Capítulo 2: El cliente

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El aire de la oficina de Dante Santoro me sigue envolviendo incluso después de haber salido del edificio

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El aire de la oficina de Dante Santoro me sigue envolviendo incluso después de haber salido del edificio. Es denso, sofocante, como si las paredes estuvieran impregnadas de secretos que jamás deberían salir a la luz. Intento ignorar esa sensación mientras bajo los escalones de mármol, mis tacones resonando en el vacío como un eco de mi propia inquietud. Camino con la cabeza en alto, manteniendo la fachada que he construido a lo largo de los años. Ser abogada penalista en esta ciudad no es para los débiles, y menos aún si estás frente a hombres como Santoro.

Afuera, el aire es más fresco, pero no logro sentir alivio. Hay algo en su mirada que se ha quedado conmigo, clavado en la nuca, como una advertencia no dicha. Me detengo en la acera un momento y suelto un largo suspiro. No debería estar nerviosa, al menos no más de lo habitual en estos casos. He tratado con criminales antes, he defendido a asesinos, narcotraficantes, estafadores... Pero Dante Santoro es diferente.

Él juega en otra liga. Una en la que el poder y el control lo son todo, y donde las reglas no se escriben en ningún código penal. Y yo... bueno, yo he hecho esto antes, me digo. Pero esta vez, todo se siente distinto. Esta vez no es solo un caso más.

Sigo caminando hacia mi coche, intentando que mis pensamientos no se desborden. No puedo permitirme el lujo de perder el control. He trabajado demasiado para llegar hasta aquí. Y ahora, necesito que todo salga bien. Por Lucas. Ese pensamiento me devuelve a la realidad. Abro la puerta del coche y me siento al volante. Miro el sobre que Dante me entregó antes de salir de su oficina. Aún está intacto en mi bolso. No lo he abierto. No quiero, todavía.

Arranco el coche y me meto en el tráfico de la ciudad. Las luces brillan con fuerza en las primeras horas de la noche, y los autos avanzan en un caos controlado, pero a mí me resulta familiar, casi reconfortante. Llevo viviendo aquí más de diez años, desde que terminé la universidad y decidí quedarme para hacer carrera como abogada. Al principio, pensé que haría algo diferente, tal vez derecho corporativo o algo con menos contacto directo con el crimen. Pero, por alguna razón, me sentí atraída por los casos difíciles, por las defensas que nadie más quería tomar.

"Si no lo haces tú, nadie lo hará", me decía siempre uno de mis profesores en la facultad. Y tenía razón. Alguien tiene que defender a los culpables. A veces lo hacía por justicia, otras por dinero, y a veces, simplemente porque sabía que podía ganar. Eso es lo que más me enorgullece: mi récord casi perfecto.

Casi.

Lucas. Su nombre cruza mi mente como un relámpago. Todo esto es por él. Solo por él. Si no fuera por mi hermano, probablemente nunca habría aceptado este caso. Santoro no es solo un cliente más, y sé que estoy arriesgando mucho al involucrarme con él. Pero Lucas está en el radar de su gente, y si puedo asegurar su seguridad... lo haré, sin importar el precio.

Conduzco en silencio hasta llegar a mi apartamento. El edificio no es lujoso, pero tampoco es modesto. Está justo en ese punto intermedio donde las cosas son lo suficientemente cómodas para una abogada de éxito que aún no ha decidido qué hacer con todo el dinero que ha ganado. Aparco el coche y subo las escaleras, las llaves tintineando en mi mano mientras intento concentrarme en lo que tengo que hacer a continuación.

Al entrar, dejo el bolso en la mesa de la cocina y me quito los zapatos. El frío del suelo bajo mis pies descalzos me devuelve una parte de la calma. Mi apartamento está ordenado, casi clínico. Todo está en su lugar, como me gusta. He vivido sola durante tanto tiempo que cada objeto aquí refleja mi necesidad de control, mi incapacidad para tolerar el caos. Tal vez sea una deformación profesional, o tal vez solo soy así.

Miro el sobre de nuevo. Los detalles. Dante me lo entregó con esa sonrisa enigmática, como si supiera que, en cuanto lo abriera, estaría aún más enredada en su mundo. Tomo el sobre entre mis manos y lo abro finalmente, con manos firmes, aunque por dentro siento una ligera sacudida de nervios.

Los documentos que caen en la mesa son pocos, pero cada uno parece tener el peso de una bomba. Nombres, transacciones, fechas... Todo lo que no debería existir. Todo lo que lo conecta con algo mucho más grande de lo que esperaba. Esto no es solo un caso de defensa penal; esto es una red de crimen organizado que atraviesa fronteras, moviendo piezas que ni siquiera sabía que existían. Y aquí estoy yo, con la llave para desbloquearlo todo.

Me llevo una mano a la sien, masajeándola ligeramente mientras leo y releo los documentos. El nombre de Lucas no está aquí, pero lo siento detrás de cada línea. Sé que lo usan, sé que lo vigilan. Y si algo de esto sale a la luz, su vida, no solo su libertad, estará en peligro. Dante lo sabe, y lo está usando contra mí.

—Mierda... —susurro, frotándome los ojos.

El teléfono en mi bolso vibra. Lo saco y miro la pantalla. Es Lucas.

—Laura, ¿qué pasa? —pregunta sin preámbulos en cuanto atiendo. Siempre ha sido directo. A veces eso es bueno, otras veces es un problema.

—Nada. Solo quería asegurarme de que estás bien. —Intento que mi tono suene casual, pero incluso yo sé que no lo estoy logrando.

Lucas hace una pausa al otro lado. Lo conozco demasiado bien. Sabe que no es "nada".

—¿Qué hiciste? —pregunta finalmente.

Cierro los ojos y respiro profundamente. No puedo mentirle, no completamente.

—Estoy trabajando en un caso complicado. No te preocupes. Solo... mantente fuera de problemas, ¿sí?

—Laura, sabes que si estás metida en algo, yo también lo estoy, ¿verdad? No me puedes proteger siempre.

—¡No quiero protegerte siempre! —respondo con más fuerza de la que quería—. Solo... no hagas nada estúpido. Por favor.

Silencio. Mi hermano siempre ha sido el más tranquilo de los dos, y aunque eso me frustra a veces, ahora es lo único que me da algo de paz.

—Está bien, lo prometo —dice finalmente—. Pero tú también cuídate.

Cuelgo sin responderle. Me dejo caer en una de las sillas de la cocina, observando los documentos esparcidos por la mesa. Dante Santoro. Su nombre resuena en mi mente una y otra vez. No es como otros clientes. Es más peligroso, más calculador. Lo que más me inquieta es que no muestra debilidad, y en este mundo, eso solo significa una cosa: poder absoluto.

Las horas pasan mientras leo una y otra vez, intentando encontrar alguna laguna, algo que pueda usar a mi favor. Pero todo está demasiado bien hecho. Esto no es un accidente, es una red tejida con precisión. Y ahora estoy dentro de esa red. No hay vuelta atrás.

Un sonido suave pero insistente interrumpe mi concentración. Es mi alarma. Me indica que ya han pasado tres horas desde que llegué a casa. Me había propuesto revisar los documentos por solo una hora, pero he perdido la noción del tiempo. Mis ojos están cansados, pero mi mente sigue corriendo, intentando analizar cada escenario, cada posible salida.

Me levanto de la silla y voy hacia la ventana. El cielo nocturno se ha cubierto completamente de oscuridad, apenas roto por las luces de los edificios y el tráfico lejano. Desde aquí, la ciudad parece tranquila, pero sé que debajo de esa fachada hay un mundo en constante movimiento, donde las vidas se juegan como piezas en un tablero de ajedrez. Y Dante Santoro es el rey en ese tablero. ¿Y yo? Solo soy una alfil, o quizá menos. Pero incluso las piezas menores pueden cambiar el juego, si saben cómo moverse.

Tomo mi teléfono nuevamente. He tenido la tentación de llamarlo, de exigir más detalles. Pero no soy tan ingenua. Santoro no me dará más de lo que ya me ha dado. Él espera que haga mi trabajo, y lo haré. Pero no me quedaré esperando a que él me controle. Necesito estar un paso por delante. Y para eso, necesito información. Mucha más información de la que tengo.

—Bien, Laura, tú sabes cómo manejar esto —me digo a mí misma.

Es hora de empezar a mover las piezas.

Tentación oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora