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Y no tuve a nadie a quien llamar,
solo el eco del silencio me abrazó,
me acosté en la cama, en la sombra del mal,
esperando que el tiempo me aliviara el dolor.

Las lágrimas caían como lluvia sin fin,
susurros apagados de un alma herida,
mi pecho, un refugio de un tormento sutil,
mientras la soledad se hacía mi vida.

El reloj marcaba horas de sombras y dudas,
mientras el mundo giraba ajeno a mi pesar,
y en la penumbra, mis penas desnudas,
se aferraban al aire, se negaban a marchar.

Esperé en el lecho, en la quietud sombría,
que el dolor se desvaneciera como un susurro,
que la noche, en su manto, me diera compañía,
y que el sueño, al fin, me apartara del murmullo.

Así, en mi llanto, me fui quedando dormida,
dejando que el vacío me arrullara en su paz,
y aunque al despertar lleve aún la herida,
supe que en la noche, al menos, no había más.


_Masjenb

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