Capítulo 2

9 7 7
                                    

Caminé por el largo pasillo del castillo, mis pasos resonando en las frías piedras. Con cada paso, mi respiración se volvía más pesada, mis hombros se encorvaban bajo el peso de la tensión y el dolor. Mis ojos comenzaron a nublarse, la vista se me volvía borrosa. Intenté parpadear para despejarla, pero las lágrimas insistían en salir, formando una cortina de agua que dificultaba ver con claridad.

Mis emociones, reprimidas durante tanto tiempo, finalmente encontraron una salida. Las lágrimas comenzaron a deslizarse suavemente por mis mejillas, calientes y saladas, surcando mi rostro como ríos silenciosos de tristeza y frustración. Traté de secarlas con el dorso de mi mano, pero era inútil. Las lágrimas seguían cayendo, implacables, empapando mi piel.

Llegué a una pequeña alcoba junto a una ventana, donde la luz del sol poniente entraba en ángulos suaves, bañando el espacio en un resplandor dorado. Me apoyé contra la pared, dejándome caer lentamente hasta el suelo, mi cuerpo temblando con cada sollozo. Sentí cómo mi rostro se empapaba de nuevo, mis manos incapaces de detener el flujo constante de lágrimas.

Las imágenes de mi padre, sus palabras frías y duras, se repetían en mi mente. La desesperación de no ser comprendida, de sentirme atrapada en un destino que no había elegido, me abrumaba. Cada lágrima era una manifestación de mi dolor, de mi lucha interna por encontrar mi propio camino.

Miré por la ventana, viendo cómo el sol se ocultaba en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rojos y anaranjados. En ese momento, sentí una mezcla de tristeza y esperanza. Las lágrimas seguían cayendo, pero con ellas también se liberaba algo dentro de mí, una determinación renovada para enfrentar mi destino a mi manera.

Me quedé allí, en silencio, permitiéndome sentircada emoción, cada lágrima. Sabía que el camino por delante sería difícil, lleno de obstáculos y desafíos, pero también sabía que no podía renunciar a mis sueños y deseos. Debía ser fuerte, no solo por mí, sino por todas las personas que dependían de mí.

Finalmente, cuando las lágrimas comenzaron a disminuir, me levanté lentamente, sintiendo una nueva fuerza surgir en mi interior. Limpié mi rostro con cuidado, decidida a seguir adelante. No podía cambiar a mi padre ni sus expectativas, pero sí podía cambiar mi reacción ante ellas. Con esa convicción en mente, me alejé de la ventana.

Me dirigí hacia la habitación de mi hermana Luthien. Necesitaba decirle que me iría a recorrer el pueblo para despejar mi mente. Mientras caminaba por el pasillo, noté algo inusual, un guardia estaba apostado cerca de la puerta principal de la habitación de mi padre. No era normal verlos tan cerca de sus aposentos, así que su presencia me inquietó.

El guardia, un hombre fornido con una expresión seria, me miraba fijamente. Su mirada seguía cada uno de mis movimientos, y sentí una oleada de ansiedad recorrer mi cuerpo. ¿Era por el espectáculo que mi padre y yo habíamos montado? ¿O había algo más en juego? Una parte de mí me decía que algo grave había sucedido. Sabía que el guardia quería que me alejara de allí, que me fuera, pero también sabía que esta era mi oportunidad.

Fingí alejarme, haciendo creer al guardia que obedecía su silenciosa orden. Caminé por el pasillo, asegurándome de que mis pasos resonaran en las piedras, dándole la impresión de que me marchaba. Al doblar una esquina, me escondí detrás de una columna, observando con cautela el área donde se encontraba el guardia. Él no parecía haber notado mi ardid, y permanecía inmóvil, vigilando la puerta de la habitación de mi padre.

Espere a que entre a la habitacion y avancé sigilosamente, asegurándome de no hacer ruido. Mi corazón latía con fuerza, cada pulso resonando en mis oídos. Me deslicé por el pasillo, acercándome cada vez más a la puerta. Sabía que no tendría muchas oportunidades como esta.

Un latido puede encadenarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora