Primera vez

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Eloise cerró la puerta de su habitación con cuidado, como si temiera que el simple acto de hacerlo pudiera romper la magia del momento. Su corazón latía con una intensidad que jamás había experimentado, un tamborileo que resonaba en cada rincón de su ser. La memoria del beso con Phillip le provocaba escalofríos, no solo por la suavidad de sus labios, sino por la conexión visceral que habían compartido. Esa chispa, ese fuego que se había encendido en ella, era innegable.

Respirando hondo, Eloise se dejó caer sobre la cama, sintiendo cómo sus pensamientos se agolpaban. La calidez de Phillip, las manos delicadas que la habían tomado mientras la miraba con tanto amor, habían dejado una huella imborrable en su corazón. ¿Cómo podía ser que un simple beso la hiciera sentir tan viva, tan deseada? Las imágenes de su rostro, su sonrisa, y la profundidad de sus ojos llenaron su mente, haciendo que el hambre de más se intensificara.

La cena estaba cerca de ser servida, pero la idea de bajar al comedor parecía abrumadora. "Un dolor de cabeza", le dijo a la doncella, utilizando esa excusa que parecía pequeña en comparación con lo que realmente sentía. Era necesario, necesitaba un momento para procesar todo lo que había sucedido.

En el comedor, Phillip la esperaba, el ramo de geranios entre sus manos, símbolo de un amor creciente. Al ver que Eloise no bajaba, una sombra de desánimo cruzó su rostro. Sin embargo, comprendía su necesidad de espacio. No quería presionarla, sabía que cada paso debía ser dado con cuidado y respeto. El amor era un terreno nuevo para ambos, lleno de matices y emociones que aún estaban por descubrir.

Mientras tanto, Eloise se preguntaba si alguna vez podría tener el valor de enfrentar sus sentimientos y dejar que ese fuego ardiente se expandiera, llevándola hacia un lugar donde el miedo desapareciera, y solo quedara el deseo puro que ahora la consumía.



Phillip y los niños terminaron de cenar, Amanda y Oliver subieron a dormir, riendo y corriendo por las escaleras, dejando a Phillip solo en su despacho.

Se acomodó en su sillón favorito con un libro en la mano, pero su mente no podía concentrarse. Las páginas se desdibujaban mientras el recuerdo de besar a Eloise lo asediaba. La suavidad de sus labios y la chispa de deseo que había encendido en él lo distraían sin tregua. Finalmente, con una mezcla de frustración y anhelo, cerró el libro y decidió que era mejor ir a su habitación.

Mientras tanto Eloise paseaba de un lado a otro, luchando contra su impulso de ir a buscar a Phillip. Había sido ella quien lo besó, y la memoria le provocaba una mezcla de emoción y temor. ¿Qué pasaría si lo tenía enfrente de nuevo? La idea de sucumbir a la atracción que sentía por él la aterraba y excitaba a partes iguales.

De repente, oyó pasos subir la escalera. Rápidamente apagó la última vela, sumiendo su habitación en penumbras, y se quedó en silencio, esperando que Phillip no la llamara.

El paso por su habitación, tenía el ramo de geranios en su mano, al ver todo a obscuras decidió seguir de largo a sí habitación.


Phillip llegó a su habitación, sintiéndose algo perdido en sus pensamientos. Se recostó en la cama, imaginándose a Eloise, su cuerpo y su risa contagiosa. En su mente, sus labios recorrían su cuello, sus hombros, la sensación que sintió al besarla no lo dejaba en paz, se dejó llevar hasta que, finalmente, el cansancio lo venció y logró conciliar el sueño.

Eloise por si parte, se sumida en un profundo sueño, fue despertada por una visión ardiente: ella y Phillip en medio de un bosque, desnudos, besándose con pasión desenfrenada. Su corazón latía desbocado al recordar el fuego que había sentido al tocarlo. Sin pensarlo, se deslizó de sus sábanas y se dirigió hacia la habitación de Phillip, decidida.

Por orden de la reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora