𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟑

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𝐈'𝐯𝐞 𝐠𝐨𝐭 𝐲𝐨𝐮, 𝐮𝐧𝐝𝐞𝐫 𝐦𝐢 𝐬𝐤𝐢𝐧 

Nicholas se despertó temprano aquella mañana, la luz del sol filtrándose a través de las cortinas del nuevo apartamento. Aún no había terminado de desempacar todas sus cosas, pero la emoción de tener un espacio propio le había mantenido despierto la noche anterior, repasando mentalmente todo lo que quería que Amelie viera. **"Es solo un apartamento,"** se recordó, pero en su interior sabía que era más que eso; era un nuevo comienzo, un refugio lejos de las luces y la atención constante que venía con su fama.

Mientras se preparaba, no pudo evitar pensar en ella. Había algo intrigante en Amelie, la abogada recién licenciada que había estado manejando su caso. La había visto en su oficina, con su cabello recogido en un moño desordenado y sus gafas que le daban un aire serio, pero había notado una chispa de curiosidad en su mirada que lo había intrigado.

Finalmente, listo, se puso una camiseta blanca y unos pantalones cortos, un look casual que le permitiera sentirse cómodo. **"No quiero parecer demasiado formal,"** pensó. En su mundo, la imagen lo era todo, pero quería que esta reunión se sintiera auténtica.

Cuando el timbre sonó, sintió una oleada de nerviosismo recorrerlo. Abrió la puerta y ahí estaba Amelie, con su sonrisa profesional. Tenía una presencia que hacía que el lugar se sintiera aún más acogedor.

—¡Buenos días! —exclamó, con un brillo en sus ojos que lo hizo sonreír de inmediato.

—Buenos días —respondió él, sintiéndose un poco más relajado a su lado—. Gracias por venir.

La condujo a través del vestíbulo, señalando los detalles de la decoración, las molduras de las puertas y el suelo de madera que había elegido. Amelie parecía genuinamente interesada.

—Es un lugar realmente bonito —comentó ella, observando el amplio salón con sus ventanales.

—Gracias. Quería un espacio que se sintiera abierto, donde pudiera respirar —admitió, sintiendo una extraña conexión con sus palabras.

Mientras caminaban hacia la cocina, él se detuvo frente a la barra de desayuno.

—¿Has tenido la oportunidad de cocinar aquí? —preguntó Amelie, cruzando los brazos y apoyándose ligeramente en la barra.

Nicholas soltó una risa, sintiéndose un poco avergonzado.

—No tanto. Hasta ahora, solo he pedido comida para llevar. Estoy acostumbrado a que otros cocinen por mí —dijo, encogiéndose de hombros.

Amelie se inclinó un poco hacia adelante, su curiosidad palpable.

—Eso es algo común entre los que están ocupados, pero deberías probarlo. Cocinar puede ser terapéutico.

—Quizás deberías enseñarme entonces —respondió él con una sonrisa traviesa, sintiendo que la conversación se tornaba más personal.

Ella lo miró, un destello de sorpresa cruzando su rostro.

—No sé si soy la mejor maestra. Mis habilidades culinarias son... limitadas.

—Tal vez podríamos hacer un trato. Si me enseñas a cocinar, yo te ayudo con los contratos —sugirió Nicholas, disfrutando de la forma en que sus ojos se iluminaban con la posibilidad.

—Eso suena justo, pero tengo que advertirte que mis habilidades son más teóricas que prácticas —bromeó ella, riendo suavemente.

Nicholas rió también, y ese sonido resonó en el aire, llenando el espacio con una energía cómoda. Sintió que la barrera de la formalidad se desmoronaba poco a poco.

𝐌𝐎𝐎𝐍 𝐑𝐈𝐕𝐄𝐑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora