo me hizo sentir... vulnerable y, a la vez, deseado.

Termino de ducharme rápido, intentando apartar esos pensamientos, pero mientras me visto, sé que esto no ha terminado. No sé quién es realmente, pero quiero averiguarlo. Quiero saber por qué todos lo temen, pero lo que más me asusta es que, a pesar de las advertencias, no puedo dejar de querer acercarme.

Salgo del gimnasio con la sensación de que algo ha cambiado, y que este no es el final, sino el principio de algo mucho más grande.

Soy ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora