La Cala Abakh no estaba demasiado lejos de Coaltean. De hecho, era un destino bastante popular durante el verano para todo aquel que se pudiera permitir un billete para el ómnibus (algo que era cada vez más fácil gracias a los avances en los motores de vapor) y contase con una hora de sobra para cada trayecto.
Por desgracia, no era un destino tan concurrido cuando el invierno se aproximaba. La frecuencia era bastante menor, las tarifas más altas y era bastante común encontrarse el habitáculo principal reservado para la tranquilidad de un hombre de negocios. Resignada, entregué un par de monedas al conductor y tomé asiento en una de las plazas del techo del vehículo.
―Hace un frío que pela tan temprano, pero al menos las vistas son bonitas ―dije en voz alta, intentando convencerme a mí misma.
Los primeros rayos del amanecer se reflejaban en los aún tímidamente encendidos cristales etéricos para dotarlos de un brillo único. Dibujé una pequeña sonrisa en mis labios, pensando en cómo Rory siempre decía que le encantaría poder estudiar ese fenómeno y preservarlo para «el bien de la alquimia».
Aun así, por mucho que me maravillara la naturaleza de este mundo, ya sabía de memoria qué iba a encontrarme a lo largo del viaje: una llanura que se mostraba infinita hasta que el terreno decidía dibujar unos acantilados que se abrían erráticamente hacia los lados, llenos de cristal de éter terroso e hídrico. Y, entre ellos, un erosionado camino a través de la roca que guiaba a los viajeros hasta una playa de grava clara y fina. Por el camino, quizá podrías encontrar alguna que otra edificación de piedra para que los viajeros que decidieran emprender el viaje por su propio pie se apeasen (ya fuera para reponer fuerzas con un aperitivo o guarecerse del monstruo ocasional que decide tomar el sendero como parte de su territorio), pero el carro de acero nunca las consideraba: nadie querría alargar su hora de viaje y los ómnibus más modernos iban equipados con bengalas alquímicas lo suficientemente potentes como para aterrar a la mayoría de criaturas de la región.
Así que hice lo de siempre: incliné hacia delante el visor de mi sombrero para proteger mis ojos del sol y dejé caer los párpados hasta que el conductor anunciara a gritos que habíamos llegado a nuestro destino.
***
―¡P-polizón! ―gritó el trajeado hombre de negocios, sacándome con violencia de mi letargo―. ¡Polizón en el compartimento del equipaje!
El conductor no dignó el escándalo con una respuesta. Yo tampoco le culpaba: era tan común encontrarse con alguien que quisiera aprovecharse del carromato para llegar a su destino sin pagar que lo raro sería que no hubiera nadie escondido en el hueco para las maletas de una estancia reservada. No obstante, el acaudalado cliente parecía genuinamente molesto por la situación y decidió tomarse la justicia por su mano.
Cuando pude abrir el tragaluz y saltar al interior del vehículo, me di de frente con una escena que en otra circunstancia hubiera sido digna de una risotada: un señor orondo llevando al límite sus capacidades de contorsionismo. Un brazo sobre la tapa superior del compartimento, otra rebuscando entre los diversos bolsillos de su chaqueta con la esperanza de encontrar algo similar a algún arma con lo que defenderse.
―¡No soporto a los polizones! ―Me miró con los ojos henchidos en sangre―. ¡Ver cómo la tapa se movía me ha dado un susto de muerte! ¡Y a nadie parece importarle! Ven, niña, ayúdame a llevar a este criminal a la justicia.
Finalmente, dio con lo que buscaba en su chaqueta: una navaja más decorada que práctica. Con la torpeza de una mano que no parecía ser la dominante, la desplegó, preparado para enfrentarse al intruso. Por desgracia para él, el ademán hizo que el peso que cargaba sobre la tapa disminuyera, dándole al polizón la oportunidad para desestabilizarle de una patada y hacer que saliera por los aires.
ESTÁS LEYENDO
Alquimistas del Diluvio Estelar
Ciencia FicciónDicen que las estrellas fugaces traen la prosperidad. Y lo cierto es que desde que empezaron a surcar los cielos hace diez años, la tecnología ha avanzado a pasos agigantados, poniendo en duda el rol de los métodos más tradicionales de la alquimia. ...