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Después de varias noches caóticas, Izuku y Katsuki habían empezado a entender mejor los patrones y necesidades de Kaizu. Cada día era un pequeño reto, pero también una oportunidad para descubrir algo nuevo. Y, finalmente, después de muchas noches sin dormir, encontraron una solución inesperada.

Fue una noche particularmente difícil cuando lo descubrieron. Kaizu, que solía quedarse dormido después de sus tomas de leche, estaba especialmente inquieto. Ni los paseos en brazos, ni las canciones suaves, ni los mecidos parecían calmarlo. Katsuki y Izuku, agotados, intercambiaban miradas desesperadas.

—¿Por qué no se duerme? Ya lo revisé y no es el pañal… —murmuró Katsuki, pasando una mano por su cabello desordenado.

—Quizás está nervioso por algo —suspiró Izuku, arrullando al bebé contra su pecho—. A veces los omega usamos feromonas para calmar a los bebés. ¿Y si intentamos algo así?

Katsuki lo miró, pensativo. El uso de feromonas era una práctica instintiva entre alfas y omegas, especialmente entre padres e hijos. Hasta ese momento, no habían probado conscientemente hacerlo, pues ambos estaban tan concentrados en aprender sobre pañales, horarios y alimentación que lo habían pasado por alto.

—Vale la pena intentarlo —dijo Katsuki, inclinándose hacia Izuku y Kaizu—. Tú primero.

Izuku cerró los ojos y respiró hondo, relajándose por completo. Como omega, su cuerpo soltó feromonas tranquilizadoras, dulces y cálidas, creando un ambiente de seguridad para su bebé. El pequeño Kaizu dejó de llorar casi al instante, soltando un leve suspiro mientras sus diminutas manos se aferraban a la camiseta de Izuku.

—Mira eso… —susurró Katsuki, sorprendido.

Pero no fue suficiente. Kaizu aún estaba inquieto, moviendo las manitas y gimoteando suavemente. Katsuki frunció el ceño y se acercó más.

—Bien, ahora voy yo —murmuró el alfa.

Katsuki bajó la cabeza y dejó que sus propias feromonas fluyeran, un aroma firme y protector que complementaba la calidez que emanaba de Izuku. Era una sensación envolvente, como si el aire se llenara de seguridad y amor. Kaizu soltó un suave suspiro, relajándose por completo. Sus pequeños ojos verdes se cerraron lentamente, cayendo en un sueño profundo sobre el pecho de su omega.

Izuku dejó escapar una risa suave, aliviado y maravillado.

—¿Por qué no intentamos esto antes? —preguntó Katsuki, levantando una ceja.

—Porque estábamos demasiado cansados para pensarlo —bromeó Izuku, apoyando la cabeza en el hombro de su alfa—. Pero ahora lo sabemos.

Y así, sin necesidad de más esfuerzos, los tres quedaron en calma. El silencio de la noche los envolvía, mientras Kaizu dormía profundamente entre los brazos de sus padres.

Desde esa noche, el uso de sus feromonas se convirtió en parte de la rutina. Cada vez que Kaizu mostraba señales de inquietud, Izuku y Katsuki simplemente dejaban que sus aromas llenaran el espacio. Era como una llave mágica: el bebé se relajaba al instante y volvía a dormir profundamente.

—Es como si lo hipnotizáramos —bromeó Katsuki una noche, mientras sostenía a Kaizu sobre su pecho y lo veía dormirse en segundos.

—Más que hipnotizarlo, le estamos diciendo que está seguro con nosotros —corrigió Izuku, sonriendo mientras acariciaba la cabecita del pequeño.

Con el nuevo descubrimiento, las noches dejaron de ser un caos. Kaizu resultó ser un bebé que, cuando se sentía seguro, dormía mucho y profundamente. Esa paz nocturna también permitió que Izuku y Katsuki recuperaran un poco de la energía perdida en las primeras semanas.

Una noche, después de acostar a Kaizu en su cuna, Katsuki se dejó caer en la cama junto a Izuku y soltó un suspiro largo y satisfecho.

—Esto es lo más cercano a unas vacaciones que vamos a tener por un buen tiempo, ¿no? —preguntó Katsuki, medio en broma, mientras se acomodaba en la cama.

—Probablemente sí —rió Izuku, acurrucándose a su lado—. Pero no lo cambiaría por nada.

Katsuki lo envolvió con un brazo, acercándolo hacia su cuerpo. El aroma suave de sus feromonas todavía flotaba en el aire, dándoles una sensación de paz. Por primera vez en semanas, pudieron dormir juntos sin interrupciones.

Durante el día, la rutina con Kaizu también se hizo más llevadera. Izuku aprovechaba los momentos en los que el bebé dormía para trabajar en algunos bocetos, mientras Katsuki respondía correos y gestionaba su empresa desde casa.

—¿No es raro que trabajes tan poco? —preguntó Izuku una mañana, observando cómo Katsuki, aún en pijama, respondía un mensaje en su teléfono.

—Mis empleados se están ocupando de todo por ahora. Si no puedo estar en casa durante este tiempo, ¿cuándo podría? —respondió Katsuki, sin apartar la vista del móvil.

Izuku sonrió. Katsuki se había entregado por completo a su rol de padre, y verlo así lo llenaba de orgullo. Era raro pensar en el hombre impetuoso que había conocido años atrás, el mismo que ahora se levantaba en mitad de la noche solo para calmar a su bebé con feromonas.

Kaizu se había convertido en el centro de sus vidas, pero también en una fuente infinita de felicidad.

Un día, mientras Katsuki y Kaizu tomaban una siesta juntos en el sofá, Izuku se quedó mirándolos en silencio. Era la imagen perfecta: Katsuki con una expresión relajada, abrazando al bebé contra su pecho, mientras el pequeño dormía plácidamente. La luz suave de la tarde los bañaba, creando un ambiente cálido y acogedor.

Izuku tomó su libreta de bocetos y empezó a dibujar. Quería capturar ese momento para siempre, ese instante de paz y amor puro que definía lo que habían construido juntos. Eran una familia, imperfecta pero perfecta a su manera.

Cuando Katsuki despertó y vio el dibujo, no pudo evitar sonreír.

—Nos ves demasiado bien, nerd —murmuró, pero había un brillo de emoción en su voz.

—Es porque así es como los veo —respondió Izuku, dejando el lápiz a un lado y acurrucándose junto a ellos.

Con cada día que pasaba, Izuku y Katsuki se daban cuenta de que estaban aprendiendo no solo a ser buenos padres, sino también a ser mejores entre ellos. Cada error, cada noche difícil y cada risa compartida fortalecía su vínculo. Kaizu había llegado para transformar sus vidas, y ellos estaban listos para enfrentar todo lo que el futuro les tuviera preparado.

—¿Sabes? Creo que estamos haciendo un buen trabajo —murmuró Izuku una noche, mientras miraban a Kaizu dormir.

—Claro que sí —respondió Katsuki con una sonrisa orgullosa—. Somos los malditos mejores en esto.

Y así, entre feromonas, noches tranquilas y pequeños momentos de felicidad, la familia Bakugou-Midoriya continuó creciendo, día a día, paso a paso, construyendo un hogar lleno de amor para Kaizu.

Padres primerizos - katsudeku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora