Dia 14

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Esta mañana no me desperté con el sonido de la alarma como todos los días, me desperté con el sonido de mi madre, llorando en el salón. Nunca la había oído llorar así. Me levanté de la cama, con el corazón en un puño, y bajé las escaleras, aún medio dormido, sin poder imaginar lo que me esperaba.

Cuando vi su cara, supe que algo horrible había pasado. Su rostro estaba demacrado, los ojos enrojecidos y la boca temblando. No podía ni hablar, solo suspiraba mientras miraba a la nada.

—¿Qué te ha pasado mamá? —pregunté.

—Tu padre... —dijo finalmente, entre lágrimas—. Ha tenido un infarto esta noche. No... no ha sobrevivido.

El mundo se detuvo. Él estaba bien, siempre lo había estado. No podía ser cierto. Esa idea se repitió en mi mente como un eco aterrador.

—No puede ser... —murmuré, mientras el aire se me escapaba de los pulmones. Me sentí completamente inútil. Quería ayudar, quería consolar a mi madre, pero no sabía cómo. Lo único que podía hacer era estar allí, en silencio, sintiendo que mi corazón se desgarraba por dentro.

A lo largo del día, mis tíos llegaron a casa. La casa, que siempre había sido un refugio cálido, se convirtió en un lugar helado, lleno de murmullos y llantos. Mi madre no paraba de llorar, y yo... yo me sentía como un extraño en mi propia casa.

El funeral fue rápido. Las caras de los familiares se fundían con el dolor, pero yo me sentía como si estuviera en otra dimensión. Cuando vi el ataúd, fue como una puñalada en el corazón. No podía apartar la vista, y, a pesar de que mi mente sabía que era el final, mi corazón se negaba a aceptar la realidad.

—Papá... —murmuré, sin poder evitarlo. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué la vida me tenía que tratar así? No puedo dejar de pensar en la muerte, en lo rápido que todo puede cambiar. Un día estás aquí, y al siguiente, te has ido. Y todo sigue como si nada.

Cuando llegué a casa, Valeria estaba jugando a las muñecas con mi abuela, sentada en el suelo del salón. Me miró con sus grandes ojos, llenos de curiosidad.

—¿Cuándo va a volver papi? —preguntó, inocente. Esa pregunta me rompió el corazón.

No sabía qué decirle. Me di cuenta de que ella todavía no sabía lo que había pasado, pero no podía mentirle. Así que me agaché frente a ella y, con una sonrisa temblorosa, le respondí.

—Papá está en el cielo, Valeria. Nos está viendo desde una nube, cuidando de nosotros.

Su carita se iluminó, y eso me hizo sentir un poco mejor, aunque sabía que no era verdad.

—¿De verdad? —preguntó mientras sus ojos brillaban de emoción.

—Síii. Siempre estará cuidando de ti y de nosotros. —Le acaricié el pelo, intentando ocultar mi dolor.

—Entonces, le voy a dibujar algo para que lo vea desde su nube. —Dijo, mientras se levantaba y corría a buscar sus rotuladores.

Y yo, por dentro, solo asentí, tratando de no romperme frente a ella. Si Valeria podía encontrar consuelo en la idea de que papá estaba en el cielo, quizás yo también debería intentar aferrarme a esa esperanza. Aunque, en el fondo, sabía que el vacío que dejaba era insustituible.

30 DIASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora