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☠.       —¡ESPERAD! —GRITÓ NIX, súbitamente presa del pánico—. No veo nada.

—¡Sí! —gritó orgullosamente uno de sus hijos—. ¡He sido yo!

—¡No, he sido yo!

—¡He sido yo, idiota!

Docenas de voces empezaron a discutir en la oscuridad.
Los caballos relincharon alarmados.

—¡Basta ya! —chilló Nix—. ¿De quién es este pie?

—¡Eris me está pegando! —gritó alguien—. ¡Madre, dile que deje de pegarme!

—¡Yo no he sido! —chilló Eris—. ¡Ay!

Los sonidos de refriega aumentaron de volumen. La oscuridad se hizo más intensa si cabía. Rosier aguantó una carcajada ante tal escena.
Apretó la mano de Percy.

—¿Listo?

—¿Para qué? —tras una pausa, él gruñó con tristeza, cómo si supiera cuál era el plan de su compañera—. Por los calzoncillos de Poseidón, ¿no lo dirás en serio?

—¡Que alguien me dé luz! —gritó Nix—. ¡Grrr! ¡No puedo creer que haya dicho eso!

—¡Es una trampa! —chilló Eris—. ¡Los semidioses están escapando!

—Ya los tengo —gritó una arai.

—¡No, es mi cuello! —dijo Geras con voz ahogada.

—¡Salta! —le dijo Rosier a Percy.

Se tiraron a la oscuridad intentando alcanzar la puerta situada más abajo.

Se tiraron a la oscuridad intentando alcanzar la puerta situada más abajo

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⍦.       DESPUÉS DE HABER SIDO empujada para caer al Tártaro, saltar casi cien metros hasta la Mansión de la Noche debería haber sido rápido.

En cambio, el corazón de Rosier  parecía ralentizado. Entre un latido y otro, tuvo tiempo de sobra para recordar su antigua vida.

Sus pies tocaron el suelo firme. El dolor le recorrió las piernas, pero avanzó dando traspiés y echó a correr, arrastrando a Percy detrás de ella, como si fuera un muñeco de trapo.

Encima de ellos, en la oscuridad, Nix y sus hijos se peleaban y gritaban:

—¡Ya los tengo! ¡Mi pie! ¡Basta ya!

Rosier siguió corriendo. No podía ver de todas formas, así que cerró los ojos. Empleó sus otros sentidos, escuchando el susurro de las sombras que lograban guiarla en medio de la oscuridad, pero sin dejar de buscar en su perímetro alguna alerta de una trampa mágica.

Los sonidos de los hijos de Nix se alejaron. Era una buena señal. Percy seguía corriendo a su lado, cogiéndole la mano. Eso también era bueno.

Delante de ellos, a lo lejos, Rosier empezó a oír un sonido palpitante, como si los latidos de su corazón resonaran amplificados hasta tal punto que el suelo vibraba bajo sus pies. El sonido le infundió terror, de modo que dedujo que debía de ser el camino a seguir. Corrió hacia él.

A medida que los latidos aumentaban de volumen, empezó a percibir olor a humo y oyó un crepitar de antorchas a derecha e izquierda. Supuso que habría luz, pero unos zumbidos en sus oídos supo que estaban rodeados de un gran peligro.

—No mires —le dijo a Percy, sabiendo qué era.

—No tenía pensado hacerlo —contestó él—. Lo notas, ¿verdad? Seguimos en la Mansión de la Noche. No quiero verlo.

«Niño listo», pensó Rosier. Su instinto siempre daba en el clavo.

Los horrores que aguardaban en la Mansión de la Noche, no estaban concebidos para los ojos de los mortales. Verlos sería peor que mirar la cara de Medusa. Era preferible correr a oscuras.

Los zumbidos aumentaron, y las vibraciones recorrieron la espalda de Rosier. Era como si alguien estuviera dando golpes en el fondo del mundo, exigiendo que le dejaran pasar. Notó que las paredes se abrían a cada lado.

El aire tenía un olor más fresco… o, como mínimo, no tan sulfuroso. Se oía otro sonido, más próximo que las profundas palpitaciones… un sonido de agua corriente.

A Rosier se le aceleró el corazón. Sabía que la salida estaba cerca. Si conseguían salir de la Mansión de la Noche, tal vez pudieran dejar atrás al grupo de demonios.

Percy comenzó a correr más rápido, y habría acabado muerto si Rosier no lo hubiera detenido.

— Detente, Vaquero.

Rosier tiró de él hacia atrás justo cuando su pie tocó el borde de una cavidad. Él estuvo a punto de precipitarse en quién sabía qué, pero una vez más aquella misteriosa semidiosa lo salvó.

—Tranquilo —dijo.

Él inesperadamente la abrazó, tomando por sorpresa aquél calor corporal que ella llevaba siglos sin sentir, pero se dejó llevar por aquella sensación tan reconfortante que él le transmitía. Mantuvo los ojos cerrados con fuerza, pero eso era cerrar los ojos a la realidad. No podía permitirse relajarse. No podía apoyarse en Percy más de lo debido. Él también la necesitaba.

—Gracias… —se desenredó con cuidado de sus brazos—. ¿Sabes lo que hay delante de nosotros?

—Agua —dijo Rosier—. No abras los ojos en ningún momento, Percy. Es peligroso.

— ¿Cómo sabes qué es? —curiosó él.

—Eso no importa ahora, Percy.
Percibo un río… o puede que sea un foso. Nos cierra el paso. Corre de izquierda a derecha por un canal abierto en la roca. La otra orilla está a unos seis metros. Este río es engañoso, está infestado de almas en pena.

Percy se concentró. Miles de voces gritaban dentro de la estruendosa corriente, chillando de angustia, suplicando piedad.

¡Socorro!, decían gimiendo. ¡Fue un accidente!

¡El dolor!, se lamentaban. ¡Haced que pare!

Percy no necesitaba los ojos para imaginarse el río: una corriente salobre y negra llena de almas torturadas arrastradas cada vez más hondo en el Tártaro.

—El río Aqueronte —señaló Rosier—. El quinto río del inframundo.

—Prefiero el Flegetonte —murmuró Percy.

—Es el río del dolor. El castigo definitivo para las almas de los condenados: asesinos, sobre todo.

¡Asesinos!, dijo el río gimiendo. ¡Sí, como tú!

Únete a nosotros, susurró otra voz. No eres mejor que nosotros.

Percy sintió cómo las voces del Aqueronte desenterraban recuerdos que había guardado en lo más profundo de su mente. Imágenes fragmentadas de las batallas que había librado y las muertes que había presenciado aparecieron frente a sus ojos cerrados. Los gritos de compañeros caídos, los rostros de los monstruos que había derrotado, y las miradas vacías de quienes no lograron escapar a su destino inundaban su mente. Cada derrota y cada pérdida parecían aflorar con dolorosa claridad.

El eco del Aqueronte se burlaba de él: “Eres uno de nosotros…”, repetía una voz con desprecio. Los rostros de aquellos que había perdido parecían retorcerse en la negrura del río, sus gritos resonando con la misma angustia de las almas condenadas.

Percy tragó saliva, su respiración se volvió agitada. En ese momento, la mano de Rosier se cerró con fuerza en la suya, anclándolo de alguna manera a la realidad.

—Percy, enfócate en mí —susurró ella, notando la tensión en su cuerpo—. Eso ya pasó. No eres como ellos.

La voz de Rosier le devolvió algo de claridad, pero los recuerdos seguían asediándolo, y el peso de cada muerte lo apretaba con una intensidad renovada.

𝐓𝐀𝐑𝐓𝐀𝐑𝐎, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora