Han pasado siete años desde aquel día, y, curiosamente, me encuentro en el mismo lugar, un sábado lluvioso, esperando a alguien que ahora ocupa un lugar fundamental en mi vida: mi prometido. No sé si es casualidad o capricho del destino, pero no puedo evitar sentir un déjà vu. La lluvia, la cafetería y esa sensación de estar en el lugar correcto, aunque con una mezcla de nostalgia y melancolía que no me permite concentrarme del todo.De repente, siento cómo unas manos suaves cubren mis ojos desde atrás. Un aroma familiar me invade, y sonrío, adivinando quién es.
–Hola, amor –le digo, y su voz cálida responde:
–Hola, cariño.
Giro para mirarlo y, como siempre, me encuentro con esos ojos llenos de dulzura y amor. Marco, mi prometido, es perfecto; pero una parte de mí no puede ignorar el leve parecido con alguien que preferiría olvidar. Respiro hondo, alejando esos pensamientos. Es Marco quien está aquí, quien me ha elegido para compartir su vida y quien merece toda mi atención.
Nos sentamos y, mientras esperamos el café, le cuento un poco más de mi vida en el pueblo, de mi familia y de lo emocionada que estoy por llevarlo a conocer a mis padres. Ellos aún no saben la razón verdadera por la cual me fui, ni por qué nunca volví... hasta ahora. La ironía de estar de regreso en el mismo lugar, un sábado y con la misma lluvia, me atormenta, pero también me da fuerzas. Quizás, después de todo, ha llegado el momento de enfrentar ese pasado y seguir adelante.