1

5 3 0
                                    

Era un día nublado cuando conocí a Hinata. El cielo gris parecía reflejar mi estado de ánimo. Estaba en el gimnasio, rodeado de chicos que se movían con una energía contagiosa, mientras yo me sentía como un extraño. Observaba desde la esquina, aferrado a la idea de que, si me mantenía en las sombras, tal vez pasaría desapercibido.

Fue entonces cuando entró él. Pequeño y desgarbado, Hinata iluminó la habitación con su presencia. La risa que escapó de sus labios resonó en el aire como un eco vibrante, llamando la atención de todos los presentes.

—¡Vamos, chicos! —gritó, moviendo los brazos con entusiasmo—. ¡Hoy vamos a darlo todo!

Al principio, su entusiasmo me resultó insoportable. Miré a mi alrededor, viendo cómo sus compañeros respondían a su energía desbordante. Pensé que era solo un chico lleno de energía que no comprendía la seriedad del juego.

—No puede ser tan ruidoso —murmuré para mí, frunciendo el ceño.

A medida que los días pasaban, mi impresión de él comenzó a cambiar. Observé cómo se esforzaba en cada entrenamiento, cómo nunca se rendía, incluso cuando las cosas se volvían difíciles. Un día, mientras corría tras un balón, lo escuché gritar:

—¡No se rindan! ¡Podemos hacerlo, chicos!

Su pasión parecía desbordante, y su energía era contagiosa. Pero todavía había una parte de mí que encontraba su entusiasmo un poco molesto. Sin embargo, a medida que lo veía correr y saltar, algo en mí comenzó a despertar.

—¡Kageyama! —me llamó un día durante el entrenamiento—. ¿Por qué no te unes a mí? ¡Necesitamos un buen pase!

Al principio, me sentí incómodo ante su invitación.

—No estoy aquí para hacer amigos, Hinata —respondí, tratando de mantener mi distancia.

—¿Pero no te gusta el voleibol? —preguntó, su mirada fija en mí, desafiante—. ¡Vamos, solo prueba!

Aquel desafío me hizo dudar. Algo en su voz me hizo pensar que tal vez había más en él de lo que inicialmente creía. Así que, contra mi voluntad, decidí unirme a él. Mientras me acercaba, su sonrisa brillaba como un faro.

—¡Eso es! —exclamó, sus ojos brillando de emoción—. 

Esa tarde, me vi atrapado entre la frustración y una extraña admiración. La forma en que se movía, su energía contagiosa, comenzaron a influir en mi propia actitud. Al final del entrenamiento, estaba exhausto, pero una sensación de satisfacción me envolvía.

—¡Ves! ¡No fue tan difícil! —dijo Hinata, sonriendo—. Eres increíble en la cancha.

—No lo fui —repliqué, intentando restarle importancia—. Solo hice lo que tenía que hacer.

—Pero lo hiciste bien. —Su sonrisa se amplió—. Tal vez deberíamos practicar juntos más a menudo.

Con cada día que pasaba, mi resistencia hacia él comenzó a desvanecerse. Las palabras de Hinata empezaron a resonar en mi mente. Cada rayo de entusiasmo que lanzaba me hacía sentir algo nuevo, algo que no había sentido en mucho tiempo.

Una tarde, tras un entrenamiento agotador, lo encontré sentado solo en el vestuario. No sabía por qué, pero sentí la necesidad de hablar con él. Me acerqué, y antes de que pudiera arrepentirme, solté:

—¿Qué te hace esforzarte tanto? No entiendo por qué te importa tanto ganar.

Hinata levantó la mirada, sorprendido.

—Porque cada punto cuenta, Kageyama. Cada punto es una oportunidad. Y cuando juego, siento que puedo ser mejor —respondió, su voz firme.

Esa respuesta me impactó. La pasión en sus palabras era contagiosa.

—Pero a veces, parece que solo estás tratando de impresionar a los demás —dije, intentando desafiarlo.

—No es eso —se defendió—. Quiero demostrarme a mí mismo que puedo hacerlo. Si ellos creen en mí, tal vez yo también pueda creer.

Esa vulnerabilidad resonó en mí de una manera que no había anticipado. En ese momento, supe que había algo especial en él. No era solo un chico insoportable; era alguien que, al igual que yo, lidiaba con sus propios desafíos.

Con el tiempo, nuestras interacciones se volvieron más naturales. Un día, después de un partido especialmente difícil, le dije:

—¿Sabes? Al principio pensaba que eras un poco molesto, pero ahora...

Hinata me miró con curiosidad.

—¿Pero ahora qué?

—Ahora creo que eres una buena influencia —respondí, tratando de sonar casual.

—¿De verdad? —su rostro se iluminó—. ¡Eso significa mucho!

Y así, poco a poco, la admiración que sentía por él se convirtió en algo más profundo. Comenzaba a ver a Hinata como la chispa que iluminaba mi vida, un recordatorio constante de que incluso en los días más oscuros, siempre había una razón para sonreír.

Sin embargo, la lucha interna persistía. Aunque había comenzado a ver en él a la persona correcta, la sombra de mis inseguridades seguía acechando.

—A veces me pregunto si me esfuerzo lo suficiente —le confesé una noche, mientras caminábamos juntos hacia el gimnasio—.

Hinata se detuvo, mirándome fijamente.

—Kageyama. No sé si te das cuenta de lo extraordinario que eres. Tu esfuerzo no solo cambia las cosas, sino que también me hace querer ser mejor cada día— confesó 

—Qué?— Sus palabras resonaron en mí, dejándome aturdido.

¿Realmente Lo Amo? Kagehina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora