- ¡Doreen! –gritó Margo.
- ¿Señora? ¿Me llama a mí?
- ¿Quieres venir de una vez?
- Me llamo Daisy, Doña-Se acercó a la cocina.
- ¿Daisy? Ridículo. Mira, quiero que te lleves esto.
Le entregó una bolsa con restos de comida. Un paquete de queso abierto, un cartón de leche casi vacío, un tupper con espaguetis con tomate a medio comer, y una salchicha suelta mordida.
- Lo tiro enseguida, Doña-dijo tras mirar el contenido.
- ¡¿Qué vas a tirar!? Te lo estoy dando para que lo aproveches. Oh, mira, este trozo de chocolate que me queda aquí, también, llévatelo-Lo metió en la bolsa.
- Pero, Doña Margo, yo...
- Así del dinero que te pago por estar aquí no lo tienes que gastar en comida. No hace falta que me des las gracias. Guárdalo y sigue con el salón.
La asistenta se fue sin saber qué cara poner. Margo, satisfecha con su buena acción, subió a cambiarse de ropa para ir a ver a su amiga Charlotte como todos los años.
Eligió un vestido con amapolas estampadas. Antes de poder abrochárselo hasta arriba, escuchó su nombre. Se giró y fue hacia la puerta. Se desplazó tan deprisa, que no calculó bien y golpeó la pata de la cama con su pie izquierdo; llevaba chanclas y su meñique se quedó en una posición no muy natural.
Cayó a la cama del dolor, donde se quedó sentada rabiando. Alcanzó a coger su bastón y empezó a zarandearlo y a dar golpes a lo que pillaba. En ese momento, entró Daisy, que había escuchado el ruido.
- ¿Le pasa algo, Doña?
- ¿Yo te he llamado?
- No. ¿Está bien?
- ¿Tú me has llamado?
- No. ¿Se ha hecho daño en el pie?
- A tomar por culo-le tiró el bastón.
Daisy se protegió, esquivando el bastón con las manos. Le lanzó una mirada desaprobadora y cerró la puerta tras de sí, pensando en no volver a pisar esa casa.
Fue dando saltitos hasta el baño. Se miró al espejo y se quitó la peluca que llevaba. Hacía tiempo que decidió usarla, ya que le quedaban cuatro pelos mal contados. Era vieja, pero no tanto. Sus otras amigas tenían todavía suficiente pelo como para ir a la peluquería semanalmente.
Se subió la cremallera hasta arriba, y en el momento en el que la soltó, se abrió sola; el vestido de amapolas ya no le quedaba bien. Se lo bajó hasta la cintura y vio en el reflejo del espejo una prominente barriga.
Estrías. Piel caída. Calva. Gorda. Puentes en la dentadura. Arrugada. Manchas por todo el cuerpo, de la vejez. Su propio reflejo le provocó ganas de vomitar. «Con lo que he sido...». Si bien es cierto que, en comparación con sus amigas, estaba físicamente peor, era un cuerpo normal como tantos otros, pero para Margo supuso un hachazo. No podía remodelarse como cuando era joven. Sólo le quedaba "disfrazarse". Mantener la imagen de perfección que quería vender.
Se sentó en la cama, aun con el vestido a medio poner. Encendió su teléfono buscó en Google formas caseras de adelgazar. Un tutorial de una tal Malena, recomendaba hacer ejercicios para "desligar la grasa pegada del músculo". A pesar de no tener ningún tipo de rigor científico, Margo decidió probar lo que proponía. El truco consistía en buscar una toalla, estirarla, rodearte con ella, y tirar de ambos extremos. La fricción y el calor que ésta genera, sumado al movimiento, debía conseguir el efecto deseado: un abdomen más plano.
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Raíces Negras
HorrorTercera entrega de la antología de terror 'Eris Qod Sum' Un demonio protege a Margo Gümm. Se encuentra encerrado dentro de un colgante con forma de candado. Cada vez que se cae una de sus piedras decorativas, es un indicio de que el mal la está acec...