Capítulo 3

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Nunca he sido buena para mantener las cosas bajo control, a pesar de todo lo que piensan los demás. Claro, a simple vista puedo parecer tranquila, eficiente, incluso distante, pero por dentro... por dentro siempre es un caos. Es como caminar sobre un lago congelado, sabiendo que el hielo puede romperse en cualquier momento. Así es como he vivido, y por mucho tiempo, ha funcionado. Mantener a todos a raya, poner distancia, asegurarme de que nadie se acerque lo suficiente para ver las grietas.

El problema es que, últimamente, todo parece estar resquebrajándose.

El día después de lo que ocurrió en la biblioteca, lo sentí más que nunca. No era solo Matthew. Era el trabajo, la universidad, los planes que no terminaban de cuajar y la constante presión de hacer las cosas bien. Era esa sensación de que, por más que me esforzara, algo inevitablemente iba a salir mal.

Ni siquiera sé por qué estoy pensando tanto en Matthew. No somos amigos. Apenas hemos intercambiado palabras hasta hace dos días, y sin embargo, esa conversación no deja de dar vueltas en mi cabeza.

¿Qué es lo que me molesta tanto?

Tal vez es que él hizo algo que nadie más ha intentado. Quiso... entenderme. O peor aún, quiso conocerme. La gente no suele hacer eso. No me gusta cuando lo intentan. Es más fácil ser la chica que se sienta al fondo de la clase, la que trabaja en la biblioteca sin llamar la atención. Mantener las barreras levantadas es más sencillo, más seguro. Pero con Matthew... no sé, es como si su comentario hubiera golpeado una parte de mí que siempre intento ignorar.

Y lo odio por eso.

A pesar de mi resolución de evitarlo, paso casi todo el día dándole vueltas. Lo intento, realmente lo hago, pero cada vez que escucho su nombre o lo veo a lo lejos en la universidad, esa incomodidad regresa. Es como una espina que no puedo sacar. Incluso ahora, mientras me siento en mi pequeño escritorio, en este apartamento que debería ser mi refugio, no puedo sacármelo de la cabeza.

Llego a la recepción de la biblioteca para registrar mi llegada, cuando Julia aparece a uno de los costados del enorme escritorio.

—Emma, cariño, ¿cómo estás? —preguntó, mientras ordenaba algunos libros que acababan de devolver.

—Bien, todo bien —respondí con un asentimiento. Es nuestra rutina: ella pregunta, yo respondo, y el día sigue como de costumbre.

Julia ha trabajado en la biblioteca de la universidad durante más años de los que puedo contar. Dirige el lugar con la precisión de un reloj, y todos la respetan. Es mayor, lo suficientemente mayor como para ser mi madre, tal vez incluso mi abuela. Desde que empecé a trabajar aquí, ha sido la única persona que ha logrado colarse en mi vida sin que me dé cuenta.

Al principio, pensé que sería como cualquier otra relación de trabajo: distante, profesional. Pero Julia es diferente. Tiene esa capacidad de notar cuándo algo no está bien, pero, en lugar de preguntar o inmiscuirse, simplemente deja que las cosas sigan su curso. Nunca me ha presionado ni me ha exigido explicaciones. Sabe cuándo hacer un comentario sarcástico para romper la tensión o cuándo simplemente ofrecer una taza de café sin decir una palabra.

Con el tiempo, llegué a sentirme cómoda con ella. No sé exactamente cuándo sucedió, pero empezó a ser parte de mi rutina, parte de mi vida. A veces, cuando las cosas se vuelven demasiado pesadas, me apoyo en ella. Solo un poco, solo lo suficiente para sentir que no estoy completamente sola. Pero son momentos contados. En general, prefiero mantener esa distancia. Es más seguro así.

Mientras ordeno los libros en su lugar, trato de concentrarme en las tareas habituales. Es lo que hago cuando necesito despejar mi mente. Sumergirme en la monotonía del trabajo. El silencio de la biblioteca, el olor a papel viejo, el sonido de las páginas pasando... todo eso solía ser mi refugio. Pero hoy no puedo evitar sentir que algo está fuera de lugar.

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⏰ Última actualización: Oct 23 ⏰

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