Capítulo 1

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Liriel se inclinó sobre su mesa de trabajo, sus dedos ágiles trituraban con precisión unas hojas secas de belladona. El leve aroma amargo llenaba el aire de la pequeña sala en la gran casa de sanación de Gondor, su hogar durante los últimos años.

Aunque la guerra había quedado atrás, el eco de sus cicatrices aún resonaba en los cuerpos de los heridos de los que cuidaba a diario. Los soldados, campesinos y niños que había ayudado le daban un sentido de propósito, uno que siempre había buscado desde que decidió convertirse en sanadora.

Las cicatrices de la guerra eran profundas no solo en la piel, sino también en el alma.

Liriel había aprendido eso desde muy joven. Había crecido observando cómo su abuela, una respetada sanadora de Pelargir, curaba heridas y consolaba almas. Esa dedicación fue su herencia, y aunque las expectativas sobre una joven mujer en la sociedad de Gondor eran otras, Liriel siempre había sido diferente. No se conformaba con el destino de un matrimonio arreglado o una vida tranquila en el hogar.

Buscaba algo más profundo: el poder de sanar, tanto física como espiritualmente.

Mientras depositaba el polvo en un frasco etiquetado con cuidado, una sombra oscura en el umbral de la puerta la sacó de sus pensamientos.

—Liriel —dijo el joven ayudante de sanación, inclinando ligeramente la cabeza—, ha llegado un mensajero con una carta de Rohan.

Rohan.

El nombre evocaba en su mente imágenes de colinas verdes y caballos corriendo libres bajo el cielo azul. Pero sobre todo le recordaba a Éowyn.

Se habían conocido tras los días oscuros de la guerra, donde habían llegar a compartir grandes momentos de complicidad. Había sido Éowyn quien había mostrado a Liriel que las mujeres no eran solo figuras silenciosas al margen de la batalla, sino que podían forjar su propio destino.

La amistad entre ellas había florecido cuando la dama de Rohan fue llevada a la casa de sanación tras la Batalla de los Campos del Pelennor, donde había luchado con gran valor para proteger a su pueblo. En Liriel, Éowyn había encontrado una compañera de espíritu, alguien que entendía lo que significaba vivir bajo el peso de las expectativas y el deseo de forjar su propio destino.

La sanadora tomó la carta con la elegante caligrafía de su amiga claramente visible en la parte exterior. Rompió el sello del Meara con una mezcla de anticipación y duda, y leyó con atención sus palabras.

En su carta, la dama le pedía ayuda: había encontrado Rohan, su pueblo, sumido en una gran necesidad tras la guerra. Faltaban los enseres, necesitaban reconstruir los pueblos y los cultivos y aún sufrían el asedio de los pocos orcos que habían escapado de Mordor.

Pero, sobre todo, necesitaban alguien que dirigiera la casa central de sanación de Rohan, ubicada en Édoras, tras la muerte meses atrás de su gran maestre. Necesitaban a alguien capacitado, dispuesto a ser el líder que su tierra necesitaba, consagrado a su profesión y sus creencias.

Alguien como Liriel.

Éowyn describía el caos en el que se había sumido el pueblo. Aquellos que no habían sido tocados por la guerra, ahora corrían el riesgo de morir por no tener a quién acudir en momentos de necesidad. Pero no era solo eso, su amiga le rogaba que viniera por ella, porque las cicatrices en su tierra eran aún más profundas de lo que se podía imaginar.

Liriel cerró la carta lentamente, reflexionando. La propuesta de dejar Gondor y trasladarse a Rohan era un giro que nunca había considerado. Estaba profundamente comprometida con su trabajo en Gondor, donde sentía que aún la necesitaban. Pero la amistad con Éowyn iba más allá de la mera camaradería. Habían luchado juntas, compartido sus miedos más oscuros y celebrado sus triunfos más secretos.

Dejar la ciudad blanca significaba dejar atrás la seguridad de lo conocido, su reputación y el lugar que había construido con esfuerzo.

Sin embargo, algo en su interior la empujaba hacia esa decisión. Sentía que en aquella tierra de jinetes podría encontrar un nuevo propósito. Un lugar donde su habilidad no solo curaría cuerpos, sino tal vez también sanaría almas perdidas.

Guardó cuidadosamente la carta en el bolsillo interior de su delantal y se acercó a la ventana.

Desde allí, podía ver las murallas de la ciudad, fuertes y decididas, pero también el horizonte que se extendía hacia un futuro incierto. La llamada de Éowyn resonaba en su mente. Sabía que debía decidir pronto. ¿Debería ir, unirse a su amiga y luchar por lo que creían justo, o quedarse atrás, segura pero insatisfecha, temiendo que su falta de acción pudiera ser un fracaso mayor que cualquier error en el campo de batalla?

Respiró hondo, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. Quizás, solo quizás, había llegado el momento de dejar atrás sus temores y enfrentar el desafío. Las palabras que su amiga le dijo un día aún flotaban en su mente: "el coraje no es la ausencia de miedo, sino la decisión de seguir adelante a pesar de él".

Liriel sabía que el camino que se presentaba ante ella sería difícil y lleno de incertidumbres, pero también estaba claro que la llamada a la aventura era más fuerte que sus miedos. Tal vez, solo tal vez, esta era su oportunidad de convertirse en la heroína que siempre había soñado ser.

Corazones en BatallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora