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Mónica Herrera:

Mónica estaba sentada en la esquina de la cama, con las rodillas dobladas y los brazos rodeando su cuerpo. El cuarto que compartía con Tito nunca había sentido tanto frío como ahora. La pelea de hace unas horas seguía vibrando en su mente, como un eco que no quería apagarse. El silencio era aplastante, pero no duraría mucho.

De repente, la puerta se abrió de golpe. Tito entró, con la chaqueta aún colgando de un hombro, el ceño fruncido y la respiración agitada. Parecía que las emociones lo estaban devorando por dentro, pero su rostro permanecía controlado, calculador, como siempre. Mónica no se movió, pero su corazón empezó a latir con fuerza, cada latido una advertencia de que algo estaba por explotar.

—¿Te creías que esto había terminado, verdad? —dijo Tito, cerrando la puerta con un golpe seco. Sus ojos la taladraban desde la distancia—. Creíste que podías esconderte aquí, sola, y que todo desaparecería.

Mónica lo miró, pero no dijo nada. Sabía que cualquier palabra en ese momento sería una chispa en un polvorín. Tito dio unos pasos hacia ella, y cada paso resonaba en su pecho.

—¿Tienes idea de lo que significa para mí que Fidel haya vuelto a su cabaña? —susurró Tito, con una sonrisa torcida que no alcanzaba sus ojos—. Se largó porque ni siquiera él puede soportar lo que pasa entre nosotros.

La garganta de Mónica se cerró. No era Fidel, no era él el problema, era lo que Tito estaba desenterrando con cada palabra, lo que no se había dicho.

—No es él... —murmuró, pero Tito no la dejó terminar.

—No, claro que no es él —dijo Tito, inclinándose hacia ella—. Somos nosotros. Soy yo. Pero ¿sabes qué es lo peor, Mónica? Que aún sabiendo todo esto, no puedes dejarme. Te atraigo como un imán, aunque sabes que estoy podrido por dentro.

Mónica sintió un nudo en el estómago, pero no podía negar lo que Tito decía. Era esa intensidad entre ellos, ese fuego que se negaba a apagarse, por más que quemara.

—No puedo más, Tito... —dijo en un susurro, las lágrimas asomando en sus ojos, pero Tito negó con la cabeza.

—No, no puedes irte —dijo con una voz firme, aunque su rostro mostraba dolor—. Porque lo que hay entre nosotros es más fuerte que todo. Aunque te duela, aunque me odies. No puedes escapar de mí, y yo no puedo escapar de ti.

El silencio volvió a caer entre ellos. Mónica se llevó las manos al rostro, incapaz de sostener la mirada de Tito por más tiempo. Él se quedó allí, inmóvil, sus emociones retorciéndose bajo la superficie, pero incapaz de dar el paso que los liberaría a ambos.

Mónica ya no podía contener las lágrimas. Su cuerpo temblaba, atrapada entre el caos de su corazón y el peso de las palabras de Tito. Entonces, como si la situación no pudiera complicarse más, se escuchó un golpe en la puerta. Mónica levantó la cabeza, aún con los ojos llenos de lágrimas, y vio a Junior H entrar, con una expresión grave. Él nunca se metía en sus problemas, pero esta vez era diferente.

—Mónica, necesito hablar contigo —dijo Junior, dirigiéndole una mirada a Tito antes de concentrarse en su hermana.

Tito apretó la mandíbula, su cuerpo tensándose, pero permaneció en silencio. Junior H se acercó a Mónica, inclinándose ligeramente para verla a los ojos.

—No sabes lo que estás haciendo —dijo con voz firme, pero con el cariño de un hermano mayor—. Sé que esto te duele, pero tienes que entender algo, Mónica. Tito nunca había estado así por nadie. Nunca lo había visto tan... roto, tan desesperado. Te ama. De verdad te ama.

Las palabras de Junior golpearon el corazón de Mónica como una tormenta, confundiéndola aún más. Tito, impulsivo, posesivo, y peligroso, estaba delante de ella, luchando contra sus propios demonios. Y, por otro lado, Fidel... Fidel, que siempre había sido su refugio, el que la comprendía, el que nunca la haría sentir pequeña o atrapada.

CRUCE DE CAMINOS- TITO DOUBLE P Donde viven las historias. Descúbrelo ahora