LUCA
Mi cabeza está a punto de explotar. Me quejo en voz baja y estiro mi cuerpo hasta que casi caigo de la silla. Abro los ojos de golpe, asustado, y mi mente tarda en entender dónde estoy. Esto definitivamente no es mi habitación, ni tampoco la casa de Ettiene. Me encuentro en una sala de paredes blancas hueso,frente a mi hay unos sofas rosa pastel y una mesa de centro de vidrio llena de libros y revistas.
Me siento en el sillón y miro a mi alrededor, intentando situarme. A la derecha, veo una pequeña encimera que separa la sala de lo que parece ser una cocina. De repente, escucho un ruido y me sobresalto. Mi vista se fija en un umbral que da paso a una cama desordenada. Me acerco con cuidado y noto unas largas piernas cubiertas a medias por una sábana. El cabello negro y despeinado de quien está en la cama cubre parte de su rostro, y su postura parece incomoda pero curiosamente relajada.
Me acerco un poco más, intrigado. Su expresión dormida es casi cómica, con el ceño fruncido y la boca entreabierta. Es hasta un poco... tierna, pienso, sin querer admitirlo. Se estira lentamente y su camiseta se sube un poco, revelando un vientre plano. Algo capta mi atención: hay lo que parecen ser un tatuaje que sobresale. Justo cuando me inclino para ver mejor, ella abre los ojos de golpe.
Unos ojos preciosos. Miel, con pequeños destellos verdes que me paralizan. Me miray pestañea, se da la vuelta como si no hubiera pasado nada. No puedo evitar soltar una risa baja.
De repente, se levanta sobresaltada, con los ojos muy abiertos.
—¡¿Qué haces aquí?! —su grito perfora mi cabeza como una explosión, y me llevo las manos a las sienes, intentando calmar el dolor que me atraviesa la cabeza.
Me mira de pie sobre la cama, intentando parecer amenazante. Es pequeña, tanto que incluso desde esa altura no logra sobrepasarme del todo. Recorro su cuerpo con la mirada: sus piernas son largas, tonificadas, y sus caderas... maldición. Subo la vista hasta su vientre, buscando ese tatuaje, pero su camiseta ha bajado, ocultando lo que vi antes.
—¿Qué miras, depravado? —me grita de nuevo, irritada—. ¿Cómo entraste a mi habitación así? ¡Dios, qué te pasa!
Su tono histérico me taladra el cerebro. Siento como si me fuera a explotar la cabeza.
—Lo siento... —digo con voz pastosa, mientras me froto las sienes—. Pero, ¿podrías dejar de gritar?
—¡¿Cómo no voy a gritar si un extraño aparece en mi habitación y me observa mientras duermo?! —me responde, más que alterada.
—¿Cómo llegué aquí? —le pregunto, ignorando su histeria por completo.
Ella resopla y se cruza de brazos.
—Deberías controlar lo que tomas —dice, bajando de la cama y pasando a mi lado—. Anoche intentaste robarme el taxi. Te bajé, pero apenas diste un paso, te desplomaste en la carretera. No podía dejarte ahí tirado, así que te subí al taxi otra vez. El taxista me ayudó a traerte hasta aquí. Y para colmo, vomitaste. —Habla rápido, casi atropelladamente, mientras se pierde tras el umbral.
—¿Vomité? Yo nunca vomito... —digo, incrédulo, y me levanto rápidamente para seguirla.
—Sí, vomitaste —responde sin girarse—. Y encima de mí, para ser exactos. Tuve que cambiarte la ropa porque no podías ni mantenerte en pie.
Me entrega un balde y mi camisa, que apesta.
—Ah, y también esto. —Me señala un vestido—. Es mi vestido. Lávalo y devuélvemelo limpio. —Me mira un segundo antes de señalar una puerta tras de mí—. El baño está por allí.
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¿Pederme en Ti?
RomanceMar ha aprendido a sobrevivir sola en un mundo que no le ha dado nada fácil. Estudiar en la universidad de sus sueños es solo el principio de la batalla por su futuro. Pero todo cambia la noche que un desconocido, rico y problemático, irrumpe en su...