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"Donde una misteriosa semilla de dragón logra cautivar al príncipe heredero en medio de la guerra misma"


Bajo la luz parpadeante de las antorchas, la habitación se llenaba del suave crepitar de las llamas y del eco de los secretos que en ella se susurraban. Selenei, con su mística presencia y mirada intensa, permanecía imperturbable, a excepción de una sonrisa que apenas rozaba sus labios. El ambiente estaba cargado, como si el destino mismo aguardara entre las sombras. Con calma, Selenei tomó la mano de Jacaerys aquel príncipe joven y abatido por las cargas de la guerra. Sus dedos, ligeros y casi etéreos, guiaron su mano hacia el fuego que danzaba ante ellos.

—Si siguen negando su derecho, entonces... —murmuró, su voz como el suave aleteo de un cuervo antes de la tormenta. Hizo una pausa deliberada, dejando que el silencio se alargara, mientras la mano de Jacaerys rozaba el calor de las llamas. Entonces, con un brillo febril en sus ojos, la joven pronunció las palabras que marcaban el destino de los Targaryen desde tiempos inmemoriales—. Conquistaremos lo que le pertenece, mi rey, con fuego y sangre será.

Jacaerys, sumido en pensamientos, la miró con desconcierto, sus facciones endurecidas por las innumerables batallas y traiciones, pero ahora suavizadas por una sonrisa pícara que se dibujaba en su rostro. La audacia de la joven, su convicción implacable, le resultaba tan sorprendente como peligrosa.

—No tenemos un ejército —respondió, la ironía teñía sus palabras, como si el propio destino hubiera caído en un sinsentido—. Luke apenas puede liderar la flota con la ayuda de Alyn —alegó, dejándose caer pesadamente sobre una silla. Su fatiga se hacía evidente mientras pasaba las manos por sus sienes, intentando encontrar claridad en medio del caos que les envolvía.

Los pasos de la joven, gráciles como los de una cazadora bajo la luna llena, la llevaron hasta él. Con una delicadeza calculada, sus manos se deslizaron hacia el cuello del joven príncipe, rodeándolo, como si el peso de sus palabras pudiese darle la fuerza que él tanto buscaba. No se dejó caer en su regazo, pero su proximidad lo envolvía como la promesa de un fuego inextinguible. El joven levantó la mirada, sus ojos atrapados en los de ella.

—¿No escuchó lo que dije? —susurró la joven, su voz un eco que parecía provenir de las mismísimas entrañas de Rocadragón—. Con fuego y sangre será.


En los albores de la Danza de los Dragones, aquella guerra que habría de teñir de sangre y fuego los anales de la historia de Poniente, los cielos rugían con la furia de bestias aladas. La disputa entre la Reina Negra y su medio hermano, por el trono de hierro, marcaba cada rincón del reino con muerte y desesperación. Las casas mayores, divididas entre lealtades y traiciones, miraban hacia los cielos, donde los dragones, antaño considerados dioses vivientes, descendían para desatar su poder destructor.

Ante la inminente caída de su causa, la Reina Negra recurrió a una medida desesperada: la llamada de las Semillas de Dragón, hombres y mujeres de linajes oscuros, pero con la sangre antigua de Valyria corriendo por sus venas. Entre ellos, pocos lograron lo que solo los Targaryen habían conseguido por generaciones: someter a una de aquellas majestuosas criaturas. La mayoría fue consumida por las llamas o despedazada por las fauces de los dragones, pero dos de esas semillas, contra todo augurio, lograron lo impensable.

Entre ellas se alzaba Selenei, una joven nacida entre sombras y jarros de vino en una taberna olvidada por los señores. Con apenas quince inviernos a su nombre, esta doncella se atrevió a reclamar a Ala de Plata, la dragona venerada por su gracia y poder, símbolo de la grandeza que una vez fue. Pero en los pasillos de Rocadragón, donde la nobleza tejía intrigas bajo los antiguos tapices, la hazaña de Selenei no fue recibida con alabanzas ni gloria.

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⏰ Última actualización: Oct 14 ⏰

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𝐁𝐞𝐧𝐭𝐞𝐝 - Jacaerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora