CAPITULO VIII

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Thomas dejó a una rubia despreocupada en su cama, ella aún no había recuperado la conciencia por la droga que le habían puesto en su bebida.

Había ido a uno de los peores clubes a los que podrías ir, donde las chicas normalmente no pagan porque eran el producto.

La dejó en la cama, teniendo cuidado de no lastimarla, aunque en ese estado ella estaba como un pudin.

Se tomó un momento para mirarla, observando su apariencia. Ahora se había corrido el maquillaje y esa apariencia inocente había desaparecido.

Thomas apretó la mandíbula, la ira y la preocupación lo llenaron, sabiendo que ella se había puesto en una situación peligrosa, era obvio lo que le habría pasado si no la hubiera encontrado a tiempo.

Y ese vestido… mierda, en serio, si no hubieras llegado a tiempo.

Él negó con la cabeza, tratando de apartar esos pensamientos.

Con cuidado la colocó de manera que quedó boca arriba, apoyada en las almohadas, su respiración seguía lenta y sus párpados temblaban un poco.

No había forma de que ella saliera airosa de esto.

Ese vestido que tenía le resultaba familiar y sabía quién era el dueño de ese vestido, solo había alguien en la ciudad que se vestía de una manera tan provocativa pero a la vez demostraba lo peligrosa que era.

Al parecer Anfisa había tomado un vestido de su madre.

Le colocó suavemente un mechón de pelo detrás de la oreja y le acarició la mejilla con los dedos. No sabía si estaba despierta, pero su rostro permanecía insensible, al igual que el resto de su cuerpo.

Una punzada de culpa lo recorrió y no pudo evitar preguntarse si esto era en parte culpa suya, si su severidad y sus intentos de protegerla y mantenerla encerrada la habían llevado a hacer algo tan imprudente.

Debería haber sido más comprensivo, más paciente con ella.

Pero la verdad era que su enojo se alimentaba del hecho de que ella había sido tan tonta e ingenua. Ella no pertenecía a un lugar de personas que vivían de los vicios de los demás.

Su mirada recorrió su cuerpo, viendo, por primera vez, cómo el vestido envolvía sus curvas, revelando más de lo que debía.

No había tenido intención de mirarla de arriba debajo de esa manera, pero su apariencia le llamó la atención. A pesar de la situación, no podía negar que era hermosa.

De hecho, parecía una Lorena más joven, y cuanto más la miraba, más veía el parecido.

Pero ella era diferente, de alguna manera. Poseía cierta inocencia que su madre había perdido en algún momento del camino. Una ingenuidad que aún no había sido contaminada por la maldad de sus padres.

Pero esa noche, en ese club, había estado peligrosamente cerca de descubrir qué les sucede a las chicas inocentes en Forks.

Thomas hizo una mueca visible al recordar cómo se veía ella, rodeada de un grupo de hombres.

Un pequeño gruñido se le escapó al recordarlo, sus manos se apretaron en puños.

No había podido evitar por completo el impulso de golpear hasta dejarlos sin sentido a esos hombres que la habían estado molestando. Pero ahora estaba allí, a salvo, en su habitación.

Thomas respiró profundamente, tratando de calmarse. Necesitaba ser racional al respecto. Ella tenía que hacerse responsable de sus acciones, no podía seguir escabulléndose de esa manera.

El Amor Que Me Da Mi Papi | Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora