El peso de la honestidad

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Kyoka se alejó de la azotea, el frío viento del atardecer agitando su cabello y llevando consigo el eco persistente de aquel beso accidental. Su mente era un torbellino de emociones contradictorias, tan caótico como el cielo anaranjado que se cernía sobre ella. Cada paso que daba resonaba con la electricidad de ese momento fugaz, la sorpresa en los ojos verdes de Izuku grabada a fuego en su memoria.

Pero a medida que la imagen se desvanecía, otra realidad se hacía más evidente, pesando sobre ella como una losa: los sentimientos de Uraraka por Izuku. Aunque su amiga nunca lo había confesado abiertamente, Kyoka había notado cómo la castaña miraba al peliverde, sus ojos brillando con una mezcla de admiración y anhelo que era imposible ignorar.

Kyoka se detuvo en el pasillo, apoyándose contra la pared fría. Cerró los ojos, dejando que el contraste entre el muro helado y sus mejillas ardientes la ancla a la realidad. La decisión que estaba por tomar pesaba en su pecho, amenazando con asfixiarla. Si quería avanzar con Izuku, tenía que hablar con Uraraka y aclarar la situación. Pero, ¿cómo se le decía a una amiga que estaba considerando a la persona que ella también deseaba?

Con una respiración profunda que pareció sacudir todo su ser, Kyoka se obligó a moverse. No podía dejar que la indecisión la paralizara. Al encontrar a Uraraka en la sala común, con una sonrisa radiante mientras hablaba animadamente con Momo, sintió un nudo en el estómago tan apretado que casi le provoca náuseas. ¿Realmente iba a interrumpir ese momento de felicidad?

Se acercó lentamente, cada paso cargado de dudas, pero también de una determinación que surgía de lo más profundo de su ser. Tenía que hacerlo. Era hora de ser honesta, no solo consigo misma, sino también con su amiga.

—Oye, Uraraka —dijo Kyoka, su voz firme a pesar de la incertidumbre que la invadía—. Necesitamos hablar.

Uraraka la miró, su expresión de alegría dando paso a la curiosidad. Kyoka se sintió un poco más segura al ver la sonrisa cálida de su amiga, pero sabía que la conversación que se avecinaba podría cambiarlo todo.

Kyoka guió a Uraraka fuera de los dormitorios, hacia un rincón tranquilo del jardín. El sol poniente bañaba todo de un tono dorado, como si el mundo entero contuviera la respiración ante lo que estaba por suceder.

—¿Qué sientes por Midoriya? —preguntó Kyoka sin rodeos, y el mundo a su alrededor pareció detenerse.

Uraraka la miró, sorprendida, como si la pregunta la hubiera sacado de un trance. Sus ojos, usualmente claros y alegres, se nublaron con una emoción que Kyoka no pudo descifrar.

—¿Yo? —respondió, forzando una risa nerviosa que no llegó a sus ojos—. No siento nada por él, Kyoka. Solo somos amigos.

Kyoka frunció el ceño, intuyendo que la respuesta era demasiado rápida, casi defensiva. El viento agitó las hojas de los árboles cercanos, como si la naturaleza misma se burlara de la tensión entre ellas.

—¿Estás segura? —insistió suavemente—. Porque se nota que te importa. A veces parece que miras a Izuku de una manera... especial.

Uraraka desvió la mirada, evitando el escrutinio de su amiga. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con el dobladillo de su camiseta, un gesto que traicionaba su aparente calma.

—No, en serio. Lo aprecio como amigo, eso es todo. —Pero la forma en que su voz se volvió un poco más baja y su sonrisa se desvaneció dejó entrever que había algo más, algo que luchaba por mantener oculto.

Kyoka, viendo la incomodidad de Uraraka, decidió ser directa. Era como arrancar una bandita: doloroso, pero necesario.

—Bueno, te lo tengo que contar. Izuku me invitó a salir. —Al pronunciar esas palabras, sintió que el aire se volvía denso entre ellas, cargado de emociones no dichas.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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