Sienna

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El calor del alcohol me invadía, envolviendo mis sentidos en una neblina difusa y relajante, pero también llena de una confusión que no podía sacudirme de encima. El salón de la fiesta de Madame Delacroix estaba lleno, el murmullo de risas y conversaciones flotaba por el aire, pero no lograba concentrarme en nada. A cada sorbo de whisky, sentía cómo mi cabeza giraba más y más. Mi cuerpo estaba allí, pero mi mente... mi mente no dejaba de vagar hacia ella. Seraphina.

—Tengo que olvidarme de ella, hermano. Olvidarme de esa forma... somos amigos, ¿no? —dije, mi voz saliendo más entrecortada de lo que esperaba.

Benedict, que estaba junto a mí, levantó una ceja y se rió entre dientes, claramente tan afectado por el alcohol como yo. Se llevó una copa de vino a los labios y dio un trago largo, mirándome de reojo.

—¿De quién estás hablando ahora? —me preguntó, casi como si fuera una broma.

—De Seraphina... —susurré, aunque el volumen de mi voz no era tan bajo como esperaba—. Debería olvidarla. Necesito olvidarla. No... no tiene sentido.

Benedict se inclinó hacia mí, claramente confundido. —¿Olvidarla? ¿Por qué demonios querrías hacer eso?

—Porque... —mi lengua se trababa, las palabras salían a medias, y no encontraba la manera de explicar lo que sentía. La razón, esa maldita razón que siempre me había guiado, me decía que un vizconde no podía casarse con alguien como ella. Seraphina, con todo su encanto y belleza, aún llevaba el estigma de ser "la dama enmascarada". Y aunque sabía que ella era mucho más que una cicatriz, la sociedad no la vería igual. No podría enfrentarlo, no si quería mantener el legado de mi familia intacto—. No puedo. No puedo casarme con ella.

Benedict me miró como si no entendiera nada de lo que estaba diciendo, y en verdad, en ese momento, ni yo mismo lo comprendía del todo. El alcohol me nublaba el juicio, pero algo en mí sabía que estaba siendo brutalmente honesto.

—¿Qué diablos estás diciendo? —preguntó él, riendo entre dientes, pero su risa se apagó al notar la seriedad en mi tono—. Si la amas, Anthony... ¿por qué no puedes?

—Porque el vizconde Bridgerton no puede casarse con la dama enmascarada. —Las palabras salieron de mi boca como un golpe amargo, más fuerte de lo que pretendía. Y en ese instante, sentí una punzada de rabia contra mí mismo, como si hubiera traicionado algo sagrado al decirlo en voz alta—. Aunque la ame... aunque sea la mujer más hermosa que haya visto jamás, más inteligente y más fuerte, simplemente no puedo.

El rostro de Benedict se oscureció por un momento, intentando procesar lo que acababa de decir. No podía entenderlo, ¿y cómo iba a hacerlo? Ni siquiera yo estaba seguro de por qué me aferraba tanto a esas reglas absurdas.

—No lo entiendes, Benedict... —continué, casi como si estuviera hablándome a mí mismo—. Yo la amo. La amo más de lo que puedo soportar. Pero... no es posible. No puedo. No debo.

De repente, como si mis palabras hubieran invocado algo, sentí una mano en mi brazo. Una mano suave, pero firme. Me giré y ahí estaba ella. Sienna. El perfume dulce y embriagador que la envolvía me golpeó los sentidos, y por un segundo, todo lo demás desapareció. Los recuerdos de noches pasadas con ella se arremolinaron en mi mente, una tentación demasiado fuerte para ignorar.

Sienna me sonrió, ese tipo de sonrisa que sabía cómo desarmarme. Se acercó más, y aunque mi mente seguía en otro lugar —en otro rostro, en otros labios—, mi cuerpo reaccionó a la familiaridad de ella. Antes de darme cuenta, nuestros labios se encontraron en un beso ardiente, lleno de una pasión frenética que, en ese momento, no podía controlar.

Me dejé llevar. Sienna era seguridad, era una pasión que siempre estaba allí cuando la necesitaba. No me exigía nada más que lo que yo podía ofrecerle en el momento. Pero mientras la besaba, mientras me perdía en la sensación de sus labios, no podía evitar que mi mente volviera a Seraphina. A su mirada, su risa suave, la manera en que su piel se erizaba cuando nuestras manos se encontraban, aunque fuera por accidente. Sabía que jamás podría besarla de esta manera. No, Seraphina era diferente. Ella era algo sagrado, algo que yo no podía tocar sin estar completamente seguro.

Sienna seguía besándome, su cuerpo se movía contra el mío, pero en mi mente, era Seraphina la que estaba en mis brazos. Y esa dualidad me estaba matando. Sabía que podría tener a Sienna siempre que quisiera, pero con Seraphina... con ella no. No hasta que estuviera listo para darle todo lo que ella merecía. Y la verdad era que, en este momento, no estaba preparado. No estaba listo para hacer lo que debía hacer, para renunciar a todo lo que alguna vez creí que debía ser por seguir a mi corazón.

Me separé de Sienna, de alguna manera sintiendo una culpa que no había sentido antes. Tal vez por la embriaguez, tal vez porque mi mente seguía enredada en los recuerdos de Seraphina. Sienna me miró, confusa, pero no dijo nada. No necesitaba decirlo. Ambos sabíamos lo que era esto. Una distracción. Una manera de llenar el vacío que alguien más había dejado.

Benedict, que seguía allí, probablemente más borracho que yo, intentó decir algo, pero las palabras se le atragantaron en la garganta. Solo me miró, sin entender lo que estaba sucediendo en mi interior. Y, honestamente, tampoco yo lo entendía del todo. Lo único que sabía era que no podía seguir así. No podía seguir perdiéndome en Sienna cuando mi corazón, mi alma, ya pertenecían a otra... pero era un cobarde.

La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora