♟| 11. Gemelos

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 Clarence Dominic


El auto se estacionó delante del avión privado.

Removí el cuerpo dormido de mi esposa a mi lado con delicadeza, besé sus mejillas y ojos susurrándole que habíamos llegado a nuestro primer destino, sus ojos claros me robaron el aliento como esa primera vez hace tantos años y una sonrisa sincera brotó de mis labios al ver lo jodidamente preciosa que era. Joder, era tan pero tan afortunado. Me separé para permitirle terminar de despertarse, luego de una hora y media hasta el aeropuerto del que íbamos a partir, el embarazo la mantenía agotada, le pedí que nos retiráramos muchísimas veces de la fiesta, todas las veces se negó diciendo que debíamos disfrutar hasta el final de nuestros familiares y amigos.

La complací, como haría siempre, pero no iba a negar el hecho de que ganas de sacarle de allí y arrastrarla hasta tenerla para mí solo no habían faltado. Compartirla con otros no era algo de lo que supiera demasiado todavía, y cada día eran más personas, me exasperaba. Salí del auto para hablar con el piloto que estaba a las escaleras del avión y luego de asegurarme de que todo estaba bajo control dejé que mi equipo de seguridad de encargara de lo demás, regresé al lado de mi mujer para abrir su puerta y la ayudé a salir del auto sosteniendo todo el peso de ella que me permitiera, si fuera por mí ni siquiera la dejaría caminar.

Me dio una mirada que gritaba "se lo que estás haciendo" y se arregló el vestido blanco ajustado que se le había subido y dejaba ver su preciosa barriga de embarazada de casi cuatro meses.

—Tengo una sorpresa para ti —anuncié.

—Van muchas sorpresas, Dominic.

—¿Existe algún problema con ello? —cuestioné, me coloqué detrás de ella y la ayudé a subir los pocos escalones que nos separaban del avión.

—No realmente —dijo —, no suenes tan a la defensiva o patearé tus bolas.

—Necesito mis bolas, mi reina, te ruego que me perdones —supliqué y se me escapó una risa.

Bailey me golpeó el hombro cuando terminamos de subir los escalones y murmuró algo parecido a "idiota" que no logré escuchar bien, me volví a reír sin soltarla, la rodeé con mis dos brazos, posando mis manos sobre su estomago, y apoyé mi cabeza en su hombro.

—Ahí está tu sorpresa —murmuré, señalé frente a nosotros y un grito de felicidad abandonó sus labios al instante, precipitándose hacia delante al instante —. ¡Cuidado! —exclamé, siguiéndola de cerca con miedo a que pudiera lastimarse, pero lo cierto era que Bailey era capaz de correr con tacones de diez centímetros y todavía parecer que lo hacía sin esfuerzos.

—¡Vikingo! —el perro negro se levantó de su asiento al escuchar la voz de su dueña y levantó las dos orejas quedándose quieto como si no pudiera creer lo que estaba viendo, no tardó en ser rodeado con los brazos de Bailey y ladró sin parar, alternándose para lamer su rostro —. Que precioso estás, te extraño tanto, tanto.

Se quedó abrazada a Vikingo y el también se quedó allí lo bastante cómodo, que parecía que ninguno quería separarse del otro. Me senté al lado de ellos y no tardó un segundo en ladrar cuando me vio rodeando los hombros de Bailey con mis brazos.

—Ey, amigo, es mía primero, te la puedo prestar pero si te pones de territorial voy a enviarte lejos de aquí. Y sí, es una amenaza.

Vikingo ladró con más fuerza en mi dirección como si entendiera lo que había dicho.

—Deja de hablarle al niño así —defendió Bailey.

Levanté mis manos.

—Les daré su momento en lo que me aseguro que todo esté bien. Cuídala Vikingo.

La reina de los engaños  | [Trono Envenenado II ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora