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Kei Tsukishima

Estábamos de camino al gimnasio. Yamaguchi hablaba a mi lado, pero no prestaba atención a lo que me decía. No tenía ni idea de qué me estaba diciendo. Mi atención estaba en otra parte, en algo que no había podido sacarme de la cabeza desde hace un buen rato. O más bien, en alguien.

—¿Me estás escuchando, tsuki? —preguntó Yamaguchi, dándome un pequeño empujón en el hombro.

—Sí... sí, te escucho —respondí, sin molestarme en mirarlo.

—Mentira —resopló, pero no insistió.

Me senti mal por un momento pero no es como si pudiera prestarle atención a otra cosa. Desde el receso, no había podido dejar de pensar en Emi... y en Kageyama. Cada vez que los veía juntos, tan cerca, hablando y riendo como si fueran los mejores amigos, sentía ese estúpido malestar crecer en mi pecho.

No entendía por qué me molestaba tanto. O mejor dicho, no quería entenderlo.

—¿Estas así por lo de Emi y Kageyama? — escuché de repente a Yamaguchi decir, y eso hizo que mi cuerpo se tensara al instante.

—¿Qué? —respondí de forma automática

— Estas en ese plan pesado desde que los seguiste en el receso, que viste para que te estes asi? —añadió, con ese tono que usaba cuando sabía más de lo que aparentaba.

— No vi nada, ya deja de preguntar tonterías —dije, intentando sonar despreocupado. —Tobio y Emi pueden hacer lo que quieran.

Mentira. Claro que había algo. Cada vez que los veía tan cerca, riéndose de no sé qué, me hervía la sangre. Lo peor es que Emi parecía disfrutar estar cerca de el, se reía más, hablaban más. Y cada vez que estaban juntos.

Eso me jodía. Me jodía porque no era conmigo con quien Emi estaba sonriendo.

Ni siquiera sé por qué me afecta tanto... No quiero que me afecte. No quiero tener estos pensamientos, ni sentir este maldito torbellino dentro de mí cada vez que la veo con él. No quiero acercarme a ella porque...

—Tienes miedo, ¿verdad?

Mis pies se detuvieron en seco, y por primera vez en todo el camino, lo miré directamente. ¿Cómo demonios sabía eso? Mi garganta se secó, y por un segundo, no supe qué responder. Miedo. No había dicho esa palabra en voz alta, ni siquiera a mí mismo, pero ahí estaba Yamaguchi, poniendo en palabras exactamente lo que no quería admitir.

—¿De qué hablas? —traté de sonar indiferente, pero el ligero temblor en mi voz me delató.

Yamaguchi me miró de reojo, con una expresión de "te conozco demasiado bien". Apreté los puños, incómodo, sintiendo el calor en la nuca. ¿Por qué tenía que soltar esas preguntas de la nada? Me puse tenso, nervioso.

—Sabes perfectamente de qué hablo, tsuki —respondió, tranquilo, pero directo—. No tienes miedo de ella. Tienes miedo de lo que sientes por ella.

Tragué saliva, intentando disimular la incomodidad que me generaba su observación. Ya me esta dando miedo lo bien que me conoce el pecoso.

—Estás diciendo tonterías —intenté desviar, pero no pude evitar acordarme los lentes como por milésima vez en el día, como si eso pudiera bloquear lo que acababa de decirme.

Sin embargo, Yamaguchi me miró con esos ojos que parecían ver más allá de lo que yo quería mostrar.

—No lo creo. Me pregunto cuánto más vas a ignorarlo —añadió, y su tono tenía ese deje de preocupación, como si realmente le importara lo que estaba pasando conmigo.

Amor en la Red | tsukishima keiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora