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Un cuarto oscuro, un grito apagado,
en el rincón, el alma ha llorado.
Pequeñas manos que buscan consuelo,
pero encuentran solo un frío desvelo.

El mundo afuera sigue su paso,
ajeno al dolor que guarda el ocaso.
Un corazón pequeño, herido, perdido,
que carga el peso de lo no dicho.

No hay palabras, solo el silencio,
una prisión hecha de miedo intenso.
¿Cómo gritar si nadie escucha,
si la verdad siempre queda oculta?

El abuso marca con sombra infinita,
la inocencia rota, la esperanza marchita.
Pero en lo más hondo, una chispa vive,
un deseo de hablar, de ser libre.

Tal vez un día el miedo se quiebre,
y la voz surja como un río que llueve.
Porque aunque el dolor parezca eterno,
la verdad florece en un grito interno.

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