Ojos grises

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Después de lo sucedido su madre dejó ropa limpia y doblada sobre la cama, el pequeño niño se puso de pie con cuidado estirando su delgado y devil cuerpo que yace totalmente amoratado, soltó un suspiro de cansancio y se rasca la cabeza un poco mientras se acercaba a la orilla de la cama tomando su ropa limpia la cual observó con completa atención, era una camisa negra con un logo de Batman la cual hizo que al instante sus ojos comenzará a brillar, ama ese super héroe, siempre a soñado ser como él y patear traseros de gente malvada, se la pasaba horas frente a la tele mirando caricaturas de él, como también algunas películas, admiraba su fuerza, su valentía su coraje, tanto así que él mismo había construido su propia capa y máscara con hojas de cuadernos los cuales pintaba con pintura de zapatos negra y se ponía a jugar a salvar a metrópolis, quien diria que mas adelante se convertiría en un héroe, pero no nos adelantemos.

Nicolas fue hacia la cocina con una sonrisa resplandeciente en el rostro, quería enseñarle a su madre como se veía con esa espléndida y nueva camisa de batman como también su verde short que le llegaba a las rodillas, el pequeño realmente se sentía muy guapo, hasta se había peinado un poco, en eso miro a su madre parada en la cocina partiendo unos jitomates, lo hacía con mucha delicadeza moviendo el cuchillo de manera ágil y veloz.

El pequeño la observaba y Adriana que con su pelo café claro cayendo sobre espalda y hombros, ese vestido blanco que siempre usaba cuando estaba tranquila y en sus cinco sentidos, también está descalza, Nicolas siempre se preguntaba el porqué nunca se ponía los zapatos  si el suelo es frío y está algo sucio, pero al parecer él entendía que a su madre cuando está completamente cuerda le gusta ser libre en todos los aspectos, hasta en su manera de vestir, usando también un pequeño rebozo rosa con el que cubría su espalda y brazos. Para Nicolas su madre es la mujer más hermosa que ha visto, pero no todo el tiempo la podía ver de ese modo.

-Nicolas, siéntate, te he preparado de comer.-Dijo Adriana mientras comenzó a servir la sopa en dos platos hondos mientras el niño corría a tomar asiento.-Hice la sopa que te gusta, espero que la disfrutes.

-Mamá, gracias por mi camisa, me gustó mucho.-Dijo Nicolas mientras la miraba como pone  ambos platos sobre la mesa, el niño soltó un suspiro de felicidad al ver su plato con comida, inhalo con algo de fuerza para oler la sopa, realmente huele delicioso-. ¡Se ve muy rica!

-Me alegro que te haya gustado, espero que esto recompense lo que te hice pasar hace unos días, cariño. Bien sabes que no lo hago con intenciones de lastimar-Dijo la madre mientras lentamente toma asiento y agachaba un poco la cabeza-. Ojalá algún día puedas perdonarme…

La mujer levantó la mirada para ver a su hijo el cual la miraba con extrañeza, simplemente ella no supo cómo reaccionar quedándose en silencio y soltando una pequeña sonrisa. Nicolás al contrario tenía una expresión nerviosa en su rostro, sabía que ambos ojos grises se estaban encontrando en una tensión e incomodidad repleta de muchas emociones.

El niño se quedó mirando a su madre mientras ella lo observaba en silencio, los ojos grises como dos piedras frías. No era la primera vez que se sentía así, pero hoy la sensación era más intensa. Había algo en esos ojos que lo traspasaba, algo que lo hacía encogerse de miedo, como si su madre pudiera ver dentro de él y no le gustara lo que veía. Ella no decía nada, pero el niño sentía su desprecio, como si esos ojos lo estuvieran juzgando, llenos de enojo y repulsión. Le daba miedo, le daba asco.

Los ojos de su madre eran grises, como el cielo antes de una tormenta. A veces, cuando la miraba, pensaba que podía ver nubes oscuras flotando en su interior, cargadas de algo que no entendía. Otras veces, sentía que sus ojos eran espejos, reflejando algo que él no podía soportar. No veía ternura en ellos, ni amor. Solo una frialdad que le cortaba la respiración. Eran ojos que lo vigilaban, como si todo lo que hacía estuviera mal, como si su mera existencia fuera un error. Cada vez que su madre lo miraba así, el niño sentía como si su pecho se apretara.

Sabía que algo estaba mal, pero no entendía qué. Su madre no decía ninguna palabra, no le decía que lo odiaba, ni le gritaba que era un estorbo, pero esos ojos… esos ojos decían todo lo que no se atrevía a decir en voz alta cuando ella estaba completamente cuerda. Él no podía dejar de preguntarse qué había hecho mal. ¿Era su culpa que todo estuviera tan callado entre ellos? Cada vez que ella lo miraba con esos ojos, él sentía que un peso lo aplastaba, como si sus errores se acumularan en su interior, convirtiéndolo en algo irreparable.

Nicolas miró su plato con completa culpa mientras escuchaba como su madre comenzaba a comer, pero él se sentía completamente confuso, miles de preguntas siempre estaban en su cabeza, le dolía su estomago, tenia ganas de vomitar, estaba comenzando a sudar de los nervios y sus piernas se movían de un lado a otro.

Lentamente y con mucha ansiedad tomo la cuchara entre su mano izquierda, estaba temblando y se notaba, su madre lo miró, ladeo la cabeza, arrugó un poco el entrecejo, mas no dijo nada solo se dedicaba a observar cómo se llevaba la comida a la boca y como comenzaba a masticar y a tragar con algo de dificultad, pero no dijo nada, no sabia que decir, no sabía como reaccionar tampoco como ayudar, para ella ese niño que tenía enfrente es alguien completamente desconocido, y lo poco que sabía de él era de las veces que intentaba tener una pequeña charla con su hijo, pero a veces esa charla se ponía completamente envuelta entre gritos y reclamos. La mujer sabe y es consciente que no es una buena madre.

-Te perdono.-Dijo el pequeño niño mientras observaba su plato vacío, realmente le daba miedo mirar los ojos de su madre, pero tenía que hacerlo así que lentamente y con temor la miro-. Eres una buena mamá y se que haces lo mejor para que yo esté bien.

Eso fue lo último que dijo mientras acerca su mano a la de su madre, la acaricia un poco, Adriana se asustó por el toque, pero lo dejo hacerlo y con cuidado acepto el agarre, como también temblando lo correspondió, apretó suavemente y despues lo solto. Él niño  bajó la cabeza y se retiró a su habitación, pero antes de cerrar la puerta, miró una vez más hacia ella. Su madre seguía allí, inmóvil, con los ojos grises fijos en el vacío. Y, aunque él deseaba que algún día esos ojos lo miraran de una manera diferente, entendió algo en ese momento: los ojos de su madre no cambiarían, no por él. Quizás nunca serían los ojos cálidos que había soñado, los ojos que lo aceptaran sin reservas. Y eso lo aterraba más que cualquier otra cosa.

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⏰ Última actualización: Nov 11 ⏰

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