capítulo tres

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Durante el receso, Estaban poniéndose al día con Cooper. Monty, entusiasmado, platicaba sobre su amistad con Jamie:

—Nos conocemos desde que éramos niños. Vivimos cerca, en el mismo vecindario —explicó Monty, tomando un trago de su botella de jugo de uva.

—Sí, solemos ir a jugar al parque. Durante el invierno, hacemos bolas de nieve y hasta patinamos —dijo Jamie con alegría, disfrutando de recordar sus aventuras pasadas—. Perdón que sea tan abrupto, pero… ¿crees en Santa Claus o en algún otro cuento infantil?

El ambiente se tornó tenso de inmediato. Los amigos de Jamie se quedaron en silencio, sin saber si era apropiado tocar ese tema. Jamie no quería parecer extraño ante Cooper.

—Ehmmm… —murmuró Cooper—. No, no creo en Santa Claus. En mi familia, no creemos en fantasías.

Habló con sinceridad, pero su tono era respetuoso, aunque sorprendida de la pregunta. Jamie sintió una punzada de decepción y se mordió la lengua para no justificar su creencia.

—Bueno, esas son cosas infantiles. A Jamie siempre le han gustado esos temas desde que éramos pequeños —intentó suavizar la conversación Claude, notando que la situación se volvía incómoda.

—No es tan malo creer en cuentos infantiles —mencionó Pippa en apoyo a Jamie, quien asintió con gratitud.

—Yo respeto eso —dijo Cooper, sintiéndose un poco fuera de lugar. Agarró su manzana torpemente, intentando ocultar su incomodidad. Miraba a los chicos, deseando evitar sus miradas. Se encorvó, como si quisiera esconderse.

—¿Estás bien? —preguntó Caled, preocupado al ver su reacción.

—¡Sí! —exclamó Cooper, con una voz un poco más alta de lo habitual, sus mejillas se sonrojaron—. Sí, sí… iré al baño —dijo, apresurándose a guardar la manzana y la botella en su bolso verde.

—¿Estás segura? ¡Estás sudando! —dijo Monty, levantándose, creyendo que podía ayudar.

Cooper no respondió. Se alejó rápidamente, chocando ocasionalmente con otros estudiantes.

—¿Creen que… ella habrá pensado que nos molestamos? —dijo Monty, extrañado.

—No lo sé —mencionó Pippa—. Creo que solo es… ella. Apenas la estamos conociendo.

—Jamie, sé que te pone feliz recordar el pasado, pero deberías empezar a dejar ir esas cosas —dijo Claude en un tono serio, con el rostro fruncido—. Es hora de crecer. No somos niños.

—¿De qué hablas? ¡Sabemos que son reales! —contestó Jamie, ofendido, cruzando los brazos.

—Sí, lo sabemos, pero ya no somos niños. Nadie nos va a creer. Hablar sobre Santa Claus y el Conejo de Pascua nos hace ver como raros. Es ridículo que sigas aferrándote a eso —Claude lo miró, su frustración evidente—. ¿No ves que es hora de madurar?

—¿Ridículo? —Jamie alzó la voz, indignado—. ¿Así que porque tú ya decidiste dejar atrás lo que creías, todos debemos hacerlo? Esas cosas siguen siendo importantes para mí.

—Jamie, estás siendo inmaduro. Creer en esas fantasías no te hace especial. Solo te aísla —Claude le respondió, sintiendo que debía ser más directo—. Es hora de que enfrentes la realidad.

—¡No estoy aislado! —gritó Jamie, su voz resonando en el patio. La tensión crecía entre ellos—. Solo porque a ti no te importa, no significa que a mí no me importe. ¡Al menos Jack me visita!

Claude respiró hondo, tratando de mantener la calma. La mención de Jack lo hirió—un amigo que parecía tener una conexión especial con Jamie.

—¿En serio vas a seguir esperando que Jack venga a jugar contigo? ¿Así siempre va a ser? —dijo Claude, con desdén—. Te pasas el tiempo anhelando algo que no va a pasar. Crecer significa dejar ir esas fantasías y aceptar que estamos en una etapa diferente de nuestra vida.

EL origen de la ira: En el Jardín de Amapolas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora