Capítulo Uno

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— Bienvenido a casa, esposo mío.

Fluke se quedó sin palabras. Estaban en el fastuoso salón de Villa Angelica, con sus ventanas panorámicas que dejaban ver el cielo y el mar.

Pero Fluke no veía nada que no fuera el rostro de Ohm. Habían pasado cinco años desde la última vez que le había visto, cinco años y medio desde aquella boda extravagante de cinco millones de dólares. Cuánto derroche para un matrimonio que solo iba a durar seis meses.

Había esperado ese momento con terror. Albergaba un miedo inmenso. Y, sin embargo, Ohm parecía tan relajado, tan cálido, como si le estuviera dando la bienvenida después de unas cortas vacaciones, como
si no le hubiera abandonado de la noche a la mañana.

—No soy tu esposo, Ohm —dijo él suavemente.

Ambos sabían que ya no había nada entre ellos. Después de todas aquellas cartas formales que le había enviado tras haberle pedido el divorcio, no había vuelto a saber nada de él. No habían vuelto a tener contacto alguno desde entonces.

Se había negado a darle el divorcio y le había costado una fortuna enfrentarse a él en los tribunales.

Pero no había demanda, ni abogado, ni suma de dinero que pudiera hacerle cambiar de idea. Los votos matrimoniales eran sagrados. Era suyo y los tribunales de Grecia parecían darle la razón, o quizás habían sido comprados, Seguramente se trataba de la segunda opción.

—Sigues siendo mi esposo, pero no quiero tener una conversación como esta en una habitación tan grande.
Entra, Fluke. No eres un extraño. ¿Qué quieres beber? ¿Champán? ¿Un Bellini? ¿Algo más fuerte?

Fluke sentía que sus pies no querían moverse. Las piernas no lo sostenían. Su corazón latía demasiado deprisa. ¿Realmente era él? ¿Era Ohm?

Parecía otra persona. Cada vez más inquieto, apartó la vista y miró hacia los enormes ventanales que tenía detrás. Los acantilados seguían siendo
sobrecogedores, y después estaba el mar más azul que había visto jamás.
Todo estaba precioso ese día; un día perfecto de primavera en la costa de Amalfi.

—No quiero nada —dijo, aún teniendo mucha sed. Volvió a mirarle.

Tenía la boca seca y la cabeza le daba vueltas. Los nervios y la ansiedad crecían por momentos.

¿Quién era el hombre que tenía delante?

El Ohm Thitiwat con el que se había casado era un hombre refinado, elegante, de porte aristocrático. Pero el hombre que tenía delante era de espaldas mucho más anchas, un pectoral fibroso y bien torneado. El cabello, casi negro, le llegaba casi hasta los hombros y sus rasgos duros y fieros estaban escondidos bajo una tupida barba. Sus ojos, del color del ámbar, brillaban igual que siempre, no obstante.

Todavía tenía el pelo húmedo y su piel resplandecía, como si acabara de salir del mar cual deidad marina.

Poseidón, blandiendo su tridente en mitad de las aguas embravecidas,
Fluke no se sentía cómodo. No le gustaba nada de lo que veía. Se
había preparado para algo muy distinto.

—Estás muy pálido —le dijo él. Su voz era tan profunda como una caricia.

—Ha sido un viaje largo.

—Pues entonces ven a sentarte.

Fluke apretó los puños. Odiaba estar allí. Le odiaba por no haber accedido a verlo en un sitio que no fuera Villa Angelica, el lugar en el que habían pasado la luna de miel tras aquella espectacular boda. Aquel había sido el mes más feliz de toda su vida.

Después habían regresado a Grecia y las cosas ya no habían vuelto a ser igual.

—Estoy bien aquí.

Traición insuperableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora