Con un chispazo, los cristales que colgaban del techo empezaron a perder su brillo, logrando que la penumbra se apoderara del pequeño taller. Por fortuna, los últimos rayos del atardecer aún se filtraban por las cristaleras e impedían que el perder la luz artificial nos dejara totalmente a oscuras.
No, era otra cosa la que me preocupaba.
―¡Mirei! ―La crispada voz de mi compañero resonó con fuerza por todo el taller―. ¿¡Qué demonios estás haciendo!? ¡La fragua debería tener suficiente éter como para durar hasta el fin de semana!
Incliné hacia arriba la máscara protectora que llevaba y dejé el soldador sobre el banco de herramientas. Desoyendo los gritos acusatorios, examiné un aún candente rastro de metal al rojo vivo que no había acabado de llegar a su destino y bufé con desgana.
―Si me hubieras preparado las baterías que te pedí, esto no habría pasado. ―Eché hacia atrás los hombros para estirarlos―. Es frustrante tener que trabajar con lo que poco que me das, Rory.
El aludido abrió la puerta. A pesar de la violencia con la que lo hizo, su mano libre seguía firme sujetando un vial luminiscente. Gracias a él, se podía ver todo el desaguisado de la estancia: trastos tirados por el suelo, herramientas desperdigadas por las mesas. Y alguna que otra marca de quemadura en las paredes de la que no me enorgullecía demasiado.
Sí, era fácil ver por qué desconfiaba de mí para estas cosas.
―La última vez que te preparé una acabaste abriendo un agujero en el techo.
Hice caso omiso a sus preocupaciones y le eché un buen vistazo con fingido desinterés.
―Eso que llevas ahí me vendría muy bien para... ―Me abalancé sobre el muchacho, que se limitó a dar un paso al lado cada vez que arremetía, danzando como si lo hubiéramos ensayado.
Rory se recostó contra la pared con una expresión amenazante mientras observaba un vial alquímico. Sabía con certeza que, si no hacía uso de ese lenguaje corporal, nadie le iba a tomar en serio. El hombrecillo, a pesar de haber alcanzado la treintena, era menudo como un adolescente. Tampoco ayudaba a su causa que sus lampiñas facciones no se hubieran afinado demasiado con los años ni que un montón de pecas recubrieran su tez pálida para dotarle de un aire de inocencia.
―¿Crees que eso va a funcionar conmigo? ―Aproveché mi ventaja de fuerza y altura para revolverle el pelo―. Ay, a veces pecas de iluso.
Si bien todo el conjunto del alquimista te hacía pensar en que no sería capaz de cumplir una sola de sus amenazas, sus poco naturales ojos dejaban claro cuándo no bromeaba. Aunque le costara admitirlo, estaba orgulloso del resultado del accidente alquímico que los tornó morados, el color del éter de afinación eléctrica.
―Ya sabes lo que necesito para sintetizar una carga para la fragua, ¿verdad? ―preguntó, sin dejar de fijar su mirada en mí.
―Unos doscientos gramos de cristal etérico elemental y... Un par de núcleos de monstruo ―repasé mentalmente―. Imagino que te vale cualquiera, por débil que sea. Dijiste que eran... ¿estabilizadores?
―Esa es la receta antigua. ―Dibujó una sonrisa de lado que me hizo pensar que no estaba tan enfadado como aparentaba―. Ahora también usamos carbón. O rocas volcánicas, pero imagino que no estás como para un viaje exprés a Kadrous ahora.
―Así que el purista de la alquimia tradicional ha aceptado mi turbina de vapor como fuente de energía auxiliar. ¡Ay, cómo crecen!
―Cuando tienes razón, tienes razón. No sé exactamente cómo va ese cachivache, pero el «sistema redundante» del que hablabas hace que una carga de la fragua sea capaz de durar casi el doble. Eso me deja más tiempo para mis experimentos... y más margen para poder ignorar tus trastadas.
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Alquimistas del Diluvio Estelar
Fiksi IlmiahDicen que las estrellas fugaces traen la prosperidad. Y lo cierto es que desde que empezaron a surcar los cielos hace diez años, la tecnología ha avanzado a pasos agigantados, poniendo en duda el rol de los métodos más tradicionales de la alquimia. ...