(11 años después)
—¡Agh!—gritó Stara tirando su espada al suelo—¡No vale!
—Siempre te he dicho que en la batalla...
—Todo vale—Completó la frase con un suspiro—Ya, ya. Pero no me esperaba que hicieras un movimiento tan rastrero, Inny.
Inanna se rio y le guiñó el ojo quitándose el casco de batalla.
—Ya no eres una niña, Stara.
La joven resopló, divirtiendo a la diosa.
—Lo que tú digas—Se acarició la muñeca.
—Ve a darte un baño, anda. Estaré en el jardín.
—Claro, como la señora es una diosa no suda—dijo en un tono de burla.
La mujer se rio.
—Sudaré cuando tenga que esforzarme, se acabó el entrenamiento.
Dicho esto, la diosa salió por la puente que daba directo a los jardines y Stara negó con la cabeza indignada.
—Auch—susurró antes de irse a bañar.
—Te he escuchado—canturreó Inanna.
—¡Bien!—Respondió haciéndose la ofendida.
Cuando se metió al agua, Stara no pudo evitar pensar en cómo era su vida. Lo mucho que había aprendido en todos sus años de formación con Inanna, que la había instruido en combate, administración, etc. Y lo que disfrutaba con ella. Cuando tuvo la edad suficiente se había vuelto la consejera personal de Inanna. Tan cercana como para negarse a alguna idea de la diosa en post de conseguir un mejor beneficio para el reino. Sin embargo, el tiempo transformó aquello en más que una amistad real en la que Inanna podía quitarse el peso de ser una diosa y podía reírse con sinceridad.
Stara pasaba las noches en su habitación contigua a la de la diosa tratando de convencerse a sí misma de un secreto que no podía hablarlo ni con su mejor amiga. Debía convencerse de que sus sentimientos por ella solo eran tan fuertes debido a su amistad desarrollada durante años, no por un enamoramiento latente desde hacía un tiempo.
Minutos después, Stara se aproximó a los jardines, donde Inanna disfrutaba tumbada en su hamaca de la brisa que movía el aroma de los naranjos.
—Inny.
—¿Qué ocurre?
La diosa abrió un ojo para observar a la joven.
—Me han informado de que hay un mensajero esperando por tí en la sala del trono.
Inanna suspiró con hartazgo y se estiró.
—¿Qué demonios querrán ahora?—gruñó poniéndose en pie.
—No me han dicho nada más.
Stara se situó detrás de ella para seguirla hasta el trono.
Al llegar, Inanna cambió automáticamente su semblante y se sentó mirando al hombre con superioridad, mientras que Stara se situó de pie junto a ella.
—Dime, pues ¿Qué vienes a decir?
—Los dioses solicitan su presencia en la sala de conferencias, gran Inanna.
Stara rodó los ojos. Odiaba las reuniones. Todos los demás dioses la menospreciaban y hacían de menos por ser una mortal.
—Genial—musitó con sarcasmo.
Inanna la miró de reojo simpática, sabía lo poco que disfrutaba la chica de las reuniones.
—¿Algo más?