Capítulo 6

205 52 13
                                    

El aire se sentía caliente, como si una gran nube de vapor se colara en la habitación de Max y se estableciera ahí permanentemente.

Se escuchaban aquellos sonidos particulares que sugerían inconfundiblemente lo que estaba pasando.

El diablillo jadeaba siendo besado por Max en todas partes, su cuello fue abordado sin piedad y acabó recibiendo marcas que seguramente se notaría mucho después. Las manos de ese muchacho sabían qué hacer, a dónde dirigirse.

Ni siquiera fue plenamente consciente del momento en el que el rubio lo había despojado de su ropa, dejando su cuerpo desnudo expuesto ante él sobre la cama.

Max estaba sobre esa criatura de cuernos observando atentamente su estructura, era realmente una obra de arte en todo su esplendor. Tenía una cintura envidiablemente pequeña, hombros filosos y ni hablar de la forma de su cadera, incluso reconocía que no le molestaba ese tono rojizo, se acostumbraría.

—Enséñame cómo eres cuando te vuelves humano.— Pidió.

—No puedo ser tan vulnerable contigo. Va contra mis reglas.— Si trajera esa conversación a un romance común, sería similar a aquellos encuentros de una sola noche, donde apenas y conocen sus nombres. Pero Sekkr era una especie diferente, para él existía un peso real en mostrarle más de lo debido a Max.

—Muéstrame.— El rubio tomó las muñecas del pecoso, aprisionando las mismas sobre su cabeza y acercándose sobre su rostro hasta rozar sus narices, y ahí estaba, de nuevo esa sensación de obediencia. Sekkr juraba que no podía resistirse a lo que sea que le pidiera de esa manera.

Poco a poco, la piel del Demonio se tornó de un color muy distinto. Era igual a la de un humano sutilmente besado por el sol, sus cuernos, su cola, incluso aquellas alas desaparecieron sin dejar rastro.

Max le miraba de cerca. Vio a detalle el momento justo en el que aquellos ojos se tornaron de café y le miraban esperando alguna cosa, una respuesta a una pregunta que no se hizo, pero que estaba implícita en el acto.

—Me gustas de las dos formas.— Max le habló tan cerca, que la piel del moreno se erizó.

Sekkr no conocía el concepto del apego, ni se diga del amor. Pero entendía que su pecho se sentía extraño, como si su corazón se fuese a salir en un instante, como si tuviera ganas de vomitar. Un humano dijo que le gustaba, que le agradaban sus formas. Nunca antes había escuchado algo así.

Tal vez fue eso lo que le animó a lanzarse primero y besarle. Pensó que quizá lo entendería mejor de esa forma.

Y no se equivocó. Para desgracia de su confundida cabeza, el beso fue más que un contacto, una verdadera explosión de sensaciones nuevas y extrañas. Su pulso se aceleró, sus mejillas se colorearon, su pecho y estómago dolieron. Le gustaba sentir que podía morir en cualquier momento.

Max tampoco se resistió mucho. Siguió el beso del diablillo con la misma necesidad que el otro le mostró, no tardaron en entrar en calor al sentir sus pieles tocarse. Quizá no era lo correcto, porque había leído que aquella interacción podría hasta costarle la vida, pero por dios que valía la pena.

Los jadeos de Sekkr se colaban por toda la habitación, a Max le gustaban. Se había envuelto en una atmósfera tan lujuriosa que pensaba que ya nunca podría parar y se preguntaba si esto era lo que hacían los incubos. Seducir y exprimir, porque pensaba que en este  punto era imposible dar marcha atrás.

Quería llenarlo de sí, quería tomarlo de todas las formas posibles, hacerle sentir que jamás encontraría otro ser, humano o no, que le ofreciera tantas sensaciones en una noche.

Sekkr tampoco se negaba, había un hormigueo en él, en su abdomen, en sus caderas, sus  piernas débiles por el tamaño del rubio. Sentía que con todo lo que estaba obteniendo tendría suficiente para vivir los siguientes 100 años o incluso más. Pero tampoco quería que se detuviera.

Él era un demonio que encarnaba la lujuria, la pasión, incluso el morbo en algunos casos, por eso no le pareció demasiado ceder a Max tantas veces como éste le pidiera. Le gustaba cómo se sentía la pelvis del rubio golpeando fuerte en su trasero, le gustaban las mordidas intensas que dejaba en sus hombros y esa sensación de tener una bestia detrás embistiéndole. Eso, esa idea de joder como un animal, era lo que llevaba décadas buscando.

Se sentía alimentado, lleno, y le sorprendía la capacidad de Max, porque con él no fue necesario provocarle nada. Si bien sus propias políticas le habrían impedido meterse con la inexperiencia de alguien virgen, Max era diferente de alguna retorcida manera.

Y eso lo estaba volviendo loco.

Incubo | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora