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Ser la hermana mayor es un peso callado,
un faro que guía en mares agitados.
No hay descanso, ni un suspiro propio,
mi vida se entrega al cuidado de otros.

Ellos corren libres, sueñan despiertos,
mientras yo vigilo sus pasos inciertos.
Mis días se llenan de deber y cuidado,
mis sueños dormidos, mi tiempo robado.

Soy la guardiana de sus esperanzas,
la que renuncia, la que nunca descansa.
Mis manos sostienen su mundo frágil,
pero el mío se pierde en un eco lábil.

Quiero gritar que también existo,
que en mi pecho arde un fuego distinto.
Pero mi voz se ahoga en el deber,
porque ser mayor es dar, no tener.

Y aunque a veces mi alma se quiebre,
los amo tanto que nada me detiene.
Soy su refugio, su ancla, su guía,
aunque mi vida se apague día tras día.

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