Revelaciones inesperadas

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Narrado por Maia

Al fin cae la noche, después de un día lleno de preparativos. Jamás pensé que una boda pequeña y familiar me tomaría tanto tiempo y dedicación, pero en fin... una boda es una boda.

—¡Amor! —escucho la voz de Marcos llamándome desde la sala.

—Sí, cariño —respondo, acercándome a él.

—Creo que querías hablar de algo. Parece que siempre hay algo que lo impide. ¿Qué te parece si lo hacemos ahora? —me dice, mirándome con una mezcla de seriedad y ternura.

En ese momento, siento cómo mi rostro cambia de color. Mi corazón se acelera y me invade un nerviosismo que apenas puedo controlar. Respiro hondo, tratando de reunir el valor que necesito para decirle la verdad.

—Verás, cariño... —empiezo, con voz temblorosa—. Sabes que cuando nos conocimos y éramos solo amigos, te conté parte de mi pasado y de lo que me marcó para siempre. Pero también sabes que te mencioné que había una parte de mi vida que guardaba en lo más profundo y que nunca he contado a nadie. Y ahora... creo que ha llegado el momento de decírtelo.

Marcos me toma las manos con suavidad.

—Tranquila, amor. Sabes que te amo, y nada de lo que me digas cambiará eso. Puedes contarme lo que sea.

Asiento, sintiendo su apoyo y cariño. Respiro hondo una vez más y, al fin, suelto la verdad.

—Tengo... tengo dos hijos.

—¿Qué? —exclama, sin poder ocultar su sorpresa.

—Sí... Es algo muy mío, por eso nunca te lo dije. Pero ahora sabes lo más importante.

Marcos me mira, claramente desconcertado.

—Pero, ¿cómo es posible? ¿Dónde están? ¿Por qué tus padres no mencionan nada de ellos? ¿Cómo es que lo has guardado todo este tiempo?

—Es que... —empiezo a responder, con dificultad.

—¿Es que...? —insiste él, esperando respuestas.

—Mis padres tampoco lo saben... Nunca se los conté —respondo, casi en un susurro.

Marcos sacude la cabeza, incrédulo.

—No puedo creerlo, amor. Entiendo que fuera algo tuyo, pero esto es enorme.

—Lo sé... y lamento no haber tenido el valor de contártelo antes —le respondo con sinceridad, y veo en sus ojos una mezcla de sorpresa y compasión.

En ese instante, un ruido repentino detrás de la puerta de mi habitación nos interrumpe. Me vuelvo rápidamente, corro hacia la puerta y la abro. Allí, en el suelo, encuentro una bandeja con tazas derramadas. Levanto la vista y veo a mi madre, que me observa con el rostro desencajado.

Por la expresión en su rostro, sé que ha escuchado toda la conversación. En un segundo, siento que el suelo desaparece bajo mis pies. Mi madre acaba de descubrir mi mayor secreto, el mismo que nunca tuve el valor de contarle de viva voz.

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