Forgive Me | PRÓXIMAMENTE EN FÍSICO

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

LEYLA STERNE

—¿Por qué nos ha abandonado mamá? —presiono una tecla. Me acomodo en el viejo banco de madera frente al piano y observo a papá—. ¿Crees que si yo hubiera sido mejor, ella se habría quedado?

Él niega con la cabeza, percibo el pequeño destello de culpa pero no lo comprendo. Al fin y al cabo ninguno de los dos es responsable.

—No lo sé, ella simplemente se marchó —responde—. Creo que es mejor que continuemos con las clases mañana, Ly. ¿No te parece?

—Está bien, papá —balanceo mis pies sobre el aire. Aún no alcanzo el suelo con ellos.
Papá se incorpora de su lado y se despide de mí dándome un beso en la frente. Entonces me quedo sola en la iglesia.

Y es cuando una idea surge en mi mente.

—Querido Dios... —pronuncio juntando mis manos— Haz que mami regrese. Y que cuando lo haga, me quiera. Agradezco a madre Luisa. Pero me gustaría ver a mamá. Aunque sea un instante. Por favor —suplico con grandes esperanzas porque sé que cuando llegue el momento, se cumplirá.

—Prometo ser buena —prosigo—. Prometo esforzarme y padre, perdóname si me equivoco en algún momento.

Concluyo mi oración y retorno a casa. No debo llegar tarde si no quiero que madre Luisa se enfurezca.

Un fuerte golpe a mi puerta me hace abrir los ojos y sacarme de mi propia mente. Mi primera reacción es ocultar los papeles bajo la mesa cuando escucho quién es.

—Leyla, ábreme —madre Luisa.
Suspiro y me pongo de pie. Su tono de voz es severo. No viene por algo bueno.

—Estaba... a punto de dormir, ¿ocurre algo? —sostengo el pomo sin quitar el seguro.

—Ábreme la puerta —no está vacilando. Realmente es una orden.

Mis manos resbalan sobre el seguro y tiemblan como gelatina. Lo giro y la puerta se abre de par en par.

—¿Qué sucede? —indago intentando disimular todos mis nervios.

No lo consigo.

—Esto es lo que pasa —por primera vez me percato de que esconde algo tras su espalda.
Quiero desaparecer cuando lo pone frente a mí.
Mi diario.
No.
No.
No.
¡No!
Lo escondía muy bien. Después de que Simon me lo devolvió solía ocultarlo.
Las palabras se me hacen un nudo imposible de desatar. Las lágrimas de tristeza se transforman en lágrimas de pánico. Y sin duda, la frente me suda frío.

—Yo... —mis palabras quedan en el aire cuando ella lanza el diario sobre mí, golpeándome en el rostro.
Todo ocurre demasiado rápido porque cuando me doy cuenta, está demasiado cerca.
Un tirón en mi cabello me hace chillar, pero cuando sus ojos se clavan en los míos, realmente siento terror.

—¡¿Esto es lo que escribes cuando no tienes supervisión?! ¿Eh? ¡Eres una golfa barata, Leyla! —me arroja al suelo y mis rodillas se golpean contra la cerámica.

El corazón me palpita en el pecho como si tuviese mil aves. Aves que están a punto de devorarme por dentro y hacerme sangrar hasta morir.

—No es... es solo un diario, lo siento muchísimo —no puedo hablar.

Inútil.
Tonta.
Inservible.
Ni siquiera sirvo para defenderme.
Soy una basura.

—¿Crees que no lo sé? ¡¿Crees que soy estúpida y que no lo sé todo? ¿Que no sé que sales a escondidas con el militarucho ese como una zorra barata?! ¿¡Lo crees?! —arroja unas fotos hacia mí. Pero estoy tan aturdida por su confesión.