Narrado por Alejandro:Hoy es el primer día en el que conoceré a los niños de cada curso y revisaré sus expedientes para ponerme al día con quienes necesitan de mi atención. Al entrar al salón de primero de primaria, un escalofrío me recorre al notar una carita conocida. Entre los niños, hay una pequeña con una asombrosa semejanza a ella... y a su lado, un niño idéntico a mí. Me quedo inmóvil, completamente desconcertado. La reacción no es solo mía; parece que varios notan la similitud.
Sacudo la cabeza, intentando concentrarme en lo que debo hacer. Respiro profundo y prosigo con mi presentación para cada niño, manteniendo mi compostura y dirigiéndome también a la maestra. A medida que avanzo en las presentaciones, descubro que esos dos pequeños que captaron mi atención son mellizos. Mi mente no deja de divagar: ¿cómo puede ser que sean un reflejo de ella y de mí? Era inesperado, pero no me puedo dejar llevar por esas ideas. Me esfuerzo por dejar los pensamientos a un lado y continúo con los siguientes grados. La jornada es larga, pero al final, me siento satisfecho con mi trabajo.
Es increíble cuánto amo mi profesión. Habría deseado tener a un psicólogo en mi vida cuando era niño, quizás me habría ayudado a evitar tantos errores y decisiones equivocadas. Pero, en fin, el pasado es pasado.
Al llegar a casa, lo primero que hago es tomar una ducha, dejando que el agua caliente alivie un poco la tensión acumulada. Me preparo algo ligero para cenar, pues es tarde y prefiero ir a dormir. O al menos, eso pensaba que haría. Pero esa noche, el sueño no llega. Me doy vueltas en la cama, incapaz de sacarme de la cabeza la imagen de esos dos niños.
—¿Por qué? —murmuro, desesperado—. ¿Cómo es posible que se parezcan tanto a nosotros?
Es una idea absurda, me digo una y otra vez, pero no puedo quitármela de la mente. No descanso en toda la noche, solo esperando que salga el sol y pueda regresar a mi trabajo. La urgencia por averiguar quién es la madre de esos niños no me deja en paz.
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