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A medida que pasaban las semanas, la amistad entre Hinata y yo se profundizaba. Nos volvimos inseparables, compartiendo no solo entrenamientos, sino también momentos fuera de la cancha. Cada risa y cada conversación parecían tejer un lazo invisible entre nosotros, uno que crecía con cada día que pasaba.

—¿Kageyama, qué haces este fin de semana? —me preguntó Hinata un viernes mientras salíamos del gimnasio, su energía rebosante como siempre.

—No tengo planes. ¿Por qué? —respondí, sorprendido por la pregunta.

—¡Deberíamos hacer algo! —exclamó, sus ojos brillando con entusiasmo—. Podríamos ir a la feria de la ciudad. He oído que hay juegos y comida deliciosa.

La idea de pasar tiempo con él fuera del ambiente competitivo del gimnasio me emocionaba y, al mismo tiempo, me inquietaba. Aún no había lidiado con la confusión que se instalaba en mi mente cada vez que lo miraba.

—¿La feria? —repetí, tratando de imaginarlo—. Suena... divertido.

—¡Sí! —dijo él, saltando de alegría—. ¡Entonces es un trato!

El sábado llegó rápidamente, y no podía negar que sentía una mezcla de nervios y emoción mientras me dirigía al lugar. La feria estaba llena de luces brillantes, risas y el aroma de comida frita. Cuando llegué, vi a Hinata en la entrada, su figura pequeña resaltando entre la multitud. Estaba mirando una rueda de la fortuna con una expresión de asombro.

—¡Kageyama! —gritó al verme—. ¡Mira eso! ¡Vamos a subir!

Antes de que pudiera responder, ya estaba tirando de mí hacia la atracción. Su energía era contagiosa, y no podía evitar sonreír ante su entusiasmo. Mientras subíamos, el mundo a nuestro alrededor parecía desvanecerse. En la cima, miramos hacia abajo, y la vista era impresionante.

—¡Es hermoso! —gritó Hinata, sus ojos brillando de emoción.

—Sí... —respondí, sintiendo cómo su alegría era un alivio para la confusión que me invadía.

Al bajar, Hinata se lanzó a probar cada juego, como si estuviera decidido a experimentar cada momento. En un puesto de dardos, me miró con una mezcla de desafío y expectación.

—¡Vamos a ganar un peluche! —gritó, señalando un enorme oso de peluche que colgaba del estante.

—No soy bueno en eso —respondí, intentando zafarme.

—¡Pero yo creo en ti! —dijo, su mirada fija en mí, desafiante—. ¡Vamos!

A pesar de mis dudas, decidí intentarlo. Lanzamos los dardos, y para mi sorpresa, logré acertar en el blanco. Hinata gritó de emoción, y su alegría era tan genuina que no pude evitar sonreír. Era como si, al lograrlo, también estuviera ganando un poco de su felicidad.

—¡Lo hiciste! —dijo, abrazándome con fuerza—. Ahora elige un peluche.

Elegí el pequeño oso de peluche que había ganado y, en un momento de impulsividad, se lo di a Hinata.

—Tómalo, es para ti.

—¿Para mí? —sus ojos se iluminaron—. ¡Gracias! Es perfecto.

Con cada juego que probábamos, cada bocado de comida que compartíamos, nuestra conexión se hacía más evidente. La forma en que se reía, la manera en que me miraba, todo parecía hablar de un vínculo más allá de la amistad. Sin embargo, mientras esta conexión se fortalecía, también surgía una sombra de duda en mi mente.

En un momento, nos sentamos en una banca para descansar. Mientras observaba a la multitud reír y disfrutar, sentí que la confusión en mi mente se intensificaba. Miré a Hinata, que disfrutaba de una nube de algodón de azúcar, y sentí una punzada en el corazón.

—¿Sabes? —dije, rompiendo el silencio—. A veces me parece que nuestra conexión es... diferente.

—¿Diferente? —preguntó, dejando de lado el algodón de azúcar y mirándome fijamente.

—Sí, como si... hubiera algo más entre nosotros, pero no sé cómo describirlo —admití, sintiéndome expuesto.

Hinata sonrió, pero había una seriedad en su mirada que me hizo sentir vulnerable.

—Yo siento eso también. A veces me pregunto si lo que tenemos podría ser algo más —dijo, su voz suave y reflexiva.

Mi corazón se aceleró, y en ese momento supe que no estaba solo en mis pensamientos.

 —Hinata... —comencé, un poco nervioso—. ¿Y si intentamos ser más que amigos?

Él se detuvo, su expresión de sorpresa se transformó rápidamente en una sonrisa radiante.

—¿De verdad? —preguntó, casi sin aliento—. ¡Sí, quiero intentarlo!

—Genial. Pero sin presiones. Solo disfrutemos de esto —dije, tratando de mantener la calma, aunque por dentro una tormenta de emociones se desataba.

—¡Sí! —respondió Hinata, y su entusiasmo era contagioso. En ese momento, todo parecía perfecto.

Mientras nos acercábamos al final de la feria, el aire estaba lleno de risas y música, pero una parte de mí se sentía atrapada en mis propios pensamientos. Cada vez que compartíamos una mirada, la mezcla de emoción y miedo me dejaba en un estado de confusión. Era como si cada momento feliz viniera acompañado de un eco de advertencia en mi mente.

Cuando finalmente llegamos a la entrada de la feria, me sentía un poco más ligero, pero la inquietud seguía presente. Mirando a Hinata, su sonrisa iluminaba la noche.

—Kageyama, gracias por hoy. Realmente lo disfruté —dijo, su voz sincera.

—Yo también, Hinata. —Sonreí, aunque mi mente estaba llena de dudas.

Mientras nos despedíamos, me quedé mirándolo alejarse, sintiendo que había algo diferente en nuestra relación. A pesar de haber tomado la decisión de ser pareja, la incertidumbre me seguía acechando.

Al llegar a casa, me senté en la cama, reflexionando sobre el día. Las risas, los juegos, y la complicidad que habíamos compartido llenaban mi mente. Aunque había decidido dar el paso, la preocupación seguía en mi corazón. ¿Era realmente capaz de manejar lo que significaba amar a Hinata? ¿Y si, al final, terminaba lastimándolo sin querer? ¿Sería capaz de arriesgarlo todo por un amor que aún no comprendía del todo? 

Lo hice por impulso o por que realmente lo amo? Me estaba odiando en estos momentos, por qué simplemente lo dije sin pensar..

Pero, por ahora, decidí guardar esos pensamientos para mí. Sabía que, al menos en este momento, quería disfrutar de lo que teníamos, aunque en mi interior la incertidumbre continuara acechando

¿Realmente Lo Amo? Kagehina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora