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☠.         LAS ARAI LE CONTARON la verdad a Bob, el como hace un tiempo Percy le había borrado la memoria con el río Lete y que su nombre verdadero era Jápeto. Rosier pudo sentir como Percy entraba en pánico porque en ese momento él necesitaba de Bob al igual que el resto del camino, sin él no serían nada y en menos de días estaría muerto.

Las arai atacaron nuevamente a Percy la única que lo defendió fue ella, claramente fue por lástima y porque le convenía si quería salir de allí. Bob simplemente se marchó y los dejó a su suerte, así como Percy lo dejó aquella vez.

Rosier arrastró a Percy mientras intentaba alejar a las arai de él.

El pecho le ardía a cada paso. Zigzagueó entre los árboles.

Unas alas curtidas azotaron el aire por encima de ellos. Los siseos airados y el correteo de pies con garras le indicaron que las diablas estaban detrás de ellos.

Al pasar corriendo por delante de un árbol negro, cortó el tronco con su daga. Oyó que se desplomaba, seguido del grato crujido de varias docenas de arai al ser aplastadas.

Percy hizo lo mismo con otro tronco y luego otro. Gracias a eso, ganaron unos segundos, pero no los suficientes.

De repente la oscuridad que se extendía delante de ellos se hizo más densa. Rosier detuvo a Percy justo antes de que cayeran por el acantilado.

— ¿Por dónde, entonces? —preguntó  el chico.

No se podía ver bien la altura del acantilado. Podía ser de tres metros o de trescientos. No había forma de saber a qué profundidad estaba el fondo. Podían saltar y esperar lo mejor, pero dudaba que « lo mejor» tuviera cabida en el Tártaro.

De modo que solo tenían dos opciones: derecha o izquierda, siguiendo el borde.

—¿Qué hacemos? —le volvió a preguntar Percy con la respiración entrecortada.

Estaba a punto de elegir al azar cuando una diabla alada descendió delante de él. Se quedó flotando sobre el vacío con sus alas de murciélago, fuera del alcance de sus armas.

¿Les ha gustado el paseo?, preguntó la voz colectiva, resonando por todas partes.

— Vayánse a la puta mierda. —gruñó Rosier harta de ellas.

Percy se volvió. Las arai salieron del bosque en tropel, formando una medialuna alrededor de ellos.

Los ojos de las diablas se fundieron como sus voces. Percy alzó su mirada enfurecida y se lanzó a atacarlas, pero Rosier lo detuvo a tiempo.

— No lo hagas. No sé cuántos han caído en tus manos pero presiento que muchos te han maldecido por eso, podrías morir por tantas maldiciones.

— No me importa.

Él intentó volver atacarlas pero una vez más la asiática lo detuvo.

— Yo las atacaré. —decidió ella.

Percy negó con la cabeza, pero pareció caer en cuenta de algo. Rosier se rió por lo bajo ante la expresión en el rostro del chico.

—Ya estoy maldita Percy, mucho antes de que llegaran las arai.

Se volvió y atacó a las diablas.

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⍦.        POR UN MOMENTO ROSIER iba ganando y solamente usando su daga, pero con el paso de los minutos se debilitaba lo que les daba ventaja a las diablas de atacarla lo que no le dejó opción a Percy que también unirse a la pelea.

Rosier al darse cuenta de la presencia del chico y del cómo se encontraba con tantas maldiciones encima, no dudó en sostenerlo entre sus brazos para evitar que se cayera.

Has elegido, dijo la voz de las arai, la maldición de Fineas…, una magnífica muerte dolorosa.

Rosier frunció el ceño ante la mención de Fineas, en serio que Percy Jackson era un imán de problemas.

Las arai se apiñaron en torno a ellos, riéndose y siseando. Rosier intentó alejarlas pero no podía hacerlo sin dejar caer a Percy.

Su cabeza explotará primero, conjeturó la voz.

No, se contestó a sí misma, procedente de otra dirección. Se quemará de golpe.

Estaban apostando a ver cómo moriría Percy y la marca de chamusquina que dejaría en el suelo.

— Bob —dijo con voz ronca—. Te necesito.

Una súplica inútil.

Percy alzó la vista por última vez. Parecía que su entorno parpadease. El cielo hervía y en el suelo se formaban burbujas.

— Todo estará bien, Percy. Tú estarás bien. —murmuró la semidiosa.

Sus piernas le temblaban y sus brazos le dolían, no aguantaría por mucho tiempo el peso de los dos.

¿Ves el horror del foso?, dijeron las arai con un tono tranquilizador. Ríndete, Percy Jackson. ¿Acaso no es mejor la muerte que soportar este sitio? Y nadie mejor que Rosier para confirmarlo. Rieron las arai.

— Lo siento —murmuró Percy.

¡Se disculpa! Las arai chillaron regocijadas. ¡Se arrepiente de su vida fracasada y de sus crímenes contra los hijos de Tártaro!

— No —repuso Percy—. Lo siento, Bob. Debería haber sido sincero contigo. Por favor… perdóname. —miró a Rosier con ojos llorosos.


















𝐓𝐀𝐑𝐓𝐀𝐑𝐎, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora