Capítulo Ocho

265 48 1
                                    






Ohm masculló un juramento y sacudió la cabeza.

Al principio las cosas no habían sido difíciles. Fluke era encantador y se adaptaba a todo con facilidad. Pero una vez en Ekali, el barrio elitista de
Atenas al que se habían ido a vivir, su comportamiento había cambiado
radicalmente.

Comenzó a preocuparse, a dudar, y sus necesidades más bien parecían exigencias.

«Ven pronto a casa del trabajo. No trabajes hasta tan tarde. ¿Por qué
tienes que estar fuera siempre?».
Era cierto que trabajaba hasta muy tarde, y cuanto más presionado se
sentía, más quería estar en la oficina. Trataba de convencerse de que
trabajaba hasta tarde por Fluke, para darle todo lo que necesitaba, pero
en el fondo sabía que realmente no quería estar en casa. Aquella sonrisa diáfana y encantadora había dado paso a una mirada triste y taciturna. Y eso solía ponerle furioso. ¿Por qué no podía ser como las otras personas? ¿Por qué no tenía bastante con ir de compras y al spa? ¿Qué era lo que quería de él?

Un buen día, sin previo aviso, desapareció. Regresó a los Estados
Unidos y todo estalló en mil pedazos.
¿Cómo había podido abandonarle así? ¿Cómo se rendía de esa manera? ¿Cómo se había atrevido a dejarle? Él no había sido feliz durante todos esos años, pero tampoco lo había abandonado.

O quizás sí, A lo mejor no se había marchado, pero sí lo había dejado
emocionalmente. De repente, se daba cuenta de que sus exigencias no eran tan grandes. No le había pedido tanto al fin y al cabo, pero sus peticiones
habían sacado lo peor de él y le habían hecho comportarse como el niño
que una vez había sido.

Le había dado dinero, pero no afecto. Le había dado regalos, pero no le había entregado su corazón. Ohm Thitiwat era un hombre egoísta y
superficial. Le había hecho daño, con crueldad. Se había llevado de su casa
a un joven de veintidós años de edad y lo había encerrado en un blanco
palacio de mármol en el que no podía sentir ni hablar.

Le había hecho lo que su madre le había hecho a él. «Debes estar ahí, Ohm, pero no puedes necesitar nada. Tienes que estar presente, pero no puedes sentir,».

Desde lo alto de las escaleras, lo vio bajar a la plataforma del embarcadero. Su cabello oscuro resplandecía a la luz del sol. El corazón se le encogió de dolor.

Fluke, su esposo.

Estaba de pie en la plataforma, tapándose los ojos con la mano.

Había un bote amarrado junto a él. De pronto se quitó los zapatos y se
sentó en el borde. Mientras lo observaba, sintió una presión en el pecho. Cinco años antes había jurado que lo arreglaría todo, pero aún no lo había conseguido.

Darle un cheque y un divorcio no era lo correcto. Era fácil. Era más sencillo dejarlo ir que luchar por él. Pero no quería que las cosas fueran fáciles. Quería a Fluke a su lado y merecía la pena luchar por él porque lo era todo para él, porque lo amaba.

—Fue un error hacer el amor sin protección —dijo Ohm—. Y asumo toda la responsabilidad si te quedas embarazado.

Fluke se puso tenso. No le había oído acercarse.

—¿Y eso qué significa? —le preguntó, manteniendo la vista al frente—. ¿Significa que te encargarás de todo si me quedo embarazado?

—Asumiré toda la responsabilidad económica, por ti y por el niño,
y una vez nazca, asumiré la custodia.

—¿Qué? —Fluke casi se atragantó con la palabra.

Se volvió hacia él y le miró fijamente. Estaba parado en el estrecho rellano  de la escalera, apoyado contra una pared de piedra.

Traición insuperableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora