Capítulo 2: Ecos en la Desolación

0 0 0
                                    

El viento frío arrastraba polvo y hojas secas a través del árido valle, pintando el paisaje con tonos grises y ocres que se fundían con las rocas dispersas por el suelo. Naqan caminaba despacio, midiendo cada paso, sintiendo cómo el suelo bajo sus pies cambiaba de consistencia. El silencio de las colinas era interrumpido solo por el murmullo del viento, pero en su mente, resonaban los ecos de la noche anterior. El rugido distante del león americano seguía marcando su memoria, un recordatorio constante de lo cerca que había estado la muerte. Los crujidos en la oscuridad, las sombras que se movían entre los arbustos, todo lo mantenía en un estado de vigilancia permanente.
Aunque había logrado ahuyentar a la bestia con el fuego, Naqan sabía que el león aún estaba cerca. La amenaza nunca desaparecía del todo en estos parajes salvajes. Si no eran los leones, serían los lobos o el frío lo que finalmente lo vencería. Pero no hoy. Hoy, el viento traía consigo una promesa leve de calor desde el fondo del valle, una brisa apenas perceptible que rompía el hielo que llevaba en el cuerpo desde que había dejado atrás las cumbres de las montañas.
El valle que se extendía frente a él parecía un océano inmóvil de rocas y arena. Desde lo alto de las montañas, había parecido vacío, un desierto estéril, pero ahora, mientras caminaba, Naqan comenzaba a notar señales de vida. Eran sutiles: huellas en la tierra seca, el rastro de un pequeño roedor que había cruzado entre las rocas, o el aleteo distante de un ave buscando refugio. Era un paisaje que, aunque hostil, estaba lleno de oportunidades. Aquí, si lograba sobrevivir, podría encontrar lo que tanto había estado buscando: una nueva vida, un nuevo comienzo.
Mientras caminaba, la fatiga comenzaba a pesar de sus piernas. Había estado avanzando desde el amanecer, pero las colinas pedregosas y las inclinaciones del terreno hacían que el trayecto fuera cada vez más extenuante. Sentía el cansancio acumulado en su cuerpo, pero sabía que no podía detenerse. El hambre lo acompañaba como una sombra, un recordatorio constante de su fragilidad. Desde hacía días, apenas había ingerido algo más que raíces y algunos trozos de carne, y aunque el agua del arroyo había sido un alivio temporal, no sería suficiente para mantenerse en pie por mucho tiempo más.
- Mira , ¿qué habrías pensado de este lugar? -murmuró al viento, sin esperar respuesta.
Hablar con sus amigos caídos le daba cierto consuelo, aunque fuera por breves momentos. Se imaginaba la risa de Mira , siempre iluminada incluso en los peores momentos. A su lado, Taarok habría sido más práctico, sugiriendo estrategias para aprovechar las pocas oportunidades que ofrecía el valle. Pero ellos ya no estaban, y Naqan sabía que la única compañía que le quedaba era el recuerdo de sus voces .
Los ecos del pasado lo perseguían. A veces sentía la presencia de Taarok o Mira como si aún pudieran aconsejarlo, como si sus espíritus estuvieran ahí, caminando con él. Esos recuerdos lo ayudaron a mantener la cordura en medio de la inmensidad solitaria. Cada vez que el viento soplaba, Naqan cerraba los ojos por un segundo, como si pudiera sentir la mano de su amigo en el hombro o la risa lejana de Mira, burlándose de él en silencio. Esa compañía, aunque ilusoria, era lo único que le impidió sumirse en el abismo de la desesperación.
Pero el valle, con su inmensidad y su silencio abrumador , siempre le recordaba lo solo que estaba. Cada paso lo acercaba al bosque lejano que apenas vislumbraba en el horizonte. Sabía que ahí podría encontrar comida o refugio, pero la travesía era agotadora, y el constante susurro del viento le decía que no debía bajar la guardia. La naturaleza aquí no tenía compasión , y el peligro acechaba en las sombras, siempre esperando el momento en que Naqan bajara la guardia.
Cerca del mediodía, un detalle en el paisaje lo obligó a detenerse. Las rocas se dispersan a lo largo de su camino, parecían naturales al principio, pero algo en su disposición lo inquietaba. Se acercó, observando con detenimiento cómo algunas piedras formaban pequeños montículos. Era una disposición demasiado ordenada para ser obra del azar. Naqan frunció el ceño, agachándose para examinar más de cerca una de las formaciones.
- Esto no es obra del viento , -susurró, sus palabras apenas audibles sobre el viento que seguía soplando. Acarició una de las piedras con los dedos, notando el desgaste en su superficie, como si alguien la hubiera colocado allí a propósito. No podía ser casualidad.
La idea de otros humanos en el valle lo llenó de incertidumbre . Por un lado, la esperanza brotó en su pecho: si alguien más había estado aquí, tal vez no estaba tan solo. Tal vez había otros sobrevivientes, personas como él que habían logrado llegar a este lugar. Pero junto con esa esperanza, surgió también el miedo . En un mundo tan cruel como este, no todos los humanos serán amigos. La desconfianza era tan necesaria como el fuego o la lanza.
Naqan decidió seguir el rastro. Cada paso que daba lo acercaba más a la respuesta, pero también lo hacía más vulnerable. Las colinas alrededor comenzaron a cerrarse a su alrededor, formando un pasaje natural que se estrechaba a medida que avanzaba. El viento se intensificaba, levantando polvo y hojas secas que nublaban su vista. Las sombras se alargan, proyectando figuras fantasmagóricas sobre las rocas.
El terreno se hacía más difícil. Las colinas se volvieron más empinadas y el viento más fuerte, como si el valle mismo quisiera empujarlo hacia atrás. Naqan caminaba con la lanza siempre en mano, listo para cualquier amenaza que pudiera surgir. Sabía que cada paso lo acercaba al peligro, pero también a la posibilidad de encontrar algo más, algo que le diera una razón para seguir adelante.
Mientras el día se desvanecía, una sensación inquietante comenzó a crecer dentro de él. El viento ya no era solo el susurro de la naturaleza. Traía consigo sonidos que parecían pertenecer a algo más. Pequeños crujidos , como ramas rotas bajo el peso de algo moviéndose entre las sombras. Se detuvo en seco, tensando cada músculo de su cuerpo, escuchando con atención.
- Taarok , tú sabrías qué hacer ahora, ¿verdad? -murmuró en un susurro, esperando que el espíritu de su amigo le ofreciera alguna respuesta, alguna señal de lo que debía hacer.
Pero el silencio fue su única respuesta. Naqan respiró hondo y continuó, aunque la sensación de ser observado no lo abandonaba. El bosque estaba cada vez más cerca, pero ahora, algo más lo acompañaba. Era como si el valle mismo estuviera vivo, como si las sombras que lo rodeaban se movieran a voluntad.
Y entonces lo vio.
A lo lejos, entre las sombras del crepúsculo, una figura humana estaba de pie. Inmóvil, observándolo. Naqan sintió cómo su corazón comenzaba a latir más rápido. ¿Era real? ¿Había encontrado finalmente a alguien más?
- ¿Quién está ahí? -gritó, su voz rompiendo el silencio del valle.
El eco de sus palabras fue lo único que regresó. La figura no respondió. No se movía. Naqan frunció el ceño, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad. Decidió acercarse con cautela, su lanza estaba lista en caso de cualquier peligro. El viento levantaba polvo a su alrededor, dificultando su visión mientras avanzaba.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la figura simplemente desapareció . Como si nunca hubiera estado allí. Naqan se detuvo, desconcertado. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de lo que había visto, pero no encontró nada. El suelo estaba vacío, las rocas inertes. El valle seguía tan vasto y desolado como siempre.
- No estoy loco , -murmuró para sí mismo, aunque una pequeña parte de él comenzaba a dudar. El cansancio, el hambre y la soledad jugaban con su mente, distorsionando la realidad.
El bosque estaba más cerca, pero aún quedaba un largo trecho antes de llegar a él. Naqan sabía que no podía apresurarse, aunque el instinto de supervivencia lo empujaba a moverse más rápido. No podía darse cuenta del lujo de cometer errores. La naturaleza aquí no perdonaba . Los animales cazaban en la noche, y él solo tenía el fuego y su lanza para protegerse. Pero ahora, con la visión de aquella figura desaparecida, el peligro parecía más cercano que nunca.
El crepúsculo caía lentamente, alargando las sombras y sumiendo el valle en una penumbra inquietante. Naqan avanzaba con la mirada fija en el suelo, observando las huellas que iba dejando detrás. El frío comenzaba a asentarse de nuevo, y el nivel de calor que había sentido al mediodía era ahora un recuerdo lejano. El viento seguía susurrando su advertencia constante, y las rocas, antes sólidas y familiares, parecían cobrar vida en la oscuridad.
Pero no podía detenerse. El hambre y el cansancio eran enemigos que conocía bien, y aunque lo debilitaban, no podía doblar su voluntad. Cada paso lo acercaba más a la posibilidad de un refugio. El bosque , con sus promesas de caza, agua y cobijo, era su única esperanza.
Mientras avanzaba, sus pensamientos vagaban entre el presente y el pasado. Recordaba las enseñanzas de su padre, un hombre sabio y fuerte , quien le había dicho una vez: "El hombre que sigue adelante es el que sobrevive". Esa frase resonaba en su mente una y otra vez, grabándole que detenerse significaba morir. Y Naqan no estaba listo para rendirse.
- Padre , me enseñaste a ser fuerte. Pero ¿qué hago cuando ya no queda nadie a quien proteger? -murmuró, su voz apenas audible entre los ecos del viento.
La imagen de su padre, alto y robusto, con una mirada firme y llena de determinación, apareció en su mente. Su padre había sido muy importante en el clan , un pilar que mantenía a todos unidos. Naqan había intentado seguir su ejemplo, pero no pudo salvar a su gente. El dolor de esa pérdida aún ardía en su pecho, como una herida que no sanaba.
El recuerdo de Taarok también lo atormentaba. Su fiel compañero, había sido su mentor, su hermano en la caza y su mayor apoyo. Recordaba la última vez que lo había visto, antes de que los lobos lo atacaran en las montañas. Naqan había querido ayudarle, pero el miedo lo había paralizado. Esa culpa lo consumía, lo hacía dudar de sí mismo a cada paso.
Pero la culpa, como el hambre y el cansancio, no podía detenerlo. Naqan apretó los dientes y siguió adelante. No tenía otra opción. Su supervivencia, por mínima que fuera, era todo lo que le quedaba.
El terreno comenzó a cambiar nuevamente. Las rocas se volvieron más grandes, y el suelo, antes firme y duro, ahora estaba suelto, como si algo lo hubiera removido recientemente. Naqan frunció el ceño, deteniéndose por un momento para observar más de cerca. Era una señal de que algo o alguien había estado aquí antes que él. Quizás los animales cavaban en busca de comida, o tal vez era obra de manos humanas.
Siguió avanzando, cada vez más alerta. La sensación de que no estaba solo crecía dentro de él, una tensión en el aire que lo mantenía en vilo. Sus pasos eran más lentos, medidos, y sus sentidos estaban agudizados. Sabía que, en este lugar, cualquier error podía costarle la vida.
Finalmente, llegó a una pequeña hondonada entre dos colinas. Allí, algo llamó su atención: un trozo de tela deshilachada, colgado de una rama baja. Naqan se acercó, su corazón latía con fuerza. La tela era antigua, sucia, pero no estaba completamente deteriorada. Alguien había pasado por aquí recientemente.
El hallazgo lo llenó de esperanza y miedo a partes iguales. Si había más humanos cerca, tal vez no estaba tan solo como pensaba. Pero, al mismo tiempo, eso significaba que no podía confiar en nadie. En este mundo, los humanos podían ser tan peligrosos como los depredadores que cazaban en la oscuridad.
- No estás solo, Naqan, -susurró, intentando convencerse de que no todo lo que encontraba era una amenaza.
El bosque estaba cada vez más cerca, y las sombras de los árboles comenzaban a definirse con mayor claridad en el horizonte. Naqan decidió que era mejor no apresurarse. La noche estaba cayendo rápidamente, y sabía que era peligroso seguir avanzando en la oscuridad. Necesitaba un lugar donde refugiarse, al menos hasta el amanecer.
Cerca de allí, encontró una pequeña cueva natural formada por las rocas. No era lo suficientemente profundo como para protegerlo de todos los peligros, pero serviría por esa noche. Reunió algunas ramas secas y subió un pequeño fuego, lo justo para mantenerse caliente y ahuyentar a los depredadores.
El crepitar de las llamas era reconfortante. A su alrededor, el viento seguía aullando, pero el calor del fuego le ofrecía una sensación mínima de seguridad. Se sentó junto a las llamas, envolviéndose en su capa y observando cómo la luz bailaba sobre las paredes de piedra.
Naqan sabía que no podía permitirse el lujo de bajar la guardia. Las sombras parecían moverse con vida propia, y aunque no podía verlos, sentía que los ojos de los acechadores lo vigilaban desde la oscuridad. El encuentro con el león americano seguía fresco en su memoria, un recordatorio constante de que seguía y estaba en territorio hostil.
A medida que las horas avanzaban, el cansancio comenzó a vencerlo. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente seguía alerta, siempre vigilante. Cerró los ojos por un momento, permitiéndose descansar, pero su lanza permaneció cerca de su mano, lista para cualquier eventualidad.
En la distancia, un sonido rompió el silencio . No era un animal esta vez, era algo más. Algo más peligroso. Naqan abrió los ojos de golpe. Sabía que debía estar preparado.
Con la tela en la mano, Naqan decidió continuar el camino y acelerar el paso. El bosque estaba al alcance de su vista , sus árboles se alzaban como sombras largas y oscuras, una promesa de refugio en medio del desierto. El aire era cada vez más frío , y las sombras de la noche comenzaban a alargarse, envolviendo el valle en un manto de oscuridad que lo hacía aún más inhóspito. El cansancio lo golpeaba , pero sabía que no podía detenerse, no ahora.
Cada paso que daba lo acercaba más al bosque, pero también lo sumía en una sensación de inquietud . La tela que había encontrado seguía en su mano, un trozo desgarrado, pero significativo. ¿Había alguien más allí? Esa posibilidad le daba fuerzas para seguir, pero también alimentaba el miedo. Si había sobrevivientes en esas tierras, podrían ser amigos... o enemigos.
El viento frío arremolinaba el polvo del valle, lanzándolo contra su rostro mientras avanzaba. Las sombras se movían en la penumbra , figuras indistinguibles que lo hacían girar la cabeza con cada sonido. Pero Naqan sabía que no podía permitirse el lujo de ceder al miedo. A lo lejos, el susurro de las rocas, las ramas secas que crujían bajo el viento, creaban una atmósfera cargada de tensión. Cada paso parecía resonar como un eco en ese valle desolado.
Finalmente, encontró un pequeño claro entre las rocas donde decidió detenerse. Era una hondonada , lo suficientemente profunda como para proporcionarle una protección mínima contra lo que sea que lo vigilaba de cerca. Se arrodilló para examinar el terreno: estaba seco, con suficientes grietas en la roca para evitar que la humedad del aire nocturno lo empapara. Aunque su instinto le decía que debía continuar, sabía que su cuerpo no podría seguir mucho más. El agotamiento era su enemigo tanto como lo era el frío.
- Mira -susurró, mientras recogía piedras pequeñas para rodear un círculo improvisado. El nombre de su amiga caía de sus labios con familiaridad, como si ella estuviera a su lado, ayudándolo a elegir el lugar adecuado para descansar-. Habrías encontrado algo mejor.
La pequeña broma se escapó de sus labios con una leve sonrisa que desapareció rápidamente en la gravedad del momento. Encendió otro pequeño fuego con ramas secas que había recogido por el camino. El fuego era débil, casi simbólico, pero la llama parpadeante lo mantendría a salva de las bestias. Se envolvió con su capa raída y se sentó junto a las llamas, observando cómo las sombras danzaban en las rocas. El calor que emanaba era apenas suficiente para calmar el temblor en sus manos.
Mientras el crepitar del fuego llenaba el silencio, su mente volvía una y otra vez a la figura que había visto en la distancia. ¿Era real? Naqan no estaba seguro de si lo que había presenciado había sido fruto de su fatiga o si realmente había alguien en ese valle con él. En su soledad, un aliado podría significar la diferencia entre la vida y la muerte, pero también sabía que, en un mundo tan hostil, no todos los humanos podían ser confiables.
De pronto, el viento cambió de dirección , trayendo consigo un nuevo sonido. No era el rugido lejano de un depredador ni el crujido de las ramas secas bajo el peso del viento. Era algo más suave , como si el aire mismo susurrara algo que Naqan no lograba entender. Se tensó, su cuerpo reaccionando antes que su mente. Agarró su lanza con fuerza, levantándose lentamente, observando a su alrededor.
