Capítulo 8: La jaula dorada

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El coche se detiene y, antes de que pueda reaccionar, siento la mano de Dante envolviendo la mía

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El coche se detiene y, antes de que pueda reaccionar, siento la mano de Dante envolviendo la mía. Su agarre es firme pero no doloroso. Es una advertencia silenciosa, una muestra de poder, como si me estuviera recordando lo obvio: no hay escapatoria.

La mansión de Dante aparece frente a nosotros, una sombra imponente en medio de la oscuridad. Mis manos están entrelazadas en mi regazo mientras lucho por mantener la calma. A mi lado, Dante es un muro impenetrable: silencioso, controlado. Siempre controlado.

—¿Lista? —su voz baja resuena en el espacio cerrado del coche.

No me molesto en responder. ¿Qué espera que diga? ¿Que estoy preparada para entrar en lo que él llama "nuestro hogar"? ¿Que estoy lista para aceptar esta farsa de matrimonio? Porque no lo estoy. Nunca lo estaré.

—Nunca estaré lista para esto, y lo sabes —mi respuesta es fría pero llena de verdad.

Él solo sonríe. Esa maldita sonrisa que dice que no importa lo que yo piense o sienta. Porque, al final, en este juego, él siempre gana. Me niego a darle la satisfacción de mostrar cuán frustrada me siento, pero Dante siempre encuentra la forma de sacarme de mis casillas.

—Lo sé —su voz es suave, casi tranquilizadora—, pero eso no cambia nada.

Su respuesta es un recordatorio de que mi vida ya no me pertenece. Desde que me casé con Dante, mis días han sido una lucha constante por mantener una parte de mí intacta, por no perderme en su mundo oscuro. Pero cada día que pasa, siento que esa parte se desvanece un poco más.

La puerta del coche se abre, y el aire frío de la noche golpea mi rostro. Es lo único que se siente libre en este lugar. Me levanto rápidamente, pero antes de dar un paso, siento su mano en la parte baja de mi espalda, guiándome hacia la entrada de la mansión. Es un toque ligero, pero cargado de significado. Él no solo me guía físicamente; es un recordatorio de su control sobre mí.

—No necesitas tocarme —murmuro, con un tono tan cortante como el filo de una navaja.

—No necesito hacerlo —responde, y puedo sentir la sonrisa en su voz—. Pero me gusta.

Me muerdo el labio para evitar soltar un comentario sarcástico. Todo en Dante gira alrededor del control, del poder que ejerce sobre los demás, especialmente sobre mí. Sabe que con cada gesto pequeño, con cada palabra, me recuerda quién tiene el mando. Lo odia admitir, pero hay algo en mí que no puede controlar. No soy una sumisa. Y lo sabe.

Entramos en la mansión, y el eco de nuestros pasos en el mármol amplifica el silencio entre nosotros. Todo en este lugar es opulento, perfecto, demasiado frío. No es un hogar. Nunca lo será.

Tentación oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora