Simon Romanov
No puedo borrarla de mi cabeza.
Tampoco quiero hacerlo tampoco.Cinco días desde que llevé a Leyla al estudio de música. Aún me acuerdo de cómo esperaba que la besara. Podía sentir su deseo. Cuando cerró los ojos y su rostro se inclinó hacia mí, supe que debía detenerme.
Quería hacerlo. Leyla es jodidamente preciosa.
La arruinaría si llegase a ponerle una mano encima.
La mancharía.
No soy alguien para ella y, aunque me da curiosidad, ella merece algo mejor.
Yo no soy ni he sido un buen hombre. Probablemente jamás lo sea, por eso la he evitado.
Me he encontrado con ella tres veces y no he hecho más que huir como un maldito adolescente aterrado. En dos días es domingo, por lo tanto, la misa.Sé que ella espera que yo esté allí.
Tuve que rogarle a Alexei para que su hermana me prestara el estudio un rato. Lo he hecho solo por Leyla, y me sorprende hasta a mí.
Normalmente, todo me importa una mierda. Pero ella no.
Estoy alejándola y seguramente me odie. Pero es mejor así. O, por otra parte, puede que le alegre.—¿Has estado mejor, cariño? Sobre tu terapia, me refiero—la dulce voz de mi madre me llena de paz por alguna razón y me saca de mi trance mental. La visito mínimo una vez por semana para asegurarme de que Josh, el enfermero que he contratado, la cuida como se debe. También escondí cámaras en lugares específicos para vigilarla de vez en cuando y evitar accidentes.
Ella no puede caminar. Y todo ha sido mi culpa.
Mi maldita culpa.
Cuando era un niño, una vez viajé en barco con mis padres por vacaciones. Mientras papá se encargaba de preparar unas cervezas y un jugo para mí, ella me vigilaba cuando yo jugaba con mi carrito de Lego, meneándolo sobre el aire.Recuerdo las cinco veces que me repitió que me alejara de la orilla. Lamentablemente, no la escuché. Fue cuestión de un segundo cuando una fuerte ola de aire me hizo perder el equilibrio, acercándome al agua hasta hacerme caer.
El miedo me inundó junto al mar.
No sabía nadar. Tengo instalado el recuerdo de mi vista borrosa y la manera en que luchaba aterrado por escapar cuando el agua se tragaba mis lamentos desesperados. Todo se puso negro, y al pensar que no había salida, alguien tiró de mí hasta la superficie. Mi madre.
Las vacaciones se fueron al traste cuando tuvimos que correr al hospital. Ella había estado demasiado tiempo bajo el agua sin poder respirar, provocándole un daño cerebral que le hizo perder la movilidad del cuello para abajo. Desde entonces, me he culpado del suceso y, aunque ella siga diciendo que no fue por mi, sé que miente.Supongo que esa también ha sido una de las razones por las que me metí en las fuerzas especiales del país (además de mi padre). Me mantendría alejado de verla cada día hecha una mierda por mi desobediencia, y de una u otra forma podría ignorar el sentimiento de culpa.
Durante años le tuve pavor al agua. A lo profundo. Sabía que en las pruebas militares nos pondrían tareas que tuviesen que ver con ello, cosa que usé a mi favor para mandar al infierno ese estúpido miedo, y lo logré. Lo único que no he logrado es matar la culpa. Sigue allí, bien puesta e intacta.
Creo que no hay peor cosa que la culpa; es una emoción que, por más que hagas, no puedes quitar. Simplemente no puedes borrar lo que está hecho ni retroceder.
—Estoy mejor—le sonrío con cariño. Y no mentía, realmente me he sentido más a gusto.
—¿Qué tal el nuevo pueblo? ¿Alguna chica guapa?—inquiere con una de esas sonrisas pícaras tan suyas. A pesar de todo, no ha perdido su esencia.
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Forgive Me
RomanceDonde la verdad es el camino a la salvación, Leyla Sterne, una devota mujer criada en las estrictas creencias de su iglesia, se ve desafiada cuando Simon Romanov, un enigmático ex-militar, llega al pueblo. A medida que su encuentro florece, se desp...