El fuego proyectaba sombras alargadas, y las rocas cercanas parecían cobrar vida bajo la luz temblorosa. A pesar del miedo, Naqan mantuvo la calma. Había aprendido que, en esos momentos de incertidumbre, la paciencia y la vigilancia eran sus mejores armas.
- ¿Quién está ahí? -preguntó con voz firme, intentando controlar el temblor que se escondía en su garganta.
El eco de su voz fue lo único que respondió. Pero no fue suficiente para calmar sus sospechas. El susurro volvió, esta vez más cercano, más tangible. Era como si el viento llevara consigo un mensaje que solo él podía percibir. Naqan dio un paso hacia adelante, intentando agudizar sus sentidos.
El fuego comenzó a apagarse, consumido por la falta de combustible. Las sombras alrededor se alargaron, engullendo el paisaje a su alrededor. El frío aumentó de golpe, haciendo que Naqan se estremeciera. Sentía que no estaba solo , y esa certeza lo mantenía en vilo. Cada sonido, cada movimiento en la penumbra era una señal que no podía ignorar.
Entonces, de la oscuridad, algo surgió detrás de él. Naqan giró de inmediato, con su lanza en alto, listo para defenderse, pero la figura que había visto desapareció en la penumbra. El sonido de los pasos se hizo más fuerte, rodeándolo. Sabía que lo estaban acechando, pero no podía ver a su enemigo. El viento zumbaba en sus oídos como si tuviera una voz propia, susurrándole advertencias. Las rocas alrededor de él parecían moverse, como si tuvieran vida propia.
Naqan retrocedió hacia el fuego, avivándolo con lo poco que quedaba de ramas secas. Las llamas se alzaron , pero su luz no era suficiente para ahuyentar la sensación de peligro. Sabía que no estaba solo, aunque no podía ver a su enemigo. Algo o alguien lo observaba desde la oscuridad, esperando el momento adecuado para atacar.
El silencio del valle era ensordecedor. Cada músculo de su cuerpo estaba en tensión, listo para reaccionar ante cualquier señal. Los ecos de los pasos desaparecieron, dejando solo el zumbido constante del viento y el crepitar del fuego moribundo. Naqan sabía que debía mantener la calma, pero la soledad y el miedo comenzaban a jugar con su mente. Las sombras lo rodeaban , y la sensación de estar siendo observado no lo abandonaba.
Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, el sonido cesó. El valle volvió a sumirse en un silencio absoluto. Pero Naqan no bajó la guardia. Sabía que, aunque la amenaza inmediata parecía haberse desvanecido, el peligro seguía allí, acechando en la penumbra.
No durmió esa noche . Sabía que cerrar los ojos, aunque fuera por un segundo, podía ser su sentencia de muerte. El fuego ardió hasta convertirse en cenizas, y las primeras luces del amanecer comenzaron a asomar en el horizonte. El valle, cubierto por una neblina ligera, parecía más silencioso que nunca, pero la sensación de ser observado no se desvanecía.
Naqan se levantó con los músculos entumecidos, sus articulaciones rígidas después de una noche sin descanso. No había señales visibles de lo que lo había acechado, pero el eco de esos pasos aún resonaba en su mente. Sabía que algo o alguien lo había seguido, pero la naturaleza de esa amenaza seguía siendo un misterio.
Mientras reconocía sus pertenencias, sus pensamientos se centraban en una sola cosa: encontrar respuestas. Si alguien más estaba en el valle, debían estar cerca. La tela que había encontrado, las formaciones de piedras que había visto, todo indicaba que no estaba solo. Pero ¿quiénes eran? Naqan sabía que debía estar preparado para cualquier eventualidad.
Con la lanza en mano y la capa bien ajustada, retomó su marcha. El bosque estaba a solo unas horas de distancia. A medida que avanzaba, el frío de la noche comenzó a disiparse lentamente, reemplazado por el tenue calor de los primeros rayos de sol. Pero la sensación de peligro no desaparece. El aire en el valle seguía cargado de tensión, como si algo invisible lo estuviera persiguiendo.
A cada paso, Naqan sintió que se acercaba a algo. El bosque, tan cercano, representaba ya no solo refugio, sino también respuestas. Las preguntas seguían acumulándose en su mente. ¿Quién había dejado la tela? ¿Qué significaban las extrañas formaciones de rocas? Y más importante, ¿qué era esa presencia que había sentido durante la noche?
Con la tela y su lanza en las manos, Naqan decidió acelerar el paso. A pesar de las señales de vida humana que había encontrado, la duda lo acosaba. ¿Estaba realmente solo? La idea de que alguien más pudiera habitar esas tierras lo llenaba de esperanza, pero también lo hacía dudar de cada paso que daba.
La noche regresaría rápido, como un buitre acechante, y Naqan sabía que no podía permitirse ser atrapado al descubierto. El hambre lo debilitaba todavía más, y el frío comenzaba a abrirse camino a través de su capa raída. Las sombras que se extendían sobre el valle creaban formas inquietantes en su mente, y cada roca o arbusto parecía cobrar vida mientras el paisaje se abría y a su vez lo envolvía.
El viento soplaba, empujando todo a su alrededor, arrastrando consigo hojas secas y fragmentos de ramas. Naqan no podía evitar sentirse vulnerable en medio de aquel vasto desierto de piedra. Su mirada se movía de un lado a otro , vigilante, escaneando cada rincón, cada grieta, buscando a aquel ente que lo ha vigilado desde el primer momento que llegó a ese valle. Sabía que cualquier distracción podría costarle la vida.
A medida que el tiempo transcurría, sus pensamientos volvían nuevamente a eso que lo había visto. Le hablaba a Taarok y Mira no en el sentido tradicional, sino de manera espiritual, pidiéndoles su protección, su guía. Naqan se quedó en silencio, intentando escucharlos, sus voces en medio de la adversidad, sus presencias en estos momentos tan críticos. Ahora, sin ellos, cada decisión recaía sobre sus hombros, y eso le pesaba más que el frío.
Cada vez que Naqan sentía que podía relajarse, un nuevo sonido o una sombra en movimiento lo devolvía a su estado de alerta. El cansancio aún pesaba sobre él, pero sabía que no podía permitirse dormir. El frío se instaló nuevamente en sus huesos, recordándole lo vulnerable que era sin una fuente de calor constante.
Tiempo más tarde, Naqan se levantó con el cuerpo adolorido y los músculos entumecidos. Recogió sus pertenencias rápidamente, sabiendo que debía moverse antes de que el día avanzara demasiado. El bosque, ahora visible en el horizonte, era su único refugio posible.
A medida que se acercaba al bosque, el paisaje comenzaba a cambiar. El terreno, antes seco y casi estéril, se volvía más blando y lleno de vida bajo sus pies. Las sombras de los árboles proyectaban un alivio en su mente, pero al mismo tiempo, lo llenaban de preguntas. ¿Qué o quién lo esperaba en ese bosque?
Cerca del mediodía, Naqan se detuvo. Algo en el aire había cambiado. El silencio del valle había sido reemplazado por el sonido distante de hojas moviéndose al viento, un crujido constante que parecía proceder del interior del bosque. Naqan se detuvo, escuchando con atención. No podía discernir si aquello que escuchaba era solo el viento o si había algo más, aquella cosa que lo observaba desde dentro.
El viento trajo consigo un susurro familiar, uno que no había sentido desde la noche anterior. La tela que llevaba consigo se agitó levemente en su mano, como si el aire intentara arrebatársela. El temor creció dentro de él , pero sabía que debía continuar. El bosque ya no estaba lejos, y las sombras de sus árboles le prometían protección, aunque también ocultaban más misterios.
El camino hacia el bosque fue lento y cauteloso. Naqan mantenía su lanza en alto, sus ojos moviéndose de un lado a otro. El silencio volvió, pero esta vez era diferente, más opresivo. Las señales de peligro que había sentido la noche anterior parecían seguirlo, y aunque el día avanzaba, la sensación de ser vigilado no lo abandonaba.
Finalmente, Naqan llegó al borde del bosque. Las copas de los árboles se extendían como brazos largos y oscuros, ofreciéndole refugio. Pero antes de adentrarse en el interior, una sombra a lo lejos lo hizo detenerse. No era una ilusión esta vez. Alguien o algo se movía entre las rocas en lo alto del valle, observándolo. Naqan se giró lentamente para mirarlo, y sus ojos se encontraron con una figura humana que se desvanecía entre las sombras.
El corazón de Naqan latía con fuerza. La persecución había comenzado.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 13 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El último del clan. Un mito perdido de la era de hielo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora