Si lo amas, no querrás saberlo

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Floyd se encontraba sumido en ese vació de ideas cuando no puedes en que idea centrarte, ni Riddle ni Rook pasaban por su cabeza; era una incapacidad de pensamiento que cobraba con sus emociones. Cada vez que su mente divagaba hacia lo que podría preguntar, una sensación de incertidumbre lo envolvía, como si la respuesta ya estuviera escrita en las estrellas, pero él aún no supiera leerlas, aunque al menos una respuesta si estaba escrita y almacenada en el buzón de entrada y salida de dos teléfonos.

Su atención fue rápidamente capturada por la figura de Riddle. Este salía de la sesión con el oráculo, su rostro enrojecido, como si el sol hubiera decidido asomarse solo para él. Sin embargo, su expresión no era de alegría; se notaba la incomodidad en su andar. Floyd lo observó con atención, y notó que Riddle no solo evitaba mirarlo, sino que su cuerpo se tensaba a cada paso que daba en dirección contraria. La indiferencia en su postura era palpable, y un leve gesto de disgusto cruzó su rostro. Floyd, con un susurro casi inaudible, murmuró para sí mismo:


Mantarraya-senpai tenía razón, tienes unos ojos preciosos.


Justo entonces, Shamato emergió de las finas y transparentosas telas colocadas entre los pilares en ruinas; frotándose los ojos como si intentara ahuyentar un sueño persistente. La capucha que solía cubrir su rostro había sido retirada, y se veía desaliñado. Con voz cansada, preguntó quién era el siguiente en la fila.


Floyd, el único presente, no pudo evitar soltar una risa. —Te ves terrible, Mantarraya-senpai.


—No te preocupes por mí, —replicó Shamato con una media sonrisa, aunque sus ojos aún mostraban signos de fatiga. Luego, con un tono más serio, —¿Te importa si dejamos el teatro del misterioso y aterrador Oráculo de Delfos? Estoy cansado y me cuesta ver bien.


Floyd asintió, tampoco estaba de humor para seguir un juego del que ya sabía el truco, y juntos se dirigieron al jardín, donde los demás visitantes se dispersaban, todos cautivados por la presencia de diferentes estudiantes que representaban diferentes divinidades antiguas. Buscaron un lugar tranquilo y se sentaron. Ortho, que había estado observando porque no dejaba en ningún momento su papel de guardián, se acercó con curiosidad.


—¿Todo bien?


—Todo en orden, —aseguró Shamato, aunque su voz tenía un matiz de agotamiento. —Pero ya no podré seguir jugando al oráculo.


Ortho frunció el ceño, preocupado. —Shamato, no fuerces mucho la vista. Avísale a Idia que venga para acompañarte al dormitorio; después de todo, el reglamento señala que debe responsabilizarse y acompañar al estudiante que no se encuentre bien.


Shamato soltó una risa sarcástica. —Es una excelente idea, —al alejarse Ortho, su expresión se volvió a ser cansada—. Pregunta, tienes de aquí a que llegue Idia a llevarme arrastras a descansar.


Floyd levantó una ceja, intrigado. —Solo se me ocurre preguntarte: ¿Cómo supiste lo que Rook le quería preguntar?


—Créeme, no quieres saber esa respuesta, —respondió Shamato, con un tono de advertencia. —Si realmente quieres a RooK.

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