Capítulo 5 - Mirei Rapsen

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La entrada al Templo del Dragón Marino se hallaba justo en el centro de las subruinas de Abakh, a varios estadios de profundidad. Piso a piso, las escaleras de caracol se iban haciendo tan ornamentadas como tediosas. Lo que era irónico ya que, excluyendo el camino principal, cada planta era menos habitable que la anterior y empezaba a verse consumida por una cúpula totalmente opaca que restaba espacio a las estancias.

―¿Obsidiana? ―pregunté para matar el silencio, pasando cuidadosamente mi mano por el muro.

―Tan observadora como siempre, Mirei. ―Ridamaru blandió su báculo para desbloquear una esclusa con el control del agua―. Los lugareños lo llamamos el Huevo Marino, pues es el lugar del que nace el éter de agua, pero no es más que una construcción de nuestros ancestros en honor a Sayu. Una que también cuenta con utilidad práctica: nos sirvió para mantener en pie los deteriorados cimientos de Abakh.

―Es un buen material para resistir la presión del agua ―consideré―. ¿Cuánto hemos descendido ya?

―En vuestras métricas, aproximadamente seiscientos metros. Lejos del Abismo, pero a suficiente profundidad como para que ningún invento humano pueda acceder desde el exterior. ―Dibujó un mohín cómicamente serio en su rostro. No pude evitar que el aire se me escapara por las comisuras―. Algunos lo han intentado.

―¿Ningún invento humano?

―Hace un par de semanas encontramos una especie de vehículo metálico en el que alguien pretendía descender. Pero... ―Juntó sus manos e imitó un crujido―. También lo han intentado algunos buzos con alquimia, pero todavía no existe un tónico despresurizador que alcance estas cotas.

―No lo entiendo... ¿qué ganan intentando entrar desde fuera? Aunque lograran superar la cúpula, tendrían que cruzar el Huevo.

―Creo que te falta algo de información, amiga mía. ―Me guiñó uno de sus ojos. Era extrañamente perturbador ver cómo un kabaajin imitaba un gesto tan humano, pero sus intenciones lo hacían un acto agradable―. Mira por ti misma y saca tus conclusiones.

La última puerta se abrió de un chasquido y la penumbra en la que nos habíamos adentrado se disolvió de un plumazo. La cúpula de obsidiana estaba llena de inscripciones que refulgían con el tono característico del éter hídrico y una suerte de cristalera filtraba una luz desde el techo que, por motivos obvios, no podía ser más que una fabricación etérica. Aun así, la sensación que daba era similar al calor natural del sol, si bien su tinte también era azulado.

Pero no tardé en ver cuál era la pieza que necesitaba para terminar de montar el puzle. Al ver el exterior del Huevo conforme descendíamos por las ruinas era lógico asumir que se trataba de una semiesfera, pero desde el interior la perspectiva era distinta: casi un tercio de la pared no estaba ahí. En su lugar un hueco dejaba entrar agua del exterior, batiendo la arena que lo rodeaba.

―Esto... no tiene ningún sentido, ¿verdad? ―Miré ojiplática a mi guía, haciendo más aspavientos de los que me enorgullecería admitir―. ¿Una playa submarina? ¿Cómo demonios se supone que funciona esto?

―¿Y cómo crees que funciona la burbuja que envuelve nuestra ciudad? No es sino de aquí donde nace la bolsa de aire en la que vivimos. Y tiene sentido: si Madre Sayu creó los mares, Ella es capaz de decidir hasta dónde llega Su dominio y dónde nos permite vivir. Este santuario no es más que una extensión de Su benevolencia, proporcionándonos un lugar para presentarle nuestros respetos.

―Rida, tío... Sabes que valoro mucho vuestra cultura, pero... soy una científica, no puedes justificarme algo así solo con teología.

―Tan escéptica como siempre, amiga mía. ―Recorrió una de las columnas con sus dedos. Unas pequeñas partículas de éter volaron de ellas―. Ya conoces nuestra magia de cristal. ¿Cómo un ser todopoderoso en su elemento como Sayu no va a poder hacer lo que desee con ella?

Alquimistas del Diluvio EstelarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